Dos en la carretera

De cómo Luis María Ansón denuncia «la política de la rodilla» y de cómo Cayetana Álvarez de Toledo reclama un nuevo impulso democrático. En este intercambio epistolar, Ella acepta usar la terminología de «política de la rodilla» por la de «política de cesión» como Él apunta. Ambos coinciden en que esta política hecha por Zapatero, el presidente aprendiz de brujo, ha traído este desbarajuste y consideran que hay que obligarle a dimitir. Él cuenta cómo dirigentes socialistas así lo piden en cenas privadas y a Ella le basta con leer sus declaraciones en los periódicos. El aniversario de las primeras elecciones democráticas, le lleva a Ella a pedir un nuevo impulso democrático mientras Él prefiere perderse entre baladas y poemas.

ASCENDER A LUGARES DE MAYOR ENJUNDIA

Querida Cayetana...

Pedro Sainz Rodríguez, ministro de Educación, académico de la Española, también de la Historia, consejero áulico de Juan III, ha sido el político español más cachondo e inteligente que he conocido a lo largo de mi vida profesional. Un día me dijo:

-Desengáñese usted, Anson. Don Juan no puede aceptar la política de la rodilla que le plantea Franco.

-¿La política de la rodilla?

-Sí, a usted le sientan en una cena junto a una dama suculenta. Le pone usted la mano en la rodilla. Si se deja, ya sabe usted que puede ascender hacia lugares de mayor enjundia. Nuestro Rey no puede hacer la menor concesión a Franco en el caso de Don Juanito. Si hace concesiones, lo perderá todo.

Carod Rovira ha puesto su mano en la rodilla de Zapatero en el partido de fútbol sala que ha enfrentado, tras los «himnos nacionales» de Cataluña y España (este último con sorna), a dos equipos españoles. Zapatero ha aceptado el magreo. Carod Rovira continuará el ascenso porque la aspiración del independentismo catalán es instalarse, como nación, en el Comité Olímpico y en la FIFA, para visualizar en lo que más impacto popular tiene, que es el deporte, la independencia de Cataluña.

Sólo EL MUNDO ha advertido el alcance de la tropelía. Se empieza por poner la mano en la rodilla. Luego vendrá lo demás. La culpa no la tiene sólo Lissavetzky. La tiene Zapatero, que muy probablemente pactó con sus socios de ERC la vista gorda sobre esta cuestión. Y la tendrá el PP si se duerme entre las sábanas melindrosas de su idilio con Zapatero el impresentable y no protesta por todos los cauces posibles de la broma de Yakutsk, sobre la que Daniel Utrilla ha escrito una crónica ejemplar.

Querido Luis María...

Leí hace años tu sorprendente Don Juan, que bien pudo haberse titulado Juan III. Hablabas con devoción de ese personaje inteligente y mordaz que fue Pedro Sainz Rodríguez. Umbral, en una de sus columnas salomónicas, lo llamó «el masón oficial y sin oficio de la masonería» y «místico gordo y leído, al que sólo se le veía con señoras de compañía». Decían que una visita al burdel le había costado el cargo de ministro de Educación de Franco. Ya me lo desmentirás.

En todo caso, te diré que su símil me parece un tanto anticuado y machista. Y no creas que De la Vega (que ha llamado a Rajoy «misógino recalcitrante») me ha contagiado su paranoia feminista. Soy más bien escéptica y francamente impaciente ante esa teórica actitud invasora del macho lascivo, sólo aplacada (o no) por el recato de la hembra púdica (o no). Pero, en fin, aceptaré la terminología que propones y llamaré «política de la rodilla» a lo que veníamos llamando «política de cesión» o, quizá más barroca y certeramente, «política de rendición preventiva».

Donde no tengo más remedio que atajar tu florida retórica es en la metáfora pornográfica y obscena que enreda al PP entre las sábanas de Zapatero. Ya está bien de endosar a la oposición los errores y fracasos del Gobierno: no somos responsables de la corona de espinas, ni de la kufiya, ni de la charlotada siberiana. Del mismo modo que no somos responsables de la que para mí es la mayor estupidez (y no es poco decir) que ha cometido Zapatero en esta agonizante legislatura: el proyecto de Ley de la Memoria Histórica, actualmente en tramitación.

Cuando la Historia juzgue a tu presidente por accidente, habrá quien excuse sus errores garrafales en política territorial con el argumento de que el potro de la reivindicación nacionalista ya se había desbocado. También habrá quien justifique sus cesiones a los terroristas como los gestos torpes pero en última instancia inocuos de un ingenuo de buena voluntad. Pero nadie, absolutamente nadie, podrá nunca sugerir que el pueblo español reclamaba siquiera minoritariamente una revisión selectiva del episodio más dramático de su Historia.

Cuando nos preparábamos para celebrar todos juntos el 30º aniversario de las primeras elecciones democráticas, el presidente del Gobierno se cruza en el camino iniciado por Suárez (que, increíblemente, va a compartir toisón de oro con el Rey de Arabia Saudí) y rompe el consenso político y social. Por soberbia, resentimiento o malicia, no sólo nos recuerda que España fueron dos, sino que además nos obliga a identificarnos con una y enfrentarnos a la otra. Zapatero lleva toda la legislatura promoviendo y practicando la división. Al PP lo ha llamado «facha» y a sí mismo, «rojo». Las dos cosas son falsas y ninguna de las dos tiene gracia. Ha querido ganar la Guerra Civil con 70 años de retraso para eliminar la alternancia democrática en España. Si aquélla es la «política de la rodilla», ésta es la del rodillo.

Un rodillo que ha laminado no sólo los principios básicos, sino los usos democráticos más elementales. Por primera vez desde el franquismo, detención ilegal de militantes de la oposición; por segunda vez desde el franquismo, espionaje sistemático a ciudadanos por parte de los servicios de inteligencia del Estado; y por enésima vez en la legislatura, silencios elocuentes y mentirosos desmentidos sobre las negociaciones con ETA. Si la credibilidad se mide por verdades constatadas, resulta imposible, como nos piden, que demos más crédito a los portavoces gubernamentales que a Gara. Sobre todo cuando vemos que el PSOE se dispone a pactar con Nafarroa Bai y que ETA ha vuelto a los ayuntamientos.

Treinta años después, Luis María, España necesita un nuevo impulso democrático. Por eso, antes de desviar nuestro Seat 600 hacia la Feria anticastellana de Francfort o hacia el Village universal de Dylan, cuéntame cómo fueron esos días efervescentes de junio de 1977, cuando los españoles renunciaron al ajuste de cuentas para construir juntos un país en libertad.

TOCABA LA CITARA CON PARSIMONIA

Querida Cayetana...

Bauticé yo hace un par de años a Zapatero como aprendiz de brujo. Me alegró ver esta semana, en las palabras de Aznar, que aquel bautismo ha tenido fortuna. Hace doscientos años, según escribí y publiqué, Goethe pensó en Zapatero cuando ideó la balada Der Zauberlehrling. La Historia de Europa está llena de aprendices de brujo, de hombres escoba que la suerte o el azar encaraman al poder y que, entonces, abren la redoma de los demonios familiares, para, en ausencia de los maestros -González, por ejemplo-, poner en marcha, de forma insensata, el artefacto del gobierno y, así, la máquina prodigiosa destroza todo lo que encuentra a su paso. Desde Indíbil y Mandonio, naturales de Ilerda (Lérida) y Ausa (Vich), por cierto, España ha padecido a muchos aprendices de brujo sobre todo en los siglos XIX y XX. Sus ocurrencias nos llevaron en esas centurias a cuatro guerras civiles, a reyes inventados de fuera, a confederalismos utópicos, a nuevos reinos de Taifas, al histórico catonalismo y a la independencia de Cartagena. Zapatero no es un caso nuevo. Hemos tenido varios Zapateros en los dos últimos siglos. Y antes también.

Goethe se enfrentó a las inundaciones del aprendiz de brujo, a la tendencia al juego del pirómano y el bombero, cuando ya había superado el Sturm und Drang, manantial del romanticismo y la nueva libertad. Lennovari ha escrito que el poema, constituido por catorce estrofas, dispone de siete octavas que alternan con siete sextinas; los primeros cuatro versos de las octavas están formados por cuatro troqueos y los últimos por tripodias trocaicas con rima alterna. Así, que Cansino Assens se volvió mico para traducir El aprendiz de brujo al español. Paul Dukas, un músico mucho más grande de lo que hoy se reconoce, transformó la balada literaria en poema sinfónico erizante, a la manera de un scherzo, construido en forma de fuga. Tres fagotes hacen sonido el tema del hombre escoba para repetirse luego de cien formas, como ha escrito Dufflocq, en una rutilante vestimenta orquestal donde están pintados los borbollones del agua, el creciente espanto del discípulo de González y sus gritos de socorro... Parece como si Dukas hubiera anticipado desde el aquelarre del Prestige a los incendios de Guadalajara, cuando se quemaron vivas once personas mientras Zapatero tocaba la cítara con parsimonia y delectación, como un neroncito de pitiminí.

Convertirse en presidente del Gobierno de una de las diez grandes potencias del mundo actual sin haber mandado nunca sobre media docena de personas sólo podía traer el desbarajuste que padecemos, el hombre deshabitado de Alberti, entre minotauros pensativos y ajados mármoles. Una nación que vivía en paz sin demasiadas tribulaciones, más cercana eso sí a Mahalia Jackson que a Mozart, se debate ahora sobre los filos ardorosos de la política cutre, zarandeada por los problemas que se ha inventado Zapatero desatando asuntos que no interesaban a casi nadie. La frivolidad, la ligereza, la indocumentación, las ocurrencias, las embestidas y las incertidumbres del presidente por accidente han caído sobre España como una plaga. El aprendiz de brujo, así lo escribí yo hace dos años, transformado en Zapatero I el de las mercedes, con el sabio Rubalcaba como cirineo, nos está haciendo un pie agua. A pesar del vagoroso apoyo que le ha prestado Rajoy, hay que obligar a dimitir al presidente aprendiz de brujo, ludópata político, por añadidura, como proclaman una y otra vez en las cenas privadas los dirigentes socialistas más sensatos.

Querido Luis María...

Pareces De la Vega en la sesión de control: le preguntas sobre la Ley de la Memoria Histórica y te contesta que los datos de contratación estable son espléndidos. La diferencia es que sus respuestas no tienen ningún interés y las tuyas, mucho. Coincido contigo en que «aprendiz de brujo» es lo mínimo que se puede decir de nuestro presidente-problema. Y te creo cuando aseguras que muchos socialistas apuran la legislatura con sigilosas críticas a su líder. No he tenido la fortuna de asistir a ninguna de sus cenas o cenáculos. Me basta con leer los periódicos; los de esta semana, sin ir más lejos:

Joaquín Leguina, en la presentación del último libro de Francisco Sosa Wagner: «Es necesario el sustento de las ideas frente a las ocurrencias de cualquiera que se presenta y gana las elecciones. El Gobierno al que apoyo, porque soy diputado, toma las decisiones y luego niega haberlas tomado. Esto nos va a dar quebraderos de cabeza. Estamos en manos de quienes tienen oportunismo o ninguna visión de Estado».

José Luis Balbás, artífice del acuerdo para aupar a un entonces desconocido Zapatero a la secretaría general del PSOE, en una entrevista en La Razón: «Zapatero usa la mentira como arma política. Es el puro adoctrinamiento. Su actitud es una impostura. Nos engañó con su política útil del Pacto Antiterrorista. Si nos hubiéramos dado cuenta en 2001 o 2002 de la deriva izquierdista y tercermundista en política internacional, desde el mismo Comité Federal del PSOE le hubiésemos echado. Zapatero ha roto la convivencia y el pacto implícito de la Transición entre izquierda y derecha. Lleva tres años dividiendo el país. Es la estrategia de los débiles y de los que no saben gobernar».

Pasqual Maragall, la víspera de abandonar su cargo como presidente del PSC, en una entrevista en El Periódico de Catalunya: "El desamor con Zapatero no nació de mí; no soy yo quien ha cambiado".

De Balbás, se dirá que es un bribón. Pero Leguina es un hombre prudente y el caso de Maragall es paradigmático. Has denunciado el ridículo duelo siberiano entre las selecciones de Cataluña y España. Tienes razón, y, sin embargo, lo curioso es que en Cataluña se está extendiendo un malestar colectivo, una corriente subterránea de frustración y enfado, por la falta de concreción del nuevo Estatuto. Mucha senyera, muchos derechos históricos, mucha bilateralidad y poco castellano, pero las infraestructuras y las inversiones no llegan. Zapatero ha engañado al conjunto de los catalanes como engañó a sus dos principales líderes políticos. Les ha dado mucho más de lo que debía, pero bastante menos de lo que les prometió. De ahí, Luis María, que, al igual que tus amigos socialistas, cada vez son más los catalanes sensatos que sentencian con lúcida decepción: «Zapatero no es un estadista. Es un estafista».