Donald Trump deja huérfanos a los populistas de Europa del Este

Nací y me crié en una Praga sumida en el totalitarismo comunista. En aquel entonces todos sabíamos que no nos podíamos fiar de ninguna afirmación oficial porque nunca decía la verdad. En la escuela nos inculcaban doctrinas en las que apenas creía nadie y lo que imperaba era el odio de clases como uno de los principios básicos del estado comunista. Los historiadores y pensadores describieron la era comunista en la Europa del Este como la de la gran mentira que lo abarcaba todo.

Tras algo más de una década de presidencia de Václav Havel, quien reclamaba el amor y la verdad como remedios contra la mentalidad imperante y quien ejerció un gran impacto también en los demás países poscomunistas, han vuelto los políticos que basan su proceder en la mentira y el odio. Cuando visito mi ciudad natal o alguno de los cuatro países que forman el grupo de Visegrado, tengo la sensación de déjà vu.

En los últimos cuatro años, los líderes políticos de ese cuadrilátero, también llamado V4, disfrutaron del apoyo de Donald Trump. Bajo su influencia sus campañas difamatorias y de odio se volvieron más tóxicas que nunca.

El primer fin de semana después del intento de toma del Capitolio, en Praga se congregó una extraña manifestación: los partidarios de Trump, llegados de distintas partes de Chequia, llevaban pancartas que expresaban simpatía hacia su campeón y siguiendo su ejemplo proclamaban reticencias a la vacuna del covid. Para exteriorizar su supuesta marginación, los manifestantes llevaban estrellas amarillas como los judíos bajo los nazis, iniciativa que provocó la ira de las asociaciones judías y de muchos ciudadanos.

Al ver el vídeo de la protesta, sentí que esos pequeños trumpistas estaban desorientados. Su héroe había cavado su propia tumba ante el mundo estupefacto. Y como si eso no bastara, el primer ministro checo, el populista de derechas Andrej Babis que hasta entonces tanto en Twitter como en público había lucido la gorra roja trumpista, de la noche a la mañana apareció sin gorra y con mascarilla. Babis había arrojado su gorra a la basura al igual que, en 1989, tras la caída del comunismo desechó su carnet del partido como si ninguna de las dos cosas hubieran existido jamás.

Si Babis descartó su gorra trumpista del mismo modo que los líderes comunistas en los años cincuenta suprimían de las fotos oficiales a sus colegas que habían sido liquidados, es porque Trump se había convertido en alguien indeseable incluso para sus partidarios. Entre ellos se halla el cuadrilátero de Visegrado: en menor medida Eslovaquia y Chequia, que a pesar de sus tropiezos siguen el camino de la democracia. En cambio, Hungría y Polonia están reconquistando fragmentos del totalitarismo perdido hace más de 30 años, esta vez de signo contrario, el de la derecha radical, antisemita y bendecida por la Iglesia sobre todo en Polonia.

Tras la caída de Trump, Polonia y Hungría han quedado huérfanas. Sin embargo, como consuelo les queda el legado del estadounidense: la manipulación, la mentira, la división y el odio. El presidente polaco Andrzej Duda, a quien Trump ayudó a ganar las elecciones al invitarle poco antes a la Casa Blanca, al igual que el primer ministro húngaro Viktor Orbán se sirven de la doctrina trumpista a manos llenas. Biden provocó la cólera de los dos al comparar a ambos países con el régimen dictatorial de Bielorrusia y al citarlos en el contexto del ascenso de los regímenes totalitarios en el mundo.

Orbán fue el primer líder europeo que prestó apoyo a Trump durante su primera candidatura hace cuatro años. Ambos políticos comparten visiones parecidas sobre inmigración y protección de fronteras entre otros asuntos. Repetidamente Orbán ha retratado Hungría y el grupo de Visegrado como defensores de los valores conservadores y cristianos frente al Occidente liberal. Hace poco, el ministro de Exteriores húngaro se alegraba de que nunca disfrutara de tan buenas relaciones bilaterales como bajo Trump.

Tras el asalto al Capitolio, Polonia se limitó a anunciar que “los acontecimientos en Washington son un asunto interno”. En cambio, Orbán se mantuvo fiel a su principio de manipular la realidad: describió el ataque como “la obra de una agresiva horda de izquierdas”, añadiendo que él también había tenido una experiencia con esa “izquierda húngara que usa la fuerza”, refiriéndose a una pacífica protesta sin repercusión.

Mientras que la Casa Blanca de Biden buscará rebajar la tensión con la Unión Europea y pondrá énfasis en las relaciones bilaterales y la integración europea, Hungría y Polonia perderán a un poderoso defensor en Washington y quedarán al margen. Personalmente espero que durante mis próximos viajes a los países de Visegrado descubra paisajes diferentes comparados a aquellos que eran los míos cuando era una niña sumida en un mar de mentiras y de odio.

Monika Zgustova es escritora; su última novela es Un revólver para salir de noche (Galaxia Gutenberg).

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