¿Dónde está la idea de la izquierda?

La reciente victoria electoral de los demócratas en Estados Unidos constituye un acontecimiento importante: el presidente George W. Bush debe contar en lo sucesivo con una Cámara de Representantes y un Senado de izquierdas. Tras los triunfos de Lula en Brasil y de Ortega en Nicaragua, es una invitación a reflexionar sobre la idea de la izquierda en la actualidad.

En primer lugar, esta idea se halla asociada históricamente a la existencia de una democracia parlamentaria y, en consecuencia, al principio de la representación política. La izquierda encarna los valores de la igualdad, la justicia social, la atención a las aspiraciones del pueblo y la solidaridad en contraposición a las actitudes de la derecha, que acentúa y da preferencia a los valores del orden, la seguridad, la libertad empresarial, el mercado y la eficiencia económica. En la historia de las democracias occidentales, dos fuerzas principales han modelado la idea de la izquierda: por una parte, los partidos comunistas; por otra, los partidos de inspiración socialdemócrata, incluidas las versiones singulares como el Partido Laborista británico.

Ahora bien, ¿dónde nos encontramos en la actualidad? El comunismo se halla desacreditado en todo el mundo debido al punto en el que acabó: la instauración de regímenes totalitarios, de los que subsisten aún versiones aterradoras o surreales en Corea del Norte, Vietnam o China, en estos últimos casos inclinadas por ejemplo al socialismo de mercado.No obstante, hay que levantar acta de su debilitamiento en razón del declive histórico del movimiento obrero, en cuyo nombre siempre ha afirmado proceder. En cuanto a la socialdemocracia, sin que se vea condenada al fracaso, retrocede. En Alemania perdió el poder hace unos meses y hubo de avenirse a formar coalición con la derecha, liderada por Angela Merkel. En Suecia acaba también de perder las elecciones. En el Reino Unido, el laborismo de la tercera vía tan cara a Tony Blair ha cuajado en una política centrista en bastante mayor medida que de izquierda; por otra parte, el hecho de haberse sumado a la aventura estadounidense en Iraq sigue siendo de difícil explicación a ojos de quienquiera que desee referirse a los valores de la izquierda. De las dos formulaciones principales de la idea de la izquierda, una de ellas debe ser abandonada, en tanto que la otra exige una seria puesta al día si pretende ser creíble.

Y, sin embargo, la izquierda parece constituir una opción floreciente. En Latinoamérica, Hugo Chávez marca el ritmo y el tono con políticas populistas muy antinorteamericanas. La idea de la izquierda, en este caso, puede convertirse en un populismo radical, demagógico y eficaz mientras el precio del petróleo se mantenga en los niveles actuales y persista el clientelismo. Por esta vía, se aleja de la misma idea de representación política; se trata más bien - en el caso del máximo mandatario- de encarnar un liderazgo de tinte carismático, portador de un supuesto vínculo directo con el pueblo y que no abriga excesivo interés por las instancias de mediación política representadas por instituciones y partidos. La Bolivia de Evo Morales presenta rasgos un tanto distintos, en la medida en que el líder, en este caso, representa a las poblaciones indias hasta ahora apartadas del poder. La fórmula, no obstante, no difiere excesivamente de la de Venezuela. El nicaragüense Daniel Ortega constituye una variante de este modelo, pues su discurso, asimismo populista, ya no es el discurso propio del marxismo revolucionario de los años 70 u 80 y adopta ahora tintes religiosos. En cuanto a Lula, no puede decirse que represente una variante del modelo encarnado por Chávez; su reelección - con unos resultados impresionantes en la segunda vuelta- constituye el marchamo de una política social - ayuda a los pobres a gran escala- y de un esfuerzo destinado a conjugar esta orientación con una política económica abierta a la globalización y el rigor. Conviene observar, en este caso y para no llamarse a engaño, que media una distancia indudable respecto de la fórmula socialdemócrata, ya que el éxito de Lula ha sido de orden personal y no se trata de un éxito de su partido, cuyo nivel de corrupción y deficiencias alcanzaron un volumen considerable durante su primer mandato. Michelle Bachelet, en Chile, trata de prolongar la política de su predecesor conjugando una eficacia económica y una cierta apertura a las aspiraciones populares, aun cuando tal apertura dista, también en este caso, de algún tipo de socialdemocracia.Demos fin a este examen general de la situación - ciertamente incompleto y superficial pero creemos que ilustrativo- considerando el caso de Estados Unidos. La victoria de los demócratas adoptará tal vez en el futuro la forma de un retorno a las políticas de izquierda, pero, por ahora, da fe fundamentalmente del hastío e inquietud de los ciudadanos estadounidenses, que ven cada vez con mayor dificultad cómo George W. Bush pueda salir del atolladero iraquí.

En realidad, la propia idea de la izquierda no sale potenciada de este examen. O bien es edulcorada de forma que se convierte en una especie de amalgama de proyectos de modernización y apertura económica unidos a (limitados) esfuerzos de justicia social muy alejada de los modelos socialdemócratas del pasado (cuando no constituye una simple sanción política de un poder político desacreditado), o bien se radicaliza y reviste un tono populista y demagógico de rasgos antinorteamericanos o si se prefiere antiimperialistas en numerosos países del planeta, aunque sin la capacidad de movilización permanente ni los proyectos y utopías que dieron vida al espíritu del comunismo en su época de esplendor. La idea de la izquierda, en suma, parece haber estallado hecha añicos en dos direcciones a partir de dos ingredientes principales desde hace ya treinta o cuarenta años: a la izquierda de la izquierda, el radicalismo, el autoritarismo o el populismo asociados llegado el caso a pulsiones nacionalistas y soberanistas; a la derecha de la izquierda, tendencias orientadas a garantizar un crecimiento económico compatible con el mercado y la globalización neoliberal.

¿Es menester detenerse en este punto, que tal vez a algunos podrá parecerles desolador? De hecho, cabe formular aquí la hipótesis de la posibilidad de una reinvención de una idea de la izquierda susceptible de evitar los derroteros que acabo de evocar en estas líneas. E incluso es posible localizarla en el mapa: Europa occidental, donde el comunismo se fue a pique pero donde cabe todavía infundir nueva vida y sentido a una socialdemocracia renovada. Tal opción ya no puede apelar con tanto énfasis como en el pasado al sindicalismo, aunque quedan buenas reliquias en el Reino Unido, Italia o Alemania. No obstante, a los partidos políticos deseosos de realizar su puesta al día se les presentan numerosas oportunidades si toman aliento e inspiración, por ejemplo, en las dinámicas culturales y no sólo sociales, si promueven la reforma de las instituciones de manera que no implique necesariamente un desinterés por la instancia y realidad del Estado y si fomentan de manera renovada la plena legitimidad de la acción política, demasiado acusada en nuestros días de verse mezclada en los lodos de la corrupción y la incompetencia.

Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.