Dónde se fue en realidad el empleo fabril estadounidense

En las dos décadas que van de 1979 a 1999, el empleo fabril en Estados Unidos registró un lento descenso que lo llevó de 19 millones a 17 millones. Pero en la década posterior (1999 a 2009), se derrumbó a 12 millones. Esa caída más drástica dio lugar a la idea de que con el cambio de siglo, la economía estadounidense de pronto dejó de funcionar (al menos, para los varones de clase obrera).

Pero sugerir que hasta 1999 todo andaba bien en la industria fabril es un error. En esas décadas anteriores también hubo destrucción de empleo fabril, sólo que lo que se perdió en una región o en un sector, en general se compensó (en cifras absolutas, no necesariamente como proporción de la fuerza laboral) en otra región o sector.

A modo de ejemplo, veamos la historia de mi abuelo, William Walcott Lord, que nació en Nueva Inglaterra a principios del siglo XX. En 1933, la fábrica de calzado (Lord Brothers Shoe Company) que tenía con sus dos hermanos en Brockton (estado de Massachusetts) estaba al borde de la quiebra, así que la trasladó a South París (estado de Maine), donde los salarios eran menores.

Esta decisión (lo mismo que la destrucción generalizada de empleos fabriles relativamente bien pagos que tenía lugar en todo el sur de Nueva Inglaterra) fue un mazazo para los trabajadores de Brockton. Pero en las estadísticas agregadas, esa pérdida se compensó por la bonanza que experimentaron los peones rurales de South Paris, que pasaron de deslomarse en trabajos precarios en el sector agrícola a tener un puesto aparentemente estable en una fábrica de zapatos.

La buena suerte de los trabajadores de South Paris duró sólo catorce años. Tras la Segunda Guerra Mundial, los hermanos Lord (temerosos de una nueva depresión) liquidaron la empresa y se separaron. Uno de los tres hermanos se mudó a York en el estado de Maine; otro se mudó a Boston. Mi abuelo eligió Lakeland (Florida), a medio camino entre Tampa Bay y Orlando, donde se dedicó a la especulación inmobiliaria y la construcción no residencial.

Una vez más, las estadísticas agregadas apenas se modificaron. El empleo en producción de calzado se redujo, pero aumentó en fabricación de productos químicos, construcción de edificios y operación de las plantas de procesamiento de fosfatos de la Wellman-Lord Construction Company en Florida y otras fábricas. En términos de nivel nacional de empleo, la Wellman-Lord Construction Company era equivalente a la Lord Brothers en Brockton. Aunque los trabajadores eran gente diferente en lugares diferentes, sus niveles de educación y capacitación eran los mismos.

Así que durante el supuestamente estable período de posguerra, hubo un traslado masivo de empleos fabriles (y en construcción) del noreste y medio oeste de los Estados Unidos al sur. Esas pérdidas de empleo fueron tan penosas para los habitantes de aquellas regiones como lo son las pérdidas más recientes para los trabajadores de hoy.

En la década de 2000, más que destrucción, hubo una gran rotación del empleo fabril estadounidense. Hasta 2006, el empleo en el sector disminuyó a la par que aumentaba en la construcción. En 2006 y 2007, la pérdida de puestos de trabajo en construcción residencial fue compensada por un aumento de la contratación de obreros para actividades de apoyo a la inversión empresarial y las exportaciones. Sólo después de la Gran Recesión post‑2008 empezó a haber más pérdida que rotación de empleo obrero.

Como siempre hay cierto grado de rotación, podemos hacernos una idea más exacta de lo sucedido si examinamos el empleo obrero como proporción del total, en vez de pensar en la cifra absoluta de trabajadores fabriles en un momento dado. Entre la Segunda Guerra Mundial y el presente la proporción de empleo en el sector fabril muestra una muy fuerte y sostenida tendencia a la disminución. Esto refuta la muy difundida idea de que el empleo fabril se mantuvo estable por mucho tiempo, para derrumbarse de pronto a la par del avance de China.

En 1943, el 38% de la fuerza laboral no agrícola estadounidense estaba empleada en el sector fabril (por la alta demanda de bombas y tanques de aquel tiempo). Después de la guerra, la proporción normal de trabajadores no agrícolas en el sector fabril quedó cerca del 30%.

Si Estados Unidos hubiera sido una potencia industrial de posguerra normal como Alemania o Japón, la innovación tecnológica hubiera reducido esa proporción de 30% a cerca del 12%. En vez de eso, se redujo al 8,6%. Gran parte de la caída, hasta el 9,2%, es atribuible a políticas macroeconómicas disfuncionales, que desde la presidencia de Ronald Reagan, convirtieron a Estados Unidos en un país con déficit de ahorro, en vez de superávit de ahorro.

Siendo un país rico, Estados Unidos debería estar financiando la industrialización y el desarrollo en todo el mundo, para que los países emergentes puedan comprar las exportaciones fabriles estadounidenses. En cambio, Estados Unidos asumió varios papeles improductivos: se convirtió en destino mundial de lavado de divisas, asegurador contra el riesgo político y reserva de dinero de última instancia. Para los países en desarrollo, la tenencia de grandes activos en dólares equivale a no tener que pedir nunca ayuda al Fondo Monetario Internacional.

El resto de la caída de la proporción de empleos fabriles, de 9,2% a 8,6%, es producto de cambios en los patrones de comercio internacional que se deben ante todo al ascenso de China. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte, contra lo que aseguró el presidente estadounidense Donald Trump, casi no contribuyó a la pérdida de empleos fabriles. En realidad, todos esos “malos tratados comerciales” beneficiaron considerablemente a otros sectores de la economía estadounidense, cuyo crecimiento fue acompañado por apenas un 0,1% de caída en la proporción del empleo fabril.

En esta era de noticias falsas, movimientos sociales manipulados y mistificaciones, es fundamental que todo aquel que realmente piense en el futuro colectivo maneje las cifras correctas y las haga conocer. Como expresó el primer presidente republicano de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, en el famoso “discurso de la casa dividida”: “Si empezáramos por saber dónde estamos y a dónde vamos, podríamos juzgar mejor qué hacer y cómo”.

J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade negotiations. His role in designing the bailout of Mexico during the 1994 peso crisis placed him at the forefront of Latin America’s transformation into a region of open economies, and cemented his stature as a leading voice in economic-policy debates. Traducción: Esteban Flamini.

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