Dos historias de Alfayates

Por Ramón Trillo Torres, magistrado del Tribunal Supremo (ABC, 21/02/03):

En una villa de mi tierra gallega había un sastre, al que llamaban El Fátima, que cuando alguien acudía a encargarse un terno no le tomaba las medidas en pie con la cinta métrica, sino que sustituía esta operación por la más directa de extender la tela en la amplia y sólida mesa que tenía en su obrador, ordenar al cliente que se tendiese sobre ella en posición de cúbito supino y a continuación empezar a cortar, siguiendo el perfil del cuerpo que iba a ser portador del futuro traje. Omitía así el paso intermedio de la abstracción matemática de los números y en caso de queja tenía a su favor el argumento de que había cortado sobre molde vivo, por lo que la eventual falta de armonía entre el cliente y su nueva veste habría que atribuirla a defecto del cuerpo, nunca a impericia del artífice, que con su orgánica técnica afirmaba que se evitaba cualquier error de apreciación.

En estos días, una parte importante de las gentes del mundo se percibe humillantemente tendida sobre un paño cuya calidad y color cree desconocer y ante ella erguida a la democracia más rica y poderosa de la Tierra, que con unas tijeras colosales en la mano se dispone a cortar en carne viva un traje que aquellas piensan que todavía no le han encargado.

Esta sensación tan común entre muchos ciudadanos ofrece un contraste violento con la que percibe de sí misma la potencia mundial que se dispone a sajar en crudo lo que considera una peligrosa llaga infectada.

Si se lee uno de los libros más inteligentes y densos sobre relaciones internacionales que se han escrito en los últimos años, -«Diplomacia» de Henry Kissinger-, se encontrarán algunas de las claves que en los próximos tiempos probablemente serán vectores que marcarán la dirección política de los Estados Unidos y que en sus líneas esenciales van a ser seguidas por sus gobernantes, cualesquiera que estos sean, del mismo modo que cuando en el siglo XIX explosionó el ansia imperial de Inglaterra a la postre el pío y liberal Gladstone, arropado en jaculatorias bíblicas, siguió una política no menos imperialista que el más frío, pragmático y tory Disraeli.

Nos habla el Dr. Kissinger de los dos modos en que desde un principio se expresó la política exterior norteamericana, que personificaron los presidentes Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson, porque aunque ambos partían de la especial virtud moral y política de su país y de la idea de que la paz depende sobre todo de promover las instituciones democráticas, mirándose en el espejo de su propia historia, sin embargo mientras el primero insistió en identificar un interés nacional que fuese servido con la fuerza -el caso de Cuba- Wilson tenía una visión más mesiánica del destino de los Estados Unidos, al sostener que las naciones serían juzgadas por las mismas normas éticas que las personas y que el interés nacional consistiría, más que en un equilibrio de poder, en crear un sistema internacional de derecho.

Repasada la historia del siglo XX, el ex Secretario de Estado nos dice que en el siglo XXI «los gobernantes norteamericanos tendrán que expresar ante su público un concepto de interés nacional y explicar cómo se atiende a ese poder nacional, en Europa y Asia, manteniendo el equilibrio de poder. Necesitarán socios para mantener el equilibrio en varias regiones del mundo y no siempre se les podrá escoger sobre la base exclusiva de consideraciones morales. La guía esencial para la política de los Estados Unidos deberá ser una clara definición del interés nacional».

Resulta obvio que sobre el fondo ideal de libertad que siempre estuvo en lo profundo de la política norteamericana, la balanza tiende a inclinarse en cuanto a los medios hacia la visión rooseveltiana, entre otras razones porque el desenganche de Estados Unidos de una mínima igualdad con el resto de las potencias le ha generado una soledad imperial, que naturalmente le lleva a identificar su propio interés con el interés universal, al sentir que sólo ellos son capaces de defender posiciones que consideran intocables, tanto en el plano ideológico como en el económico, al ser el resultado de ideas que tienen a su favor el propio y evidente éxito de su modelo de convivencia.

Por eso va a ser muy difícil que aquellos países que no quieren perder el pie firme que han tenido en la historia o los pueblos que no desean gobernarse desde la lontananza, no reaccionen con actitudes de enfrentamiento que expresan una natural desazón, en la que tampoco cabe excluir que a veces quien se pinta de paloma no sea más que un simple palomino.

César González-Ruano fue un personaje de la vida literaria madrileña, eminente articulista en este mismo periódico, que siempre mantuvo unas relaciones poco amistosas con el dinero, lo que no le facilitaba la tarea de atender a sus gustos caros, entre ellos los de ser pincho en el vestir. De él se cuenta la anécdota de que un día se acercó con un amigo a encargarse un traje a uno de los mejores sastres de Madrid. Eligió una espléndida franela inglesa, la mejor que tenía el sastre, y encargó forros de la más fina calidad. Como al descuido, mientras le tomaban las medidas, preguntó el precio final y a continuación se enzarzó en un recio combate dialéctico con el alfayate para obtener una rebaja, que al cabo de un buen rato consiguió que fuese bastante sustanciosa. Al salir a la calle, el amigo le comentó que no comprendía cómo había gastado tanto tiempo y energía en el regateo, si de todas formas no pensaba pagar.

-Hay que tener consideración con la gente, es para que pierda menos.

Esa misma gran potencia que a veces da la sensación de que humilla a las otras naciones, cree percibir por su parte que nosotros los europeos marchamos airosos y jocundos por la calle ataviados de rica franela bien cortada, cuyo paño y corte ha puesto ella y a la que encima regateamos un precio que ni siquiera estamos dispuestos a pagar.

Hace unos días hubo fiesta catalana en Madrid con ocasión de entregarle el premio Blanquerna a Jorge Semprún. En sus palabras de agradecimiento, se mostró boulevardier, pero sin eludir algunos temas comprometidos. Respecto a la grave situación actual, dijo dos cosas importantes y en su boca nada sospechosas: primera, cuidado con ciertas visiones angelicales: Francia tiene importantes intereses petrolíferos en Irak; segunda, los viejos satélites de Rusia han dado mucha más importancia a la entrada en la OTAN, porque en ella ven a EE.UU., que a su acceso a la Unión Europea.

No se oye todavía la detonación de la batalla, pero el sonido ambiental es ronco, como el que inicia la obertura de «El Oro del Rhin». Por eso todavía puede evocarse la frase cínica de Ortega, «entre César y Picrochole no hay más espacio que el de una derrota».
La honestidad intelectual nos indica que la frase tiene también valor enunciada a la inversa.

Pocos en España saben quien es Picrochole, pero ningún francés lo ignora...

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