Donald Trump y la sensación de tener poder

El presidente electo de los Estados Unidos Donald Trump llevó a cabo su campaña electoral, en parte, sobre la base de su propuesta de reducción drástica de impuestos para aquellos con altos ingresos, un grupo cuyos miembros a menudo, también, reciben educación de élite. Y, sin embargo, el apoyo más entusiasta a este candidato tendía a venir de aquellas personas con ingresos medios y estancados, y niveles de educación bajos. ¿Cómo se puede entender esto?

La victoria de Trump claramente parece provenir de la sensación de impotencia económica que tienen sus seguidores, o de un miedo a perder poder. Para ellos, el eslogan simple de Trump: “Hagamos a América grandiosa otra vez” les suena a “Hazte TÚ grandioso otra vez”: se dará el poder económico a las multitudes, sin quitar nada a quienes ya son exitosos.

Aquellos que están en el lado desventajado de la creciente desigualdad económica, generalmente, no quieren que las políticas gubernamentales aparenten ser limosnas. Por lo general, no quieren que el gobierno haga que el sistema tributario sea más progresivo, no quieren que se imponga impuestos que castiguen a los ricos, con el propósito de darles a estas personas desventajadas ese dinero. La redistribución les hace sentir humillados. Les hace sentir que están siendo etiquetados como un fracaso. Les da una sensación de inestabilidad. Les hace sentir atrapados en una relación de dependencia, que podría colapsar en cualquier momento.

Los desesperadamente pobres pudiesen aceptar limosnas, porque se sienten obligados a hacerlo. Sin embargo, para aquellos que se consideran, como mínimo, miembros de la clase media, cualquier cosa que les huela a limosna no es deseable. En cambio, lo que ellos quieren es recuperar su poder económico. Quieren estar en control de sus vidas económicas.

En el siglo XX, los comunistas politizaban la desigualdad económica, pero se aseguraban de que su agenda no fuese de ninguna manera interpretada como donativos o caridad para los menos exitosos. Fue de fundamental importancia que los comunistas tomaran el poder por medio de una revolución, en la que los trabajadores se unieran, actuaran y se sintieran empoderados.

Los seguidores de Trump, también llaman revolución al triunfo de su candidato, aunque la violencia – al menos la ejercida por la campaña propiamente dicha – se limitó a insultos y apodos peyorativos. Sin embargo, aparentemente fue lo suficientemente desagradable como para inspirar a aquellos seguidores de Trump que interpretan la agresividad como evidencia de poder.

Ciertamente, el hecho que el pueblo desee tener una sensación de logro con relación a sus propias inclinaciones, en lugar de, simplemente, tener dinero para vivir, no es algo que solamente ocurre en EE.UU. Generalmente, en ningún país se tiene una sensación de estar haciendo lo correcto cuando se responde a una creciente desigualdad económica mediante la imposición de fuertes impuestos a los ricos y la transferencia de ese dinero a otros. Esa actitud da la sensación de estar cambiando las reglas del juego después de que ya se jugó dicho juego.

En su reciente libro Taxing the Rich: A History of Fiscal Fairness in the United States and Europe, Kenneth Scheve de la Universidad de Stanford y David Stasavage de la Universidad de Nueva York usan dos siglos de datos sobre tasas de impuestos y desigualdad de ingresos para examinar loa resultados alcanzados en 20 países. Hallaron que había poca o ninguna tendencia por parte de los gobiernos para hacer que los impuestos sean más progresivos cuando la desigualdad antes de impuestos estaba en aumento.

Katherine Cramer, autora de The Politics of Resentment, llegó a entender de mejor manera los resultados en Wisconsin, lugar donde – al igual que ocurrió en el caso de Trump – el gobernador del Estado, Scott Walker, ganó popularidad entre los votantes de la clase trabajadora. Después de ser elegido en el año 2010, Walker redujo los impuestos sobre los ingresos más altos, se negó a elevar el salario mínimo estatal por encima del mínimo exigido por el gobierno federal y rechazó los intercambios de seguros creados por la reforma de la salud del año 2010, el programa distintivo de la administración del presidente Barack Obama. En lugar de aquello, Walker prometió medidas que quitarían el poder a los sindicatos, acciones que normalmente se perciben como capaces de disminuir los ingresos de la clase trabajadora.

Cramer entrevistó a los votantes de la clase trabajadora rural en Wisconsin, con el propósito de tratar de entender por qué apoyaron a Walker. Sus entrevistados destacaron sus valores rurales y su compromiso con el trabajo duro, factores que han sido una fuente de identidad y orgullo personal. Pero también subrayaron su sensación de impotencia frente a aquellos a quienes percibían como injustamente favorecidos. La autora llegó a la conclusión de que el apoyo a Walker por parte de estas personas, que estaban imbuidas dentro de un entorno que mostraba evidencias de deterioro económico, reflejaba el enfado y resentimiento extremos que sentían hacia las personas privilegiadas en las grandes ciudades, quienes antes de la llegada de Walker las había ignorado, excepto a momento de imponerles impuestos. Además, sus impuestos fueron, en parte, a pagar por los planes de seguro de salud y pensiones de los empleados del gobierno, beneficios que ellos mismos, a menudo, no podían pagar por falta de recursos. Querían tener poder y reconocimiento, que era lo Walker aparentemente les ofrecía.

Se puede decir casi con certeza que tales votantes también sienten ansiedad por el efecto de la rápidamente creciente tecnología de la información en los empleos y los ingresos. Hoy en día, las personas económicamente exitosas tienden a ser aquellas que son tecnológicamente eruditas, no aquellas que viven en el área rural de Wisconsin (o, en el área rural de cualquier otro lugar). Estos votantes de clase trabajadora sienten una pérdida de optimismo económico; pero, sin embargo, por la admiración que sienten por las personas de su clase y por defender sus valores, ellos quieren quedarse donde están.

Trump habla el idioma de estos votantes; pero, sus propuestas hasta la fecha no parecen abordar el desplazamiento subyacente en el poder. Trump hace hincapié en la reducción de los impuestos internos, misma que, según afirma, dará rienda suelta a una nueva oleada de emprendimientos, así como en la renegociación de los acuerdos comerciales, llevándolos en una dirección proteccionista, con el fin de mantener empleos dentro de Estados Unidos. Sin embargo, es improbable que tales políticas desplacen el poder económico llevándolo a manos de aquellos que han sido relativamente menos exitosos. Por el contrario, los emprendedores pueden desarrollar maneras aún más astutas de reemplazar empleos con computadoras y robots, y el proteccionismo puede generar represalias por parte de los socios comerciales, inestabilidad política y, en última instancia, posiblemente incluso conflictos bélicos activos.

Para satisfacer a sus votantes, Trump debe encontrar maneras de redistribuir el poder sobre los ingresos, no sólo sobre los ingresos propiamente dichos, y no únicamente mediante los impuestos y el gasto público. Trump ha expresado solamente ideas limitadas hasta este punto, como por ejemplo subvencionar la elección de entidades educativas para mejorar la educación. Sin embargo, fuerzas económicas poderosas – como lo son la innovación tecnológica y los costos de transporte más bajos a nivel mundial – han sido las principales fuerzas impulsoras de la creciente desigualdad en muchos países. Este es un hecho histórico que Trump no puede cambiar.

Si aquellos que carecen de las habilidades que demanda la economía de hoy en día rechazan la redistribución, es difícil visualizar la forma cómo Trump mejorará su situación económica. Parece muy poco probable que la Revolución Trump, como se la ha presentado hasta el momento, pueda cumplir con lo que sus seguidores realmente quieren: un aumento en el poder económico que tienen los trabajadores.

Robert J. Shiller, a 2013 Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at Yale University and the co-creator of the Case-Shiller Index of US house prices. He is the author of Irrational Exuberance, the third edition of which was published in January 2015, and, most recently, Phishing for Phools: The Economics of Manipulation and Deception, co-authored with George Akerlof. Traducción del inglés por Rocío L. Barrientos.

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