Dos atentados bien distintos

José Luis Martínez Ibáñez, Subdirector de EL PERIÓDICO (EL PERIODICO, 10/07/05)

Aparentemente, los atentados de Londres y Madrid se asemejan hasta la saciedad. Incluso en la autoría, que se ha atribuido la Brigada de Abu Hafs al Masri, la franquicia que Al Qaeda ha elegido para reivindicar las acciones de los salafistas en territorio europeo. El corte de los ataques también es similar. Bombas simultáneas en la red del transporte público --con las respectivas particularidades del metro londinense o de los trenes de cercanías madrileños--, el punto de parálisis de una gran capital. Explosivos de regular potencia, militares o de fabricación casera a base de dinamita. Y, muy probablemente, la célula integrista de Londres sea del mismo tipo que la de la capital española. Comandos de base autóctona, con algún refuerzo del exterior, que han medrado en la urbe. Estamos, pues, ante un atentado terrorista contra Europa (los gobiernos ya se han dado cuenta de que cada cadena de explosiones respectiva no son su problema, sino el problema) que conmociona, por tanto, a la opinión pública europea. Si el horror del 11-M fue principalmente para los madrileños, la destrucción del 7-J ha sido cosa tanto de los españoles como de los italianos. Es importante subrayar este ámbito europeo de ciudadanía porque la estrategia de un país de la UE ante el hecho terrorista nos atañe a todos. Por descontado, la del Gobierno de Tony Blair.

LA PRIMERA gran diferencia entre los dos golpes es que Londres ha padecido una férrea censura informativa y aquí no la hubo. Por el contrario, el antidemocrático intento de engaño de unos gobernantes iluminados que se dio en Madrid estimuló a los españoles a conocer la verdad. La magnitud del atentado, la información de los muertos y heridos, se fue comunicando por minutos con una transparencia que desató la solidaridad de los vecinos a medida que crecía su dolor. Madrid lo hizo correctamente, atendió muy bien a los afectados (tanto las instituciones como los vecinos) y permitió que la madurez de la gente encajara la brutalidad. No cayó en ningún pánico colectivo, no se desencadenó el caos. Por eso resulta ridículamente demagógico que Rajoy proclame que la oposición británica ni exige ni presiona al primer ministro para que señale cuanto antes a los autores, en contra de lo que le pasó al PP con el PSOE y los simpatizantes socialistas. Insultante palabrería. Nadie urgió al Gobierno de Aznar, entre otras razones porque por sí sólo apuntó obsesivamente la responsabilidad de ETA y la mantuvo sin decencia cuando todos dudaban de esa verdad oficial. La única presión fue para evitar una manipulación. Y la telefonía móvil del siglo XXI desmontó a unos políticos antiguos que creían controlar los canales de la comunicación.

Esa fragilidad del sistema comunicativo también se evidenciará en la polémica por el bloqueo informativo del 7-J. Cada uno de los tres grandes atentados sufridos desde el 2001 ha tenido sus características. Si los vídeos aficionados sobre las Torres Gemelas nos dejaron atónitos, y los mensajes de los móviles rebelaron a los ciudadanos en el 11-M, las verdaderas imágenes del pasado jueves en Londres (que ningún medio televisivo ha transmitido y menos la tan admirada BBC) se extenderán a través de fotografías tomadas con teléfonos de última generación (cabe pensar que la suspensión de las llamadas de móviles después del atentado se dirigió tanto a evitar nuevas detonaciones como a que se propagara la crudeza del horror). En suma, tres factores para romper la censura y descubrir la mentira.

¿Por qué los responsables de Interior de Francia e Italia hablaban de decenas de muertos –más de 50, según el italiano-- en Londres, en la misma mañana del jueves, cuando sus habitantes sólo conocieron un balance oficial de dos víctimas mortales hasta bien entrada la tarde? ¿Con qué razones Blair informó a los gobiernos europeos antes que a quienes representa, se debe y le han colocado en el cargo? ¿Por qué si las explosiones fueron simultáneas se ofreció durante más de dos horas la burda versión de una sobrecarga eléctrica en las líneas del metro? Esa es la cuestión: la calidad democrática de la que dispondrá Europa mientras sufra el cáncer terrorista. Resulta inadmisible que casi tres días después de los atentados, los familiares de las víctimas y de los desaparecidos vivan en una angustia creciente, y que no se haya planteado hasta ahora habilitar centros para darles respuestas (hasta tienen que pagar las llamadas para mendigar cualquier pista). Eso es tomar a los ciudadanos por súbditos menores de edad, vulnerar la democracia y embadurnar su transparencia.

En el 11-M, las familias angustiadas por los suyos encontraron a quienes dirigirse desde las primeras horas. Probablemente, el que fueran vísperas electorales fue un acicate para un Gobierno del PP creyente que la barbaridad de ETA le redoblaría la victoria. Malo es que pudiera haber sido así, pero la atención se produjo y las medidas para paliar las desgracias en tantos hogares llegaron en un tiempo récord. En Madrid hubo detenciones acertadas al segundo día, mientras que la investigación de los sucesos de Londres se conduce bajo el secretismo. Presumen las autoridades inglesas de que hasta que un hecho no está comprobado no se divulga. De acuerdo cuando se trata de aspectos sustanciales, como facilitar las identidades de los fallecidos y heridos antes de que se informe a las familias. Pero en todo lo demás, la opinión pública debe ir por delante, so pena de que caigamos en una democracia tutelada por algo --el terrorismo-- que los gobiernos son incapaces de controlar por ahora. Se puede criticar a Madrid, pero la policía lo hizo bien el 11-M. Necesitaba dejar de ser un instrumento del PP, cuyos dirigentes, con un partidismo sin tapujos, se volvieron contra ella (algo impensable en Londres) en la comisión de investigación parlamentaria.

EN TODO ELLO van a jugar un papel primordial los medios de comunicación europeos, que han de apostar de cara al futuro, porque costará tiempo --si es que se acierta en la solución global-- desactivar un integrismo que quiere imponer sus dictados al mundo. La conducta de los laboristas ante el golpe de Al Qaeda ha reabierto el debate de si los medios deben servir a los lectores o plegarse al interés informativo de los políticos que gobiernan. Es una reflexión para hacer sin justificaciones hipócritas, como la de felicitarse por no ofrecer la dureza de la muerte de londinenses en las portadas de los periódicos, cuando esas mismas imágenes --basta con reparar en los tabloides-- se publican si los muertos no son propios.

Londres y Madrid han sufrido la misma oleada terrorista, de la mano de unos mismos locos, organizados de la misma manera. Pero los resultados han estado rodeados de elementos bien distintos.