Dos en la carretera

El intercambio epistolar de este primer domingo de julio comienza con la vista de Luis María Ansón puesta en el pasado. La gira de los Rolling Stones le traslada a Londres y también al mítico concierto del estadio Vicente Calderón. Hoy, Él prefiere pasar de puntillas sobre la actualidad política para centrarse en los recuerdos y refugiarse en los libros, aunque da pie a debatir en torno a la muerte de nuestros soldados en el Líbano o sobre el regreso a España de Rato. Cayetana Álvarez de Toledo coge al vuelo los dos asuntos para descubrir a un Gobierno tocado y a un PP crecido, más unido que nunca y con moral de victoria, a menos de un año para las elecciones.

A RITMO DE ROCK AND ROLL DE LOS ROLLING

Querida Cayetana...

Disfrazado de señor antiguo, con corbata y todo, allí me fui, a oír a los Rolling Stones. Me invitaron tres teenagers: Pilar, la fruta tersa danzando igual que la llama de una hoguera; Verónica, que temblaba como una caña morena y verde, y Laura, la de los ojos claros.

A finales de los 60 vi por primera vez a los Rolling Stones en Londres cuando andaban de peleas y tensiones con los Beatles. Cuarenta años después, ahí estaban de nuevo en el estadio Calderón, rodeados de fuegos y luces, de llamaradas y estruendos, de una juventud nueva ensordecida y radiante. Adolescentes ombligueras y tibias, lolitas de vaqueros ceñidos como una segunda piel, jovencitas minifalderas, el muslo desafiante, danzaban al ritmo rock en la noche serena con llama que consume y no da pena. Aminadab tampoco parecía y la caballería, como en el verso de San Juan de la Cruz, a vista de las aguas descendía. Los brazos arriba, las palmas entrechocadas, los brillantes ojos encendidos, los mágicos pechos en danza, Madrid reconocía a los Rolling Stones ese puesto número uno que nunca abandonaron.

Me acordé, Cayetana, de la última concentración de jóvenes, más de un millón en Madrid, en torno a Juan Pablo II al que quería todo el mundo. Como siempre me han reventado los excluyentes, junto a la juventud de las comunidades de base cristiana, de los neocatecumenales, de las ONG religiosas, allí estaban 50.000 jóvenes, vibrando en el estadio, roqueros y felices. Y a mí que me gusta verlo todo, oírlo todo, sentirlo todo, tras un borrascoso pleno en la Real Academia Española, me instalaron en el mogollón del Rock and Roll. Disfruté como Pepiño Blanco cuando te lleva al teatro, asombrado ante el prodigio de Mick Jagger que se acerca el tío a los 70, pero que cantó y danzó incansablemente durante dos horas de delirio y truenos, de ritmo y fulgores, admirado por la nueva juventud y por la más joven de las actrices españolas, Belén Rueda, a la que no vi ni de lejos.

Y, claro, también vuelve Rodrigo Rato. Regresa para atender a su familia. Ha dicho la verdad. También la atendía, y ejemplarmente, cuando ocupaba cargos en el PP. Y vuelve sin riesgos. Si Rajoy, con tu ayuda, gana las elecciones y además se instala en Moncloa, Rato ocupará la vicepresidencia económica y te concederá suculentos presupuestos para tu ministerio de Cultura. Si Rajoy pierde, Rato será uno de los pesos pesados candidatos a sucederle. Tiene la edad dorada de los Rolling Stones y sabe cantar como nadie el rock político del éxito que no cesa.

Querido Luis María...

Lírico y perverso, barroco y cultísimo, escéptico y enamorado, erudito y carnal. Como un Humbert Humbert setentón, mitad dandi, mitad poeta, la mirada perdida entre los tobillos adolescentes y la memoria reencontrada en los versos de Juan de Yepes, así quieres que te imagine y que te escriba. Pero no lo consigo. Quizá si te hubieras dado una vuelta con Pepiño Blanco y conmigo por las calles de Chueca el pasado jueves, elegante y sobrio, como siempre, y te hubieras encarado contra los que abucheaban a Marta Sánchez, quizá entonces te ofrecería mi complicidad para alimentar tu mito de caballero libertino. Pero tú, monárquico recalcitrante, escogiste la otra fiesta, la de sus atávicas majestades, y nos abandonaste a los que queríamos celebrar lo que ni siquiera en Londres pudiste presenciar hace cuarenta años: una marea humana de plumas, aceite y tacones de aguja que reivindicaba por reivindicar y disfrutaba porque lo merece. Me dirás que mi fiesta era tan convencional como la tuya; y tienes razón. Pero ¿qué o quién no lo es en esta España de fin de ciclo?

Para mí, los Stones eran la música (buena) de los mayores. Mick Jagger se ha deslizado siempre sobre la finísima línea que separa lo sublime de lo ridículo y, casi siempre, ha tropezado hacia el lado bueno. Peor funámbulo es Keith Richards, por no hablar del frustrado contable que aporrea la batería y del resto de miembros del grupo, con sus leyendas malditas, como Brian Jones, y sus funcionarios competentes, como Ron Wood o Bill Wyman. La verdad es que, más o menos inspirados, los Rolling Stones han mantenido una capacidad de desafío, un equilibrio entre la voluntad férrea de triunfar y la calculada desfachatez antisistema, que les ha permitido recorrer casi medio siglo sin perder completamente la dignidad. Salvo un par de baladas más bien cursis, sus canciones siguen sonando un poco impertinentes y un poco descaradas. Divertidas, animadas, cachondas, intrascendentes, irreverentes, y, gracias a Dios, sin mensaje. En definitiva, Luis María: comparar a los Stones con los Beatles es como comparar el bloody mary con el zumo de tomate.

Me echas el cebo de Rodrigo Rato y yo, claro, lo muerdo. Te lo dije hace unos meses, cuando el blando todavía eras tú y nadie apostaba por el PP: somos cada día más. Se han acercado los que estaban lejos y han llegado los que estaban cerca. Vamos a dar la batalla todos juntos y vamos a ganar. Dicen que el poder une, que no hay mejor pegamento que el reparto de cuotas de poder. Pues bien, yo te digo que el PP de Rajoy, arrinconado en la oposición y acosado por todos los frentes, ha mantenido prietas las filas como ni siquiera el PSOE de Zapatero, con sus mercedes, lo ha conseguido. Todo el talento socialista, de Almunia a Solana, de Guerra a Borrell, mantiene las distancias, mira avergonzado hacia otro lado, calla y otorga. ¿Te imaginas a cualquiera de ellos sumándose al proyecto de nuestro intrépido Metternich? Decía el gran diplomático austriaco que la mayor virtud de un hombre de Estado no es saber qué concesiones hacer, sino cuándo hacerlas. En sus recientes correrías por Bruselas, Zapatero ha vuelto a demostrar que no sabe ni lo uno ni lo otro.

TOROS Y POLITICA, EL LIBANO E IRAK

Querida Cayetana...

Mira por donde, acudí a la boda del hijo de Palomo Linares con la idea de descansar un rato del incesante gorjeo político y hablar de toros pues me encanta ese vocabulario personalísimo que envuelve a la fiesta nacional. Marina Danko organizó en la iglesia de Aranjuez y en El Palomar una boda perfecta, sin un fallo, con el más mínimo detalle cuidado hasta el esmero para satisfacción del medio millar de invitados que eran una síntesis de la vida española actual.

En mi mesa estaban Fernando Botero y su interesante mujer griega, Sophia Bari; el expresidente de Colombia Pastrana y su hija; José María Aznar y ese prodigio de sencillez y naturalidad que se llama Ana Botella; y Federico Trillo con su inteligente mujer, siempre en su sitio.

Pues no, no hablamos de toros, querida Cayetana. Aznar se carcajeaba alegremente de Zapatero que ese día se apuntó como propio el éxito que el expresidente había alcanzado en Niza. 29 votos de Alemania por 27 de España, mientras Zapatero I el de las mercedes para que los germanos le prestaran atención y no le trataran como a un pardillo apoyó una fórmula por la que Alemania pasaba a 180 y España a 60. Y además a Zapatero le siguieron tratando como a un pardillo. Aznar habló en Varsovia con los gemelos polacos que sacaron a nuestro presidente por accidente las castañas del fuego, regresando al éxito del expresidente en Niza. Ah y tampoco participó Aznar en la guerra de Irak. La apoyó, es cierto, pero en aquella contienda de 20 días no intervinieron soldados españoles. Después, por decisión unánime del Consejo de Seguridad de la ONU, conforme a la legalidad internacional, 32 naciones, entre ellas España, enviaron tropas para la pacificación y reconstrucción del país, lo mismo que en el Líbano o Afganistán. Siempre estuve contra la guerra de Irak, mucho antes de que artistas subvencionados y agitadores la utilizaran como pedrada electoral. Pero lo cortés no quita lo cavanillas y la verdad es que nuestras tropas pisaron Irak tras la decisión del Consejo de Seguridad de la ONU.

Ah, en la boda del hijo de Palomo Linares y Marina Danko pude hablar de refilón con Fernando Botero de arte, incluso con el Viti, de toros. Lo demás fue conversación política y política, solo política, como nos suele ocurrir en esta correspondencia en la que tú y yo avanzamos juntos por una carretera que a ti te conduce al Ministerio de Cultura y a mi a contemplar tu rubia inteligencia.

Querido Luis María...

«Corremos riesgos. Es nuestro trabajo y hay que asumirlo. No llevamos margaritas; llevamos fusiles. No jugamos con los tratados de Ginebra; jugamos con terroristas». Estas palabras no son las de nuestro actual ministro de Defensa, que con inusitada gallardía ha optado por echar la culpa a los mandos militares. Ni desde luego del anterior, el heroico Bono, que se extralimitó en su interpretación de El novio de la muerte para afirmar: «Prefiero que me maten a matar». No: son las palabras de Luis Cruz, un joven compañero de los seis caídos en el Líbano el pasado domingo. A sus veinte años, este soldado tiene la lucidez (es decir, la más inteligente muestra de valentía) de la que carece nuestro presidente del Gobierno.

Ya nos enseñó Isaiah Berlin, y la vida, que la ética no sólo consiste en escoger los valores positivos, sino también en reconocer que éstos no son siempre compatibles. Es inevitable: en el margen, hay que priorizar. Es cobarde limitarse a ensalzar la paz universal cuando hay otros valores en juego. Hace mucho tiempo que España no ha usado la violencia en sus relaciones internacionales de forma agresiva, abusiva o injustificada. Cada vez que nuestro Ejército ha actuado ha sido para defender una causa justa (y, a menudo, inalcanzable por idealista). De Mostar a Perejil, de Bagdad a Kabul. En todos estos casos, el margen de tranquilidad moral ha sido muy amplio. No deberíamos tener el menor remordimiento en apoyar un ejército eficaz en su misión, que es precisamente la de utilizar la violencia para garantizar la justicia y la libertad.

No hay mejor forma de honrar a nuestros muertos que reconocer esta verdad fundamental. Y, por encima de todo, no hay mejor manera de dar sentido y, por lo tanto, ánimo a los miles de soldados que se siguen jugando la vida lejos de España. Aquí es donde falla estrepitosamente Zapatero. Este es el primer eslabón de una gruesa cadena de errores: medios deficientes para los vivos, medallas de segunda para los muertos, y un silencio vergonzante y vergonzoso ante un pueblo en duelo que merece una explicación de su presidente. Por eso no sólo hay que exigirle a Zapatero que dé la cara y garantice la seguridad de nuestras tropas. También hay que pedirle que aparque su prurito progre y sus cálculos electoralistas, y reconozca que hay veces en que la defensa de valores superiores sólo es posible mediante el uso de la fuerza. Claro que eso requiere coraje y claridad, Luis María. Demasiado pedir a quien ha apostado todo su capital político a una sola palabra que, en tres años de mentiras y manipulaciones, ha perdido su sentido. Con Zapatero, ¿qué significa «buscar la paz»? Fuera, hacer la guerra a los terroristas. En España, negociar con ellos.

LIBROS DE LECTURA IMPRESCINDIBLE

Querida Cayetana...

Y dos libros. Lo he pasado estupendo leyendo Esta es mi gente de Ramón Núñez Centella, historias de 46 científicos contadas por otro científico, y grande, y además con sentido del humor. Un libro transparente, como diría Arturo Pérez Reverte, tan certero como siempre en la adjetivación y los jardines. José Antonio Expósito ha preparado una edición crítica de Juan Ramón Jiménez que titula Libros de amor, 1911-1912, libro inédito. De imprescindible lectura, créeme. «Junto al pozo del claustro te suspiré, mi amor, versos de San Juan de la Cruz...». Es un Juan Ramón distinto, erótico y sensual, que revela a un poeta insólito y siempre en la cima de la calidad lírica.

Richard Estes quiere derrotar a la pintura con la fotografía en el museo Thyssen. No lo consigue, claro. Pero sería absurdo negarle imaginación, aliento provocador, calidad artística. Me formé en un periódico especialmente gráfico y me ocupé del huecograbado durante muchos, muchos años. Por mis manos han pasado centenares de miles de fotografías. Escribo desde la experiencia y no, no he perdido el tiempo en la exposición del Thyssen, no dejes de ir, Cayetana, que no sólo del regreso de Rato vive el hombre.

Y retornemos al comienzo de nuestro viaje de hoy porque la desgracia y la muerte se enroscaron en el concierto de los Rolling Stones, cuando se desmontó la escenografía. Un accidente lamentable que exige reparación. Mick Jagger es un bala perdida pero ha sabido condolerse. Es un canto rodado pero su consternación por lo ocurrido ha sonado a real. Hace 25 años los Rolling triunfaron en el mismo escenario del Calderón pero no hubo tragedia. Todo fue una fiesta.