Doñana, el paraíso perdido

Cuando Abel Chapman y Walter J. Buck, aquellos súbditos británicos cazadores y naturalistas, comerciantes en vinos de Jerez asociados a la firma bodeguera Sandeman and Buck, se refieren a Doñana en 1930, escriben: «Para nosotros el Coto de Doñana ha aparecido siempre como un fragmento de la soledad salvaje de África, arrancado y especialmente preparado para nuestro disfrute en este remoto rincón de Europa… Para nosotros, cazadores y naturalistas, Doñana representa nada menos que un paraíso en la tierra…» (Memories of Fourscore Years Less Two, 1851-1929).

Por entonces en Doñana se cazaba, se pescaba, se hacía carbón vegetal, se explotaban diversos recursos forestales como leña, horquillas, piñas, se criaba ganado, se producía miel, se recolectaban huevos de aves salvajes, etcétera, y sin embargo las comunidades de fauna y plantas silvestres florecían. Las fincas se gestionaban para la caza y por ello sus dueños las mantenían en perfecto estado de conservación. Ahora Doñana ya ni siquiera es un atisbo de lo que era entonces y como menciona el profesor Valverde en sus «Memorias», más hubiera valido haber dejado el paraje en manos de sus propietarios.

Recientemente y en estas mismas páginas, se ha denunciado el estado de deterioro del Parque Nacional y las amenazas que continuamente se ciernen sobre el mismo, lo que ha llevado a la Unesco a amenazar con incluirlo en su lista negra. Quizás el más descabellado de todos los peligros que sitian a Doñana sea la construcción de un almacén de gas bajo su suelo, que cuenta ya con el beneplácito del Gobierno. Es como pretender hacer algo así debajo de un colegio o del Museo del Prado. No obstante, lo que ha alentado a la Unesco a actuar es otro despropósito: el dragado del Guadalquivir, y por ello ha dado al Gobierno español de plazo hasta el 1 de diciembre para que reconsidere su forma de proceder en cuanto a la conservación de Doñana.

La deprimente situación de nuestro primer paraje natural es el resultado de más de medio siglo de mala gestión y del escaso interés por el medio ambiente de funcionarios y administraciones, que siempre han antepuesto los intereses políticos partidistas a cualquier propósito conservacionista. Difícilmente quedan linces en Doñana y las águilas imperiales no terminan de recolonizar sus tradicionales territorios. Sin embargo, ambas especies proliferan en propiedades privadas dedicadas a la caza en otras zonas geográficas, como la sierra de Andújar. Y ello a pesar de las ingentes cantidades de dinero que el erario público ha volcado en estos terrenos. Dinero del ciudadano pagador de impuestos.

La extracción masiva e ilegal de agua del subsuelo de la vecindad para establecer regadíos ha destruido por completo el régimen hídrico natural con todos sus acuíferos y la Administración mira hacia otro lado para que el partido de turno pueda conservar los votos de los agricultores. Lo mismo hace ante el proyecto de reapertura de la mina que en 1998 causó el mayor escape tóxico conocido en nuestro país, algo letal para el ecosistema marismeño y un auténtico descalabro económico para las arcas públicas.

Por si todo esto fuera poco, se ha conseguido enemistar a la población local con el propio espacio natural. Ya no se puede hacer uso alguno de los recursos naturales y se han establecido fuertes limitaciones a las peregrinaciones rocieras, que tradicionalmente han tenido este lugar como escenario. Ya no hay habitantes humanos en la región donde hace un siglo vivían más de cien familias. Los vecinos del espacio cerrado han perdido toda credibilidad en el mismo y lo miran como un coto particular de los gestores de turno. Tampoco está bien explotado el potencial turístico del Parque. El programa de visitas se circunscribe a unos recorridos guiados en vehículos todoterreno y a unos centros de recepción malamente mantenidos. Reiteradamente se ha impedido cualquier diversificación de la oferta de ocio, como, por ejemplo, la posibilidad de realizar visitas a caballo en un escenario donde el caballo ha sido el sistema tradicional de transporte y donde este animal forma parte de la comunidad zoológica natural, junto con las vacas mostrencas.

El último escándalo es el de la clausura del Palacio de Doñana, emblemático edificio en donde estaba retratada una parte importante de la historia de nuestra nación. Decidieron vaciarlo de contenido y dedicarlo a almacén de instrumentos tecnológicos, cuando lo que deberían haber hecho era consagrarlo como museo. La denuncia ha llegado, pero ya el mal está hecho y el resultado es negativo para todos: el Palacio vacío ha sido clausurado sine die por la autoridad judicial.

Andalucía, España y el mundo han perdido un paraíso de naturaleza a causa de la ineptitud de unos, los intereses sesgados de otros y la indiferencia de muchos.

Javier Hidalgo, ornitólogo, cazador y bodeguero.

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