Donald Trump: ¿y ahora qué?

Las primarias tocan a su fin y lo impensable sucedió. Donald Trump será el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos. Su inmensa performance ha podido con todo. Porque eso ha sido su campaña de primarias, una actuación. Para Trump, la senda estaba clara: si no quería ser descabalgado a las primeras de cambio, tenía que aplicar uno de los mantras que recomienda en su libro El arte de negociar: «Si haces cosas atrevidas y controvertidas, la prensa escribirá sobre ti». El resultado, una atención mediática sin precedentes.

Pero todo formaba parte de un plan, que es una de las mejores cosas que puedes tener en política. Con la nominación conseguida, Trump se ha centrado en tres ejes. El primero, restañar heridas con el Partido Republicano. Ya tiene a las bases. Cuenta desde hace tiempo con el apoyo del gobernador Christie y de Rudolph Giuliani. Recientemente, en busca del beneplácito del establishment se reunió con Paul Ryan, el jefe republicano; con James Baker, secretario de Estado con George H. Bush, y con el gurú de la política exterior Henry Kissinger. Algunos de sus rivales en las primarias ya han manifestado que le darán su apoyo. Para disipar temores respecto de si es un conservador auténtico, acaba de proponer una lista de 11 jueces conservadores para cubrir la vacante que hay en el Supremo.

El segundo eje es reconducir sus relaciones con parte de la prensa, algo que ha hecho al reconciliarse con la periodista de la cadena Fox Megyn Kelly, que fue diana de sus diatribas al comienzo de la campaña.

Y el tercero, aterrizar su incendiario discurso. Con respecto a la política migratoria, cada vez hace menos referencias al «muro». Esta palabra se utilizó más para atraer los focos que otra cosa. No seamos ingenuos, las fronteras ya son muros, verjas y alambradas. Lo que sucede es que lo políticamente correcto es no describirlas de forma tan gráfica. Ahora Trump plantea reforzar los controles migratorios para evitar entradas ilegales y hacer cumplir la ley de inmigración vigente, que le permitiría expulsar a inmigrantes establecidos de forma ilegal. Ambos aspectos son compartidos por el electorado, según una encuesta de mayo de Gallup.

Es evidente que el candidato republicano propondrá ampliar la seguridad fronteriza construyendo estructuras adicionales. Nada nuevo bajo el sol y que no hagan los países con flujos migratorios elevados. Trump ha aclarado que no tiene nada en contra de los hispanos que no cometen actividades ilegales. Le queda, no obstante, pedir disculpas por su inaceptable discurso sobre algunas mujeres con las que ha chocado en su carrera política. Algo que hará. Ya ha reconocido que se equivocó sobre la mujer de Ted Cruz o la candidata Carly Fiorina. Sigue sin ser suficiente, pero seguirá en esa senda.

Su política exterior se torna aislacionista, sirviendo en exclusiva los propios intereses nacionales. Quienes deseen la protección de EEUU deberán contribuir en mayor medida. Por otra parte, se impondrá la realidad del bicameralismo y del bipartisanismo que rige la política estadounidense. No se puede gobernar contra esa realidad, por lo que la acción personal de Trump quedará reducida por la política real a alguna excentricidad en el discurso y las formas.

Y, claro, surge la pregunta: ¿puede ganar? La respuesta es que sí. Se enfrentará a una rival que sigue en primarias, sin poder concentrar su atención en Trump ni fijar contenidos de la campaña presidencial. Hillary Clinton, además, suscita rechazo en el electorado. No tanto como Trump, pero suficiente como para que su ventaja, según las encuestas, sea de solo el 3%. Y, lo que es peor para ella, en los denominados swing states, aquellos donde se decide la elección, están en situación de empate técnico. Además, los debates y la campaña serán un infierno para Hillary. Primero, porque será un actor secundario en atención mediática. Segundo, porque el discurso de Trump no está contenido -como sí lo está el de ella- por poderes fácticos políticos y financieros. Y tercero, porque Trump tiene artillería más que de sobra para atacarla. Ahí están, entre otros, los escándalos sexuales de su marido, el caso Whitewater (que afecta al matrimonio Clinton) y el uso inapropiado de un servidor personal y su email personal como secretaria de Estado, hechos que investiga el FBI. Por no hablar de la sibilina y nefasta gestión de Obama y de ella misma en el ataque terrorista de Bengasi.

Dando por perdidos los target electorales de afroamericanos e hispanos, si Trump es hábil, matiza el discurso, presenta un ticket presidencial atractivo, mantiene su base electoral y consigue mejorar las expectativas de voto entre las mujeres y la clase trabajadora blanca (previa votante de demócratas), estará cerca de plantearse a sí mismo la pregunta que cierra la película El candidato:¿y ahora qué?

Rubén Herrero de Castro, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid.

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