¿Dónde se esconde el futuro?

Todos tenemos la sensación de que se acerca un cambio de época y de civilización. Pero ¿dónde buscar los signos del cambio? Probablemente no en las disputas políticas, aunque estas ocupan la mayor parte de nuestros medios de comunicación. Es cierto que la política, como los deportes y el tiempo, están al alcance de todos y facilitan las conversaciones. Nada más. Entonces, ¿qué y dónde? ¿Las ideas? A los intelectuales les gustaría creer que las ideas cambian el mundo y por eso nos invitan a centrarnos en el último libro de moda y en las polémicas ideológicas, preferiblemente televisadas.

Es cierto que, si echamos la vista atrás, el marxismo cambió el mundo; pero el propio Marx reconoció que su pensamiento era solo un reflejo de las innovaciones técnicas de la revolución industrial. Paralelamente, la democracia liberal puede ser el producto de disertaciones filosóficas, pero es aún más la traducción del surgimiento de una burguesía y una clase media, consecuencia a su vez de las innovaciones técnicas y del comercio internacional. ¿Será entonces la innovación científica y técnica el motor de la historia? Sí, es lo más probable.

Donde la ciencia y la tecnología han avanzado de la mano, las sociedades han progresado hacia una mayor libertad, mayor igualdad, y mayor prosperidad. Donde la ciencia y la tecnología han sido ignoradas, como en África o el Imperio Otomano, o suprimidas, como en la China imperial, las sociedades se han estancado. Por tanto, este regreso a la historia debería animarnos a observar mejor el presente.

Por ejemplo, quienes se oponen a las vacunas contra la covid, equivalentes a los teólogos reaccionarios del islam o a los mandarines del Imperio chino, nos sumergen en las tinieblas. Por el contrario, los logros científicos y técnicos del presente señalan el futuro. Me centraría en dos de ellos, de distinto orden, que me parece que anuncian el mañana. El primero es estrictamente técnico y el segundo, sociológico: Starlink y los influencers.

Starlink es una red de satélites en miniatura imaginada y realizada por el empresario del siglo, Elon Musk. A 500 kilómetros sobre nuestras cabezas, 30.000 de sus satélites permiten la comunicación instantánea entre todos los que se conectan a ellos a través de una antena del tamaño de un plato. Es una revolución, realizada en un marco estrictamente capitalista, más eficiente y más barata que todos los programas públicos. Gracias a Starlink, los ucranianos luchan contra los rusos conociendo inmediatamente el más mínimo movimiento de sus enemigos. Los rusos no tienen acceso a Starlink, por decisión de Elon Musk. Por tanto, el arte de la guerra se modifica completamente por una iniciativa privada y por la elección de un hombre, que es un empresario y no un político. Solo este hombre escapa a todo control estatal; responde únicamente ante los accionistas y, en segundo lugar, ante la opinión pública. Por eso, Starlink es más poderoso que una bomba atómica y mañana podrá decidir sobre la paz y la guerra, arbitrar entre ganadores y perdedores, pasar por encima de los Estados y por encima de arsenales, repentinamente irrisorios.

¿Qué conclusión se puede sacar? Me parece que Starlink, y cualquier cosa que se le parezca, será un agente de paz más eficaz que cualquier tratado o coalición internacional. A los Estados les gusta hacer la guerra, mientras que los empresarios solo quieren enriquecerse; resulta tranquilizador.

Pasemos a otra innovación, de menos peso, pero también vector de transformación de nuestras sociedades: los 'influencers'. Estos personajes, que hace diez años no existían, son los que, a través de plataformas virtuales como Facebook, Instagram o TikTok, imponen modas. Si consideramos que uno se convierte en influencer a partir de 5.000 seguidores, actualmente hay alrededor de 30 millones de influencers en el mundo, para una clientela conectada de alrededor de 1.500 millones de internautas. Algunos influencers, sobre todo en Estados Unidos, cuentan con varios millones de seguidores. ¿Es irrisorio, anecdótico? En absoluto. Porque los 'influencers' atraen más publicidad que todos los medios tradicionales, lo que pone en peligro a la prensa escrita, pero también a las cadenas de televisión y a las emisoras de radio. Los seguidores imitan los estilos de vida de los influencers; puede tratarse de ropa o perfumes, pero también de costumbres o convicciones políticas y religiosas. Además, los seguidores a menudo solo se fijan en sus ídolos proclamados, lo que deja poco margen para intelectuales, periodistas profesionales y discursos políticos tradicionales.

¿Podemos sintetizar la ideología de los 30 millones de 'influencers' del momento? En general, sí: un individualismo que raya en la anarquía, pero también cierto conservadurismo. Los influencers rara vez son revolucionarios y, en cualquier caso, la política les interesa poco. ¿Quién controla a los influencers? Nadie. Al igual que sucede con los satélites de Starlink, su gran número los hace indestructibles. De nuevo, ¿qué conclusión sacar? La historia nos enseña que las grandes catástrofes siempre han sido provocadas por movimientos colectivos, ideológicos, sociales o religiosos, con la bendición o bajo el impulso de los Estados. El debilitamiento, cuando no la sustitución, de las pasiones colectivas y de los Estados por los influencers me parece un fenómeno bastante tranquilizador.

En resumen, les habrá quedado claro que la técnica que una vez favoreció la centralización y la preeminencia del Estado, hoy impulsa la empresa privada y el individualismo. Es una buena razón para permanecer, en general, optimista.

Guy Sorman

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