Dos 2 de Mayo

He conocido a lo largo de mi nada corta vida dos 2 de Mayo, fiesta de la Independencia, tan distintos que no parecen referirse a la misma fecha ni acontecimiento. Durante cuatro décadas fue celebrado como la auténtica fiesta nacional, junto al 12 de Octubre, día del descubrimiento de América, que tal vez por quedar lejos se difuminaba. El 2 de Mayo, en cambio, nos quedaba muy cerca y muy profundo. Era el día en que el pueblo español se alzó contra un Ejército francés que, con la excusa de ocupar Portugal, con quien realmente se estaba quedando era con España, en uno de los periodos más tristes de su historia. Del Siglo de Oro sólo quedaban las letras y tras la epistola censoria –«No he de callar por más que con el dedo/ ya tocando la boca o ya la frente/ silencio avises o amenaces miedo»–, el memorial que Quevedo dejó al lado de la servilleta de Felipe IV –«Católica, sacra y real majestad/ que Dios en la tierra os hizo deidad»– muestra el calamitoso estado en que se encontraba un imperio en el que no se ponía el sol.

Como si le hubieran echado mal de ojo, Carlos II había muerto sin descendiente y la guerra europea que se declaró para elegir sucesor entre un infante francés y otro austriaco, ambos nietos de infantas españolas, nos trajo una nueva dinastía con Felipe V, pero nos costó perder Países Bajos, Gibraltar y Menorca. Esta última logró recuperarse, pero el peñón sigue siendo inglés tres siglos más tarde. Francia había sufrido una revolución que anunciaba una nueva era para el entero continente y Napoleón, un general corso que había cambiado la táctica militar, incorporando a cada división artillería y caballería, lo que multiplicaba su movilidad y potencia, había dispuesto que cada soldado llevase en su mochila la Constitución, que con la Enciclopedia iban a presidir la Edad Moderna. En España, sin embargo, las cosas van de mal en peor y, tras Portugal, hay alzamientos en Andalucía y Cataluña. El primero pudo sofocarse, pero el segundo cuaja cuando Pau Claris, un canónigo de Urgel al frente de la Generalitat, proclama a Luis XIII conde de Barcelona, con lo que Cataluña pasa a estar bajo soberanía francesa, iniciándose una guerra que va a durar doce años sin claro vencedor, aunque la perdedora es España, que malogra el Rosellón, ya bajo Luis XIV, que muy sabiamente nos permite mantener la Cataluña española, sabiendo lo difícil que iba a ser mantenerla.

Aprovechando que a España le había ocurrido la peor de las desdichas, que el hijo mayor de Carlos IV se había alzado contra él con el nombre de Fernando VII, Napoleón citó a ambos en Bayona, donde no necesitó ni siquiera amenazarles para que aceptasen su plan: Carlos IV abdicaría en Fernando VII y este a su vez en José Bonaparte, hermano mayor del Emperador, que tenía preparada la nueva Constitución. Cuando por orden del Emperador se intenta meter en varias carrozas a los infantes que habían dejado detrás, con su séquito y equipaje, el gentío que venía merodeando por palacio intentó evitarlo al grito de «¡Que se los llevan! ¡Que se los llevan!», creándose el primer tumulto de la jornada, que se extiende como un reguero de pólvora por toda ella, apiolando al francés que pillan y con choques sangrientos con la caballería gala, que había acampado en los alrededores de la ciudad. La noche que sigue es la de los fusilamientos de La Moncloa, de los que Goya dejó un testimonio que puede ser el inicio de la pintura contemporánea.

En Burdeos nadie parecía haberse enterado, o lo más probable fuera que no le dieran mayor importancia. A fin de cuentas, el Ejército francés era el mejor del mundo, habiendo derrotado a cuantos se le pusieron enfrente. Sin embargo aquel 2 de Mayo significaba que el pueblo español había despertado del largo letargo en que había caído tras haber expulsado a los árabes, descubierto América y haber dado la primera vuelta al mundo. Tres hitos de la historia tras los que había quedado exhausta. Baste decir que Castilla había perdido un millón de habitantes de los ocho que tenía. Era lo que se celebraba en los cuarenta años a que me refería al principio. El 2 de Mayo de los fusilamientos de La Moncloa, de Daoiz y Velarde, del alcalde de Móstoles, de Agustina de Aragón, del sitio de Gerona, sí, Girona: la ciudad de Puigdemont se negó también a ser francesa. Fue una guerra desigual, ya que en su mayor parte fue una guerra de guerrillas.

Si hay que buscarle comparación, habrá que recordar la de Vietnam, con el Vietcong contra el formidable aparato militar yanki. Y que terminó lo mismo: con el triunfo de los guerrilleros. El Emperador tuvo que venir varias veces a España, pues las cosas se ponían mal para su Ejército. Pero no podía estar mucho tiempo, pues le llamaban desde Rusia, Alemania o cualquier otro punto del continente. Su gran error fue quererlo todo sin tener los medios para ello. Hasta caer derrotado, la segunda vez definitivamente, para morir en una isla perdida. Los franceses, sin embargo, siguen enamorados de él como de todos sus grandes hombres, pese a haber sacrificado millares, puede que millones de ellos a su gloria y a la de su país. Aquí en España no cae simpático con buenas razones, al haber matado a muchos españoles. Aunque el 2 de Mayo ya no es lo que era ni se celebra como antes. Hoy, si cae próximo a un domingo, se celebra en la playa o la montaña, sin alardes militares.

Pero me he preguntado más de una vez qué hubiera pasado si en vez de enfrentarnos a él hubiéramos hecho lo que los suecos, que aceptaron a uno de sus generales, Jean Baptiste Jules Barnardotte, como rey bajo el nombre de Carlos XIV, iniciando una dinastía que dura hasta hoy y es modélica como democracia. Y tras mucho pensar, me he dicho que mejor no. Pepe Botella, como le bautizó el pueblo español, estaba demasiado unido a su hermano para distanciarse de él cuando su ambición le llevo a aventuras demasiado grandes. Por otra parte, si bien Francia ha intentado siempre tenernos bajo su tutela, nunca le ha salido bien. Recuerden a Carlomagno y Roncesvalles, donde perdieron a Roldán, su héroe. Tampoco el intento de formar parte de Francia aprovechando las ansias independentistas catalanas de Pau Claris y comparsa, que terminaron con los catalanes más hartos de las tropas francesas que de las españolas y pidiendo su reincorporación a la Corona española, que le fue admitida sin reproche alguno.

España es como es, mejor dicho, como la hemos hecho los españoles a lo largo de su historia, y cuando oigo a los políticos actuales que van a cambiarla de arriba abajo, no sé si echarme a reír o a llorar, porque están demostrando tan poco conocimiento no sólo de su país, sino también de la democracia, que resulta imposible que se pongan de acuerdo y estén echando a perder la última oportunidad que hemos tenido de instaurarla. En cuanto a la fecha que conmemoramos hoy, prefiero dejarla tal cual está, con sus luces y sombras. «Fue lo menos malo que podía ocurrirnos –le oí decir a un tío mío, el único que predijo la derrota de Alemania al comenzar la II Guerra Mundial–. Pero lo importante no fue lo que ocurrió el Dos de Mayo de 1808. Lo importante es lo que hicimos el tres, el cuatro, el cinco, hasta hoy. Y eso no fue tan glorioso».

José María Carrascal es periodista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *