Durante una pandemia, la información precisa puede ser una cuestión de vida o muerte. Las personas necesitan información fidedigna sobre el impacto de la enfermedad y la amenaza que representa para su ciudad, comunidad o vecindario. La preocupación apremiante de la mayoría de los ciudadanos no es si su país está en la macro-trayectoria correcta con respecto al virus, sino si su tienda local de comestibles está practicando una higiene adecuada y aplicando medidas de distanciamiento social.
Una de las muchas tragedias de la pandemia COVID-19 es que se produce en una época en la que en muchos países los medios de comunicación locales han sido diezmados, y en un momento en el que líderes autoritarios, como por ejemplo el presidente de Estados Unidos Donald Trump, el primer ministro húngaro Viktor Orbán y el primer ministro de la India Narendra Modi han estado librando una guerra sin cuartel contra el periodismo independiente. En una reciente conferencia de prensa diaria, Trump acusó a un reportero de dar “noticias falsas”, y luego sugirió que inyectar desinfectantes domésticos podría ser eficaz contra el coronavirus.
El meollo del problema es que las noticias locales, en especial, se han visto gravemente perturbadas por una reestructuración más amplia de la economía a lo largo de las dos últimas décadas. Históricamente, la publicidad fue la que sustentaba al periodismo serio. Como señaló Clay Shirky de la Universidad de Nueva York en una crónica publicada en el año 2009, independientemente de que a Wal-Mart le hubiese interesado o no las noticias provenientes de Irak, de todas formas esta cadena subvencionó las salas de prensa que los periódicos mantenían en Bagdad.
Cuando plataformas digitales como Google y Facebook comenzaron a absorber los ingresos publicitarios que anteriormente iban directamente a las organizaciones de noticias, los medios locales fueron los primeros en sentir la presión. El personal en las salas de redacción se redujo drásticamente. Según un reciente informe de la Brookings Institution, uno de cada cinco periódicos locales en Estados Unidos ha desaparecido desde el año 2004, lo que deja a cinco millones de estadounidenses sin ningún periódico local y a 60 millones más con acceso a sólo uno.
El crecimiento de tales “desiertos de noticias” ha tenido profundos efectos políticos. Cuando no hay periodistas que informen sobre las reuniones del consejo municipal y las decisiones de contratación pública, la corrupción puede desenfrenarse. Sin embargo, y en parte debido a que nadie se entera de lo que ocurre, el interés político también disminuye. Consiguientemente, el cierre de los periódicos locales se ha asociado con una menor participación electoral, menos candidatos que ingresan a contiendas electorales en busca de ser elegidos, y más personas que ya tienen titularidad en cargos que vuelven a ser elegidos como ganadores. Las mismas tendencias socavan la representación de los ciudadanos a nivel nacional, debido a que los periódicos locales y regionales no pueden permitirse el gasto que significa mantener un corresponsal en la capital para informar sobre lo que están haciendo sus representantes locales en el Congreso o el Parlamento.
Menos evidente es que la disminución de los noticieros locales ha reforzado la perniciosa polarización que estamos presenciando en varias democracias. Cuando se trata de asuntos locales, los ciudadanos dentro de la misma comunidad o vecindario son generalmente bastante buenos para diagnosticar los problemas y llegar a soluciones prácticas para ellos. Pero a medida que el periodismo local ha ido menguando, el vacío ha sido llenado por las noticias nacionales, que tienden a orientarse hacia guerras culturales de suma cero y lanzamientos de acusaciones incendiarias por parte de los partidos políticos.
En Hungría, Turquía y otros países donde se está desmantelando sistemáticamente la democracia y el estado de derecho, algunos periódicos y sitios web nacionales relativamente independientes sobrevivieron. Pero, perversamente, tales instituciones pueden convertirse en un taparrabos para los regímenes que enfrentan críticas internacionales por sus ataques a la libertad de prensa, mientras que los medios a favor del régimen a menudo disfrutan de un monopolio a nivel local. En la Hungría rural, la situación ha empeorado tanto que el departamento de Estado de Estados Unidos ha tratado de subvencionar al periodismo independiente en dicha zona.
Por último, el destino de los periódicos locales no necesariamente corre en paralelo con aquel de la prensa nacional. En Estados Unidos, los principales “periódicos de referencia” se han beneficiado con un alza de sus ganancias, denominada como el “rebote Trump” desde el año 2016. Y, si bien la crisis COVID-19 podría, en teoría, hacer que los ciudadanos reconozcan la importancia existencial de recibir información precisa sobre su entorno más próximo, aún no se ha materializado un rebote del periodismo local.
¿Qué se puede hacer? Una solución es gravar a las Big Tech, es decir a las grandes compañías tecnológicas, que han destruido el modelo comercial del periodismo local, y luego redistribuir los fondos a los medios de comunicación locales. Otra opción es legislar una excepción antimonopolio, de manera que los periódicos puedan negociar colectivamente con las plataformas digitales. Los medios de comunicación que proporcionen información y hechos fidedignos que aparecen en una búsqueda en Google deben ser compensados proporcionalmente. Australia, la Unión Europea, y varios países europeos individualmente ya se han desplazado en esta dirección, y una legislación similar está pendiente de aprobación en Estados Unidos.
En los últimos años, también ha habido un florecimiento de exitosas organizaciones de noticias sin fines de lucro, muchas de las cuales tienen un enfoque local. Pero, ahora el riesgo se constituye en que esas instituciones pueden llegar a depender de algún filántropo multimillonario, dejándolas en manos de la voluntad arbitraria de una sola persona. La científica social francesa Julia Cagé ha propuesto una solución ingeniosa: las personas comunes y corrientes que son partidarias de la información periodística precisa podrían aunar sus recursos financieros para garantizar que sean ellas quienes mantengan un lote mayoritario de participaciones accionarias que ejerzan control en los más eficaces medios de comunicación sin fines de lucro.
Puede ser aceptable que tales organizaciones sin fines de lucro tengan una agenda. Al fin de cuentas, al igual que lo que ocurre con quienes se unen a los partidos políticos, quienes apoyan a las organizaciones sin fines de lucro se unen a ellas porque reflejan, en alguna manera, sus propios valores. Tener una agenda, como por ejemplo, la investigación de las injusticias sociales, es compatible con un compromiso con los más altos estándares periodísticos. Lo que importa es la precisión, la accesibilidad (idealmente), y la responsabilidad. Como explica la filósofa Onora O'Neill, los medios de búsqueda de la verdad “necesitan disciplinas y estándares internos para que sea evaluables”. El público debe estar en condiciones de comprender quién financia una medio de comunicación, qué guía sus decisiones editoriales, y cómo se generan determinados trabajos periodísticos.
Hoy en día, el problema con muchos medios de comunicación de la derecha no es necesariamente que tengan una agenda, sino que su agenda está oculta, ya que una mera opinión es presentada como una noticia generada profesionalmente. Un ejemplo particularmente atroz es la cadena de ‘noticias’ Fox News, que a principios de la primavera del hemisferio norte entusiastamente difundió peligrosa desinformación sobre el coronavirus, misma que probablemente le costó la vida a algunas personas de su audiencia, conformada predominantemente por personas de la tercera edad.
La crisis de COVID-19 nos ha recordado que los periodistas son trabajadores esenciales. Muchos medios de comunicación que trabajan a nivel nacional probablemente sobrevivirán (de hecho, algunos ya se están beneficiando de los gastos en ayuda de emergencia que son incurridos por los gobiernos). Pero el periodismo local ya estaba en una mala situación antes de la crisis, y el bien público que proporciona tiende a ser menos apreciado. No por el bien de nuestra salud física, sino que por el bien de nuestras democracias, debemos apoyar urgentemente al periodismo local.
Jan-Werner Müller, Professor of Politics at Princeton University, is the author of the forthcoming Democracy Rules. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.