Dos jóvenes por la libertad

Desde antes del golpe decisivo a la dirección de la banda terrorista en Bidart, el 29 de marzo de 1992, la eficacia de la policía española se ha asentado en gentes como los jóvenes guardias civiles Raúl Centeno y Fernando Trapero. La banda terrorista que ustedes conocen empezó su declive un domingo de marzo, hace más de quince años, cuando la policía francesa, con la inteligencia decisiva de la Guardia Civil, propinó el sartenazo más contundente de los muchos que han recibido estos profesionales de la muerte ajena.

Hay dos bandas terroristas distintas, la de antes de Bidart y la de después. La que antes del 92 pensaba que la derrota del Estado estaba cerca, y se iba a concretar en los Juegos Olímpicos de Barcelona o en la Expo de Sevilla, y la que después del 29 de marzo asume que el Estado vencerá y trata de salvar los muebles con un frente nacionalista. Desde entonces hasta hoy, la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía viven en el Sureste de Francia. Esta estancia continuada, y llena de riesgos, es la clave que explica que la policía haya aumentado espectacularmente su eficacia, que cada vez pase menos tiempo desde que se desarticula la dirección de la banda hasta que se ataca y detiene a la que la sustituye. Cada golpe policial deja a ETA más debilitada, más aislada, es posible que más fanatizada, y es seguro que más consciente de su derrota. Son, por tanto, golpes policiales de innegables consecuencias políticas.

Por los datos que tenemos, el crimen del joven Raúl Centeno es un acto igual de brutal que otros, pero con la desesperación añadida de los etarras, con la improvisación, con la sorpresa de verse los asesinos sorprendidos cuando estaban preparando otro estropicio. El crimen se produce, además, en uno de los momentos de más debilidad del entramado civil de la banda: con la dirección de la ilegal HB encarcelada y con una cascada de detenciones entre los condenados satélites; todo ello en medio de la indiferencia y/o el hastío de la inmensa mayoría de los vascos. El asesinato se produce después de que la banda haya abortado un proceso para el final del terrorismo y tras sucesivos atentados frustrados. Frustrados por la información policial, por la eficacia policial, por la impericia etarra, por la falta de enjundia de los que ahora llegan a la banda después de haber quemado un cajero como todo currículum.

Entre los lugares comunes que adornan la negra historia de la organización terrorista figura el aserto de que atentar en Francia era algo vedado, porque hacerlo tendría severas consecuencias para los criminales. Pues bien, ya han dado ese paso, que no deberíamos llamar cualitativo. No es exagerado pensar que lo pagarán. Con creces. Pronto.

Aunque sean los últimos en enterarse parece evidente que el clima internacional, no sólo en Francia, es el menos favorable hoy para la pervivencia de un terrorismo que nunca tuvo sentido y cada vez tiene menos gente que lo justifique. Desde el 11-S hay menos espacio en el mundo para los que quieran simpatizar, entender o apoyar el terrorismo. El tiempo también corre en su contra.

La tragedia de la muerte de un joven guardia civil ha tenido la virtud de unir a las fuerzas políticas. Nunca debieron estar separadas en este asunto, pero hay que celebrar que esta unión se produzca y desear que sea sincera y no efímera. La experiencia demuestra que la banda nunca lo ha pasado peor que cuando todos los partidos democráticos estaban unidos. La división no sólo cansa a los ciudadanos, a veces hasta el hartazgo, también puede animar a los criminales.

La reiteración de tanta muerte deja siempre la constancia desoladora del dolor de los familiares, del dolor general que provoca una vida segada cuando apenas se ha abierto. Me sigue llamando la atención lo que les cuesta a algunos medios llamar jóvenes a los guardias civiles, y mira que étos lo eran: 23, 24 años no es edad para morir, no hay ninguna edad para que le asesinen a uno, pero esta juventud rozagante añade una paletada más de dolor al inherente a la muerte. Sus familiares deben saber que gracias a jóvenes como Raúl y Fernando los vascos seremos algún día libres.

Los terroristas, en su círculo endogámico y enfermizo, habrán sentido que devuelven parte de los golpes recibidos. Lo cierto es que aumentan el tamaño de sus zancadas en dirección al abismo.

José María Calleja