Dos hombres y un castigo

Comprendo bien que millones y millones de españoles se hayan despertado esta mañana con el dedo en el gatillo con la misma mezcla de sentido de la inminencia y nerviosa incredulidad que debieron de experimentar los soldaditos bolivianos que en la última escena de la película Butch Cassidy and the Sundance Kid cercaban la plaza del pueblo apuntando con sus rifles al lugar en que se habían guarecido malheridos aquellos dos legendarios bandidos yanquis.

Y no me vengan con que el esfuerzo de imaginación que hay que realizar para ver a Zapatero encarnado por Paul Newman, y no digamos a Rubalcaba interpretado por Robert Redford, es excesivo, pues seguro que la verdadera catadura de los salteadores de caminos en los que se inspiró George Roy Hill para rodar esa saga/fuga aún se alejaba más de los dos iconos de Hollywood.

La cuestión esencial es que a dos fulanos que han cometido todo tipo de fechorías les ha llegado su hora y que su suerte no está en manos de un solo ejecutor, sino de una multitud de bocas de fuego tras las que laten con ansiedad los corazones de otros tantos seres anónimos que en definitiva representan a todas las víctimas de su carrera de desmanes.

El que la inmensa mayoría de esos soldaditos no conozca personalmente a los dos fugitivos tiene la enorme ventaja de que no se dejarán influir ni por el carisma del uno -Butch Cassidy, el de las brillantes ideas de bombero-, ni por el peligro del otro -Sundance Kid, el pistolero más implacable del Oeste-, a la hora de cumplir con su deber.

Por eso mismo estoy seguro de que a los millones y millones de españoles que no se sienten seducidos por Zapatero ni tienen miedo de lo que pueda hacerles Rubalcaba, tampoco les temblará el pulso al introducir en las urnas las papeletas que hoy pueden liquidarles políticamente para siempre.

Puede parecer extraño que unas elecciones autonómicas y municipales se hayan convertido en la oportunidad de noquear a un jefe de gobierno y a su vicario y sucesor in péctore, pero más raro aún fue que dos bandidos norteamericanos encontraran su merecido en Bolivia. Ellos huyeron en esa dirección, ellos eligieron ese destino, de igual manera que Zapatero y Rubalcaba se han negado a dar la cara de otra manera, adelantando las elecciones generales o planteando al menos una cuestión de confianza tras la esencial rectificación de su programa electoral, hace ahora algo más de un año.

Cualquiera que vote hoy contra ellos puede estar seguro de coprotagonizar un acto de elemental justicia. Y eso es así al margen de que el uno sea cordial y el otro no; al margen de que el otro sea malvado y el uno no. Hoy se han acabado los circunloquios sobre las grietas del infernal empedrado por las que se pierden las buenas intenciones y los arrecifes contra los que se estrellan los propósitos de enmienda. Hoy enmudece Jano y está cerrado el parque de atracciones de Pearl Harbor. Hoy todo es mucho más simple: tanto tienes, tanto vales. Y si por sus obras les conoceréis, a estos dos nos los tenemos en efecto muy sabidos.

Si exceptuamos aquellas encrucijadas morales del 95 y 96 en las que González comparecía desafiante cuando la perpetración y el encubrimiento del crimen de Estado -del que también era partícipe Rubalcaba- estaban ya en el escaparate, en 35 años de democracia nunca ha habido tantos motivos como hoy para votar contra un gobierno. Y es que en estas tres décadas y media jamás ha habido un ejecutivo cuya gestión haya sido tan dañina para la prosperidad de los españoles y la estabilidad de nuestra democracia.

Zapatero y Rubalcaba no es que lo estén haciendo mal, sino que son una catástrofe rodante, hasta el extremo de que ya veremos si en algunos de los parajes que han hollado volverá nunca más a crecer la hierba. La combinación de las iluminaciones fantasiosas del uno y el utilitarismo sectario del otro ha resultado ser una mezcla explosiva cuya detonación ha devastado hasta el último rincón de la sociedad española. Sólo les faltaba la ocurrencia compartida de montar a la pobre Elena Salgado en la bicicleta de la economía, y empujarla frívolamente de aquí para allá y de allá para aquí, mientras las gotas de lluvia de la crisis se iban convirtiendo en la más implacable granizada.

Estos dos señores son los culpables directos de que en España -y sólo en España- haya cinco millones de parados porque primero fingieron ignorar la crisis; luego trataron de convertirla en campo de batalla ideológico, negándose a promover el pacto de Estado que las gravísimas circunstancias requerían y emprendiendo la loca huida hacia delante del déficit y el endeudamiento; y, finalmente, han tratado de engañar a la vez a la Unión Europea, a los agentes sociales y a la opinión pública jugando al mete y saca de unas reformas tan resueltamente proclamadas como tibia o nulamente ejecutadas, con el resultado que todos palpamos día a día.

No es verdad que estemos saliendo de la crisis. Todo lo contrario. Algunos indicadores macroeconómicos -comercio exterior, prima de riesgo- pueden oscilar en función de coyunturas generales, pero la realidad a pie de calle nunca ha sido peor. La mayoría de las pymes, autónomos y comercios que han sobrevivido están en las últimas. Muy pocos españoles compran, casi ninguno paga.

Esta semana he estado con la directiva de Asedas, la patronal de los veinte mil y pico supermercados que hay en España. El Consejo de Ministros debería escuchar sus verdades del barquero: quienes hace un año compraban ternera, ahora compran cerdo; quienes compraban cerdo, compran pollo; quienes compraban pollo, se tienen que conformar con las legumbres. Las medias pechugas ya no se empaquetan de dos en dos, sino de una en una. Todo se vende a granel o garbanzo a garbanzo. Nadie adquiere comida preparada. En la cesta de la compra no se mira el euro, sino el céntimo de euro.

El peluquero me contaba el otro día que cada vez son más los clientes a los que al ir a pagar, resulta que se les ha olvidado la cartera: uno de ellos le dejó en prenda un par de bolsas de unos grandes almacenes y cuando pasaron las horas sin que el tipo compareciera resultó que estaban llenas de cartones. La facturación publicitaria de los periódicos en el primer semestre de 2011 va a ser el 50% de la del primer semestre de 2007. Esta pareja nos ha empobrecido y nos empuja aceleradamente a la miseria. Si no acabamos con ellos en las urnas, ellos acabarán con nosotros desde la incompetencia de sus despachos.

Durante tres años hemos tenido que aguantar estoicamente todas las chapuzas de quita y pon, a base del Plan E, el cheque bebé, los 400 euros, las ayudas a parados de larga duración, la reducción del sueldo a los funcionarios, mientras se permite a las autonomías seguir contratando más y más; la reforma laboral que ya hay que volver a reformar, la prolongación de la edad de jubilación, mientras se autorizan escandalosas prejubilaciones… Suma y sigue.

Espero que hoy sean ellos los que reciban su merecido y que en la determinación de gran parte de esos millones y millones de votantes pese también la progresiva autodestrucción de nuestro Estado constitucional con la idiotez legislativa del Estatuto catalán, cuya anómala vigencia sigue dañando diariamente aspectos básicos de la igualdad entre los españoles sin tan siquiera contentar a nadie; y con la imbecilidad política del innecesario regreso de ETA a las instituciones a través de Bildu que tantos quebraderos de cabeza -ojalá sólo simbólicos- va a acarrearnos muy pronto.

Zapatero y Rubalcaba heredaron hace siete años una España con muchos problemas y un tremendo trauma. El uno se hizo cargo del Gobierno y el otro del Parlamento. Nadie, excepto Mario Conde, culpaba entonces de sus desdichas al «sistema». Transcurrido este tiempo los problemas de antaño se han agravado exponencialmente, el tremendo trauma se ha sepultado en la falacia y tenemos a decenas de miles de jóvenes en la calle haciendo una enmienda a la totalidad.

Más allá de las grandes dosis de impostura que pueda haber tras la aparente paradoja de que cuando gobernaba Aznar los manifestantes clamaban contra la derecha y ahora que gobiernan Zapatero y Rubalcaba lo hacen contra la bóveda del cielo, es cierto que nunca el prestigio de la clase política y el crédito de las instituciones democráticas habían caído tan bajo y que puestos a repartir las culpas debe haber cera para todos. ¿Es consciente, por ejemplo, Rajoy del daño tremendo que -sea cual sea el resultado de hoy en Valencia- está causando a la credibilidad de su proyecto y al bien de la Nación su obstinación en permitir presentarse al impresentable Camps y sus secuaces?

También es verdad que en España hay más de una administración pública y que si algo ha brillado por su ausencia en esta lamentable campaña en la que los acampados en Sol se han aprovechado del inexorable principio de Arquímedes ha sido cualquier atisbo de autocrítica por parte de los rectores de comunidades y ayuntamientos. Nadie, ni desde el poder ni desde la oposición, se ha comprometido a cerrar su televisión autonómica, a eliminar los coches oficiales o requisar móviles y tarjetas de crédito con cargo al erario.

Pero al final el que manda, manda y ese no es otro que quien tiene el BOE a su disposición. Si la culpa es del Gobierno, Zapatero y Rubalcaba son los responsables por razones obvias. Si la culpa es del sistema, Zapatero y Rubalcaba son los responsables por no haber impulsado su regeneración y su reforma, por haber permanecido impávidos ante su descrédito, o más aún por haberlo erosionado desde el mismo instante en que proclamaron alegremente que la Nación española era algo «discutido y discutible».

Don't get mad, get even. No es la hora del cabreo, sino la del desquite. Un 0,2% de los españoles ha participado estos días en heterogéneas acampadas de protesta fruto de una muy comprensible indignación contra todas las amputaciones de las que están siendo víctimas. La décima parte de ellos o sea un 0,02% de los españoles pretende convertir ese movimiento en un pulso revolucionario al Estado y la izquierda se frota las manos pensando en su gran utilidad de cara a una dinámica similar a la del Prestige, Irak y el 13-M cuando vuelva a gobernar el PP.

Para el 99,8% de los españoles que no han ido a ninguna acampada y que, sin dejar de sentir simpatía por su idealismo ni de respaldar su indignación, han pasado a contemplarlas con creciente alarma por su desacato a la legalidad, la vía del desquite no es, no puede ser otra que las urnas. El ejercicio del derecho al voto por el que pelearon varias generaciones de demócratas. Porque como ya se demostró tras el 23-F o en la encrucijada moral de hace 15 años los problemas de la democracia se resuelven ejerciendo la democracia. Eso no significa que votar sea suficiente -lo más positivo del movimiento 15-M es que ha puesto de relieve la urgencia de acometer reformas en las anquilosadas reglas del juego-, pero sí que votar es necesario.

En primer lugar para castigar a Zapatero y Rubalcaba. Para que sepan lo que pensamos de lo que nos han hecho. En segundo lugar, para exigirles que disuelvan el Parlamento, convoquen elecciones generales para el otoño y acorten así en medio año este agónico ir a menos día a día, del bovino al porcino, de las dos medias pechugas a la única media pechuga, quien sabe si para compartir entre dos. Que esta pareja se marche no es garantía de que vaya a arreglarse todo, pero hasta que esta pareja no se marche no habrá la menor oportunidad de que se arregle nada.

Si alguien que comparta este diagnóstico tiene todavía alguna duda de qué hacer con su voto, no tiene más que volver a ver la escena final de aquella película de los cuatro Oscar que en España se llamó Dos hombres y un destino y disfrutar poniendo en boca de los culpables de nuestra ruina el intercambio final de reproches entre Butch Cassidy y el Sundance Kid cuando ambos se saben perdidos.

Zapatero.- Jamás supiste disparar. Ni siquiera al principio…

Rubalcaba.- Y tú solo sabes hablar.

Zapatero.- Se me ocurre un sitio genial para ir…

Rubalcaba.- Tus ideas geniales nos han traído hasta aquí. No quiero volver a oír una idea tuya más…

Zapatero.- Australia.

Rubalcaba.- ¿Esa es tu idea genial?

Zapatero.- Y aún me quedan muchas más.

El de hoy sí que es un voto útil. ¿Se imaginan qué gozada? ¡Australia! Imposible mandarles más lejos. Patada hacia las antípodas.

Por Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.

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