¿Dónde están los alumnos?

El pasado 5 de marzo, el claustro de la UB decidió votar no a paralizar el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Antes, los alumnos habían decidido el sentido de su voto en referendo. De los 57.173 alumnos, 9.732 --participaron 10.440-- lo hicieron a favor de la paralización.

El claustro consta de 300 miembros: 180 profesores, 30 representantes de personal de administración y servicios, y 90 estudiantes. Ese día vinieron 42 alumnos, y solo 18 estuvieron presentes en la votación. Hubo 35 votos favorables a la paralización del proceso (los 18 alumnos presentes y 17 correspondientes a profesores y/o personal de administración y servicios), y 126 contrarios a la paralización. Algunos de los alumnos se retiraron de la votación porque pretendían que se les computasen 90 votos. Más allá de la ilegalidad que supone que voten los ausentes --¿se imaginan al portavoz de un grupo parlamentario alegando que en la reunión del grupo ya se había decidido el sentido del voto y que, por tanto, ya no hace falta que vayan al pleno?--, ni con esas cuentas les habrían salido los números. La matemática es así de terca.

Una vez más, se ve lo fácil que es articular mayorías negativas, y lo improductivo de estas para llegar a algo. En los casi 10.000 síes contra el plan de Bolonia hay de todo. Muchísimos mostraron temor ante un cambio incierto y que no creen bien explicado. Tienen razón, y se ha de trabajar intensamente para aplacar temores. La información hacia los alumnos no ha fluido como debiera y en ocasiones ha sido contradictoria. ¡Que cada palo aguante su vela y el ministerio el primero! No obstante, los alumnos vienen a las sesiones informativas con cuentagotas. Los que acusan al EEES de mercantilización son muy pocos; aunque, eso sí, muy activos y organizados. Pero, en democracia, la mayoría no la otorga el ruido, por muy alto que sea. El EEES tiene claroscuros, pero desde fuera no podemos iluminarlo. Cuenta ya con 47 países y muchos estados de América Latina han manifestado su voluntad de adhesión. Bajarse del proceso es ingenuo y lleva al aislamiento.

¿Por qué se ausentaron los alumnos del claustro? Unos lo hicieron desde el principio y cabe pensar en tres razones: no verse obligados a votar lo que el resultado referendario les obligaba; la creencia de que daba igual venir, pues su voto ya estaba decidido y computaría incluso en su ausencia, o el pasotismo total. Los primeros optaron por algo que no es nuevo en el ámbito parlamentario: eludo el sentido del voto de mi grupo no asistiendo. Los segundos muestran, además de candidez, un cierto absentismo que no cuadra con la trascendencia que tenía el momento para ellos.

Otros se ausentaron en el momento en que se iba a hacer la votación, acusando al claustro de no demócrata. Lo siento, no tienen razón. Vieron que perdían y prefirieron hacer ruido para deslegitimar el resultado. Pero la democracia es así: se debate, se vota y se gana o se pierde. Quien al perder se queja de las reglas demuestra muy poco talante democrático. Sin embargo, gracias a la democracia han podido hacer su encierro, plantear su referendo y "montar su algarabía". Sobre los que se quedaron y votaron, algunos obligados a votar aquello en lo que no creían, pero asumiendo que casi 10.000 compañeros suyos así lo pedían, no puedo sino encomiar su honestidad, ejercicio de responsabilidad y entereza en un momento en el que lo más fácil era esfumarse.

¿Y aquellos a los que todo les daba igual? ¿Y los que no participaron en el referendo? ¿Y todos los que no participan en las elecciones al claustro, rector, juntas de facultad, consejos de estudios, departamentos? ¿Dónde están los alumnos? Los alumnos, no sin razón, estaban exultantes por una participación en su referendo del 18%. En la segunda vuelta de las recientes elecciones a rector votó el 69,4% del profesorado, el 66,5% del personal de administración y servicios, y el 5,3% del alumnado. ¿Por qué los alumnos no participan? ¿Por qué la abstención de más del 80% la estimamos un éxito? Esa es la pregunta. Hemos asumido su abulia como algo normal. Resulta ya natural que los alumnos no participen ni en los procesos electivos ni luego sus representantes acudan a los órganos para los que han sido elegidos. Es un drama que pone en duda la legitimidad de casi todo lo que hacemos. Pensar que la universidad puede avanzar sin la opinión de los estudiantes nos conducirá a callejones sin salida, si no estamos ya en ellos.

Es evidente que los 46.712 alumnos que no acudieron a votar son los responsables de que sus compañeros no pudiesen parar Bolonia o de que sus compañeros pusiesen al claustro en la obligación de pronunciarse sobre un tema que a ellos nada les importa. Ese, y no si tenían que votar 18, 42 o 90, es el auténtico conflicto. Ese es el absentismo que deberían resaltar los medios. Todos somos culpables de que esto ocurra y algo deberemos hacer. Pero son esas conductas ausentes --en las que podría integrar a muchos de mis colegas docentes-- las que están convirtiendo la universidad en retaguardia del progreso. En un páramo que todos utilizan a su antojo porque hemos perdido la capacidad de defender nuestra autonomía, de decir qué somos y qué queremos ser. El reto está ahí, y con mayúsculas.

Rafael Martínez, vicerrector de la Universitat de Barcelona.