Donde dije digo, digo Sánchez

A medida que se acerca el mes de septiembre vuelven los escalofríos. Y no me refiero a los que produce el tiempo metereológico, cada vez más loco y errático, sino a la climatología política. Llegará septiembre y, como oscuras y desnortadas golondrinas, volverán los desasosiegos y las dudas sobre qué pasará a continuación. ¿Habría elecciones? ¿Intentará Sánchez, tal como anunció a finales de julio, buscar un nuevo acuerdo como responsable de la fuerza más votada? Y si es así, ¿con quién? ¿De nuevo con Podemos o, más inverosímilmente aún, con el PP o Ciudadanos? En lo que a mí respecta, aparte de la irresponsabilidad cósmica de los líderes de todos los partidos, lo que me molesta es el que me tomen por tonta.

Sé que en tiempos de postureo como los nuestros, lo importante no es decir la verdad sino construir lo que ahora llaman un relato. Es decir, proclamar con voz campanuda y tono sentencioso premisas absolutamente inverosímiles. De ahí que el estupefacto ciudadano tenga que deducir que cuando un político dice A en realidad quiere decir Z; cuando afirma que va a hacer tal cosa en realidad significa que hará la contraria. En resumidas cuentas, que cuando cada uno de ellos dice digo en realidad quieren decir Diego… o digo Sánchez cuando el que habla es Sánchez, o digo Iglesias cuando habla Iglesias y así sucesivamente, porque si en algo están todos de acuerdo es en mirarse el ombligo. Y para hacerlo con cierto disimulo, entre todos han inventado un nuevo idioma al que podríamos llamar el politiqués, que sirve muy bien a sus fines, por un lado egotistas y por otro despistantes.

Donde dije digo, digo SánchezAsí, en idioma politiqués, cuando uno de ellos invoca la altura de miras en realidad quiere decir chatura; responsabilidad significa supina irresponsabilidad; sentido de Estado, Estado sin sentido, y el tan traído y llevado término relato, un cuento chino. Hay en politiqués frases que de tanto oírlas a uno le brota una urticaria. A mí, por ejemplo, me resulta especialmente urticante «estamos tendiendo nuestra mano» que, como todo el mundo sabe, significa en realidad «tendemos la mano al cuello» o a salva sea la parte del partido contrario. ¿Y qué decir de las tan traídas y llevadas «líneas rojas»? Lo que ellos llaman líneas rojas son como los principios de Groucho Marx: estas son mis líneas rojas, si no le gustan, tengo otras. Expresiones igualmente irritantes del politiqués son, por ejemplo, «cordón sanitario» (úsese siempre como coartada, nunca como una realidad); «balón de oxígeno democrático» (el que se brinda solo a quien no lo necesita); «diversidad», muletilla utilísima que sirve para hablar de todo y que se puede aplicar lo mismo a mujeres que al colectivo LGBTI, a la cultura, al ecologismo o al Sursuncorda). Y otro tanto ocurre con los tan manidos términos concordia, cuando uno quiere decir discordia; solidaridad, cuando lo que se piensa es que cada palo aguante su vela; o igualdad, que significa una cosa cuando se reclama para uno mismo y otra bien distinta cuando se refiera al prójimo.

Hace unos años, Antonio Burgos escribió en ABC uno de sus brillantes artículos, al que llamó «Aprenda tertulianés» y en el que hablaba de los analistas políticos. «Estos son unos señores -explicaba Burgos- que en tertulias de radio o televisión proclaman con gran solemnidad las mayores obviedades y chorradas gracias al idioma que hablan, el tertulianés». Decía él que había intentado aprenderlo en los libros pero que había tenido que conformarse con pegar el oído e ir anotando frases. Frases que no dicen absolutamente nada pero que les hacen quedar divinamente como por ejemplo: Hasta donde yo sé, a día de hoy, visto lo visto, hay un doble escenario, este es un tema de mucho calado, porque esa opción se compadece con, es por ello que, este asunto depende de la deriva que tome y con la que está cayendo hay que ponerlo negro sobre blanco…

Si se leen al hilo se constatará que Antonio Burgos es un gran profeta y con más dotes adivinatorias que Nostradamus, porque esta retahíla en tertulianés se parece mucho el relato de la situación actual hecho por cualquiera de nuestros amados próceres. Aun así, y con permiso de Burgos, creo que entre el tertulianés y el politiqués hay una pequeña pero inquietante diferencia. Es cierto que ambos idiomas sirven para hablar sin decir nada pero esa siempre ha sido una argucia política que ha tenido en el pasado notables actores. Es más, en política es muy útil y en no pocas ocasiones necesario no decir demasiado. Al fin y al cabo, los buenos políticos son los que hacen, no los que predican.

La diferencia entre el tertulianés y el politiqués, sin embargo, es que el primero sirve para no decir nada y el segundo engaña, miente, tergiversa, intenta hacernos comulgar con ruedas de molino y tomar por tonto al ciudadano. Y con eso, aún hay algo peor. Tanto retorcimiento de la verdad, tanto «relato» y tanta paparrucha hacen que el politiqués siente escuela y pase de ser jerga propia de políticos, asesores áulicos e Ivanes Redondos a convertirse en idioma común de todos. Una lengua en la que uno ya no sabe si cuando alguien le dice «me comprometo» quiere decir eso o lo contrario. Y lo mismo ocurre con un te quiero, con un me gusta o simplemente con un sí o con un no.

Las palabras no son inocentes. Las palabras pueden ser tan polisémicas, acomodaticias y mentirosas como queramos que sean. Y basta que alguien con proyección pública y supuesto predicamento las retuerza o las falsee para que adquieran otro sentido. Y ese es otro flaco favor que nuestros políticos nos están haciendo. Por lo visto no les basta con tener al país en parálisis política, tampoco con hacer que sus fobias personales prevalezcan por encima del bien común. También están a punto de conseguir que todos acabemos adoptando su mismo -y muy peligroso- lenguaje.

Carmen Posadas, escritora.

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