Dos hurras por la caída demográfica

Desde que China aboliera su política de un solo hijo el 1 de enero de 2016, los nacimientos anuales, después de un aumento temporal a 17,86 millones ese año, han caído desde 16,55 millones en 2015 a 15,23 millones en 2018. No debería sorprender a nadie que no ocurriera un auge de nacimientos.

Ninguna otra economía exitosa del Este de Asia ha impuesto nunca una política de un solo hijo, pero todas tienen tasas de fertilidad muy por debajo del nivel de reemplazo. La de Japón es 1,48 hijos por mujer, mientras que Corea del Sur y Taiwán son 1,32 y 1,22, respectivamente. Podemos estar casi seguros de que la tasa de fertilidad de China seguirá bien por debajo del nivel de reemplazo, incluso si se eliminan todas las restricciones al tamaño de las familias.

Inevitablemente seguirá una caída demográfica. Según la proyección media de las Naciones Unidas, el total de la población de Asia del Este se reducirá desde los 1,64 mil millones actuales a 1,2 mil millones en 2100. Tampoco es un fenómeno específico de esta región. La tasa de fertilidad de Irán (1,62) está bien por debajo del nivel de reemplazo, y la de Vietnam con 1,95 también, aunque menos marcadamente. En todo el continente americano, desde Canadá (1,56) a Chile (1,76), las tasas ya están por debajo de dos, o disminuyendo con rapidez hacia esa marca.

El patrón claro es que las economías exitosas tienen menores tasas de fertilidad: la de Chile es mucho menor que la de Argentina (2,27), y los estados indios más ricos, como Maharashtra y Karnataka, ya exhiben tasas de cerca de 1,8. En los estados más pobres de Uttar Pradesh y Bihar todavía se observan tasas de fertilidad sobre tres.

Siempre deberíamos tener cautela antes de inferir reglas universales de conducta humana pero, como sugieren Darrel Bricker y John Ibbitson en su reciente libro Empty Planet: The Shock of Global Population Decline (Planeta vacío: el impacto de la caída demográfica mundial), parece que podemos identificar una. Desde que las tasas de fertilidad de Estados Unidos y Europa Occidental primero bajaron de la marca de dos en la década de los 70, solo ocurren tasas mayores (por ejemplo, en Estados Unidos, en que el promedio estaba justo por encima de dos entre 1990 y 2010) donde los inmigrantes de primera generación de países más empobrecidos las traen consigo.

En todas las economías exitosas en que las mujeres están bien educadas y son libres de elegir si tener hijos, existe una tasa de fertilidad inferior al reemplazo, resultante del promedio de conductas individuales diversas. Por lo general, entre un 15 y 20% de las mujeres eligen no tener hijos, muchas optan por uno o dos, y algunas por más todavía. Todas sus opciones son dignas de respeto; en promedio, probablemente tenderán a ocasionar una baja demográfica gradual.

Muchos lamentan esta contracción demográfica, ya que implica que menos trabajadores tendrán que sostener a un creciente grupo de adultos mayores. Sin embargo, si bien sería difícil de manejar un declive poblacional muy rápido, como el que puede experimentar Japón, las tasas de fertilidad moderadamente por debajo del nivel de reemplazo (digamos, un 1,8) no solo serían manejables, sino también positivas para el bienestar humano.

Los sistemas de pensiones se pueden hacer asequibles si se elevan las edades de jubilación, lo que incentivará a las sociedades a promover un envejecimiento saludable, con buena salud física y mental hasta bien entrados en lo que antes se consideraba una edad avanzada. Si las fuerzas laborales van declinando ligeramente, haciendo más escasa la mano de obra, se podría compensar el impacto adverso de la automatización en los salarios reales y la desigualdad.

En tanto, a nivel planetario, mientras más baja sea la población mundial, menos grave será la competencia por el uso de las tierras a causa de la creciente demanda de alimentos, la necesidad de generar bioenergía en una economía con nivel cero de emisiones de carbono y la deseabilidad de preservar la biodiversidad y la belleza natural.

Debemos dar la bienvenida a la caída demográfica, siempre y cuando sea resultado de una libre elección. En contraste, gobernantes masculinos autoritarios y chovinistas, como el Presidente ruso Vladimir Putin, el Presidente turco Recep Tayyip Erdogan o el Presidente brasileño Jair Bolsonaro ven el crecimiento demográfico como un imperativo nacional y una alta fertilidad como un deber femenino. E incluso analistas no chovinistas suponen que hay algo poco natural o no sostenible en la caída poblacional, que las sociedades envejecidas inevitablemente serían menos dinámicas y que la inmigración a gran escala es la respuesta esencial al declive demográfico.

Pero las exhortaciones de los dirigentes autoritarios chovinistas no tendrán eficacia mientras las mujeres tengan libertad de elegir. Y quienes proponen la inmigración como la solución a un problema que se exagera deben enfrentar una sencilla realidad: si todos los habitantes de la Tierra disfrutaran de prosperidad y libertad de elegir, la inmigración desde otros planetas no sería una respuesta factible al probable declive demográfico mundial resultante.

De todos modos, es probable que estemos a un siglo de ese declive. De hecho, el mayor desafío demográfico para el bienestar humano no es la baja fertilidad y el envejecimiento de la población, sino más bien las altas tasas de fertilidad y el rápido crecimiento de la población, como todavía se ve en Pakistán, gran parte de Oriente Medio y África, donde la población total, según estimaciones de la ONU, podría pasar de los 1,3 mil millones actuales a 4,5 mil millones para 2100, incluso si para entonces la tasa promedio de fertilidad africana baja a cerca de los niveles de reemplazo (llegando a 2,14 en la proyección media de las Naciones Unidas).

Bricker e Ibbitson plantean que la caída de la fertilidad podría ser más pronunciada que lo que sugiere la proyección media de la ONU. Pero el declive reciente ha sido más lento que lo previsto por esta entidad hace 10 años. Como resultado, las previsiones de población mundial para 2050 han aumentado desde 9,2 mil millones en la proyección realizada en 2008 a 9,8 mil millones en la última revisión de 2017. En algunos países norafricanos, como Egipto y Argelia, el declive en las tasas de fertilidad se ha revertido en los años recientes, antes de alcanzar el nivel de reemplazo.

El crecimiento demográfico resultante en el África Sub-sahariana y del Norte dificultará el logro de la inversión per cápita necesaria para sostener un rápido crecimiento económico o crear empleos a un ritmo suficiente como para absorber una creciente población en edad laboral. A su vez, es probable que la población joven y desempleada amenace la estabilidad política por varias décadas.

Una aceleración del declive de la fertilidad sería enormemente beneficiosa para estos países y, además, facilitaría el logro de la sostenibilidad mundial. Afortunadamente, no requeriría una coerción inaceptable como la política china de un solo hijo. Bastaría con educar a las niñas, darles acceso a métodos anticonceptivos y liberarlas de las exigencias chovinistas de los líderes conservadores religiosos o políticos. Deberíamos hacer de esto una gran prioridad.

Adair Turner, a former chairman of the United Kingdom's Financial Services Authority and former member of the UK's Financial Policy Committee, is Chairman of the Institute for New Economic Thinking. His latest book is Between Debt and the Devil. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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