Dos Nobel al rescate de Francia

«Basta ya de vapulear lo francés», exclamó el primer ministro francés Manuel Valls (nacido en Barcelona) tras el anuncio desde Estocolmo de dos premios Nobel, al escritor francés Patrick Modiano y al economista Jean Tirole. El Gobierno no cesa desde entonces de aumentar y de prodigar la celebración (o «celebrating», un neologismo franglés, pero claro) de lo francés. No podemos más que alegrarnos de estos honores merecidos por dos personas excepcionales, pero hará falta algo más para atenuar el abatimiento que atenaza a los franceses y el escepticismo hacia sus dirigentes. Abatimiento puede ser excesivo, pero se basa en la observación de un declive real del que el desempleo es un indicador cuantificado.

¿No es exagerado confundir dos premios Nobel, concedidos a dos personas que da la casualidad que son francesas, con una especie de recuperación nacional? Estos premios solo los conceden dos clubes suecos adinerados, y no recompensan a los países, sino a los talentos. No es el equipo de Francia el que ha sido galardonado, sino dos personalidades singulares que, tanto el uno como el otro, viven un poco al margen de su sociedad. Jean Tirole dirige un centro de investigación económica en la Universidad de Toulouse, pero ese centro es como un enclave a la estadounidense porque no está financiado por el Estado, sino por empresas locales, y en él se habla inglés. Tirole, formado en el Instituto de Tecnología de Massachusetts de Boston, donde pasa seis meses al año, quiso reproducir en un rincón de Francia en el que encontró unos mecenas un oasis directamente inspirado por su experiencia estadounidense. Y lo consiguió, lo que demuestra hasta qué punto la ciencia económica no tiene fronteras nacionales y que si hubiese que atribuirle una identidad, sería estadounidense. El Gobierno francés, justo después de alegrarse por este éxito, tuvo que darse cuenta de esta americanización de la economía porque Tirole no fue recibido ni consultado por ninguna alta autoridad del Estado. Los medios de comunicación franceses se alejaron rápidamente de este hombre de ciencias severo e incapaz de responder a las preguntas generalistas de unos periodistas a veces incompetentes. Es una lástima porque Tirole tendría mucho que enseñar a los dirigentes privados y públicos europeos.

Ha demostrado, en particular, cómo la regulación pública fracasa más a menudo de lo que resulta útil porque el Estado nunca dispone de suficiente información para adoptar decisiones acertadas: la regulación pública frena el dinamismo económico. Tirole también ha realizado recomendaciones inteligentes que permitirían estimular el empleo de los jóvenes en Europa según un modelo que no es estadounidense y que tiene en cuenta las particularidades continentales. Como señala Tirole, debido a que el coste del despido para un empresario en Europa es aleatorio y a que a menudo lo fijan arbitrariamente los tribunales, los empresarios evitan contratar. Por tanto, Tirole propone la creación de un «impuesto sobre el despido» que financiaría los seguros de desempleo e incitaría a los empresarios a contratar, ya que conocerían de antemano las reglas del juego. Este impuesto se calcularía en función del tiempo que necesite la persona despedida para volver a encontrar trabajo (con un tope máximo), lo que incitaría a su antiguo empresario a ayudarle. Por desgracia, ni el Gobierno ni la patronal han mostrado la más mínima curiosidad por esta propuesta. ¿Celebración o vapuleamiento? Esa no es la cuestión; más valdría interesarse por la sustancia que por la bandera, y más por la ciencia que por su explotación política.

Y Modiano, ¿otra victoria francesa? Sería imposible ser más francés que Patrick Modiano, apreciado por los lectores franceses, pero poco conocido fuera. El Comité del Nobel lo comparó con Marcel Proust, sin duda para tranquilizar al público internacional porque se entiende mal la relación entre los dos (¿salvo el origen judío que comparten quizás?). Si Modiano alcanza la universalidad, lo hace sin salir de su casa, en la calle Bonaparte, o saliendo muy poco, porque toda su obra transcurre en un solo distrito de París y solo trata un tema, la colaboración entre el régimen de Vichy y los nazis que condujo a la deportación de los judíos. La obra de Modiano es obsesiva, pero no es política. De Modiano se podría decir, como de Baruch Spinoza, que «todo el Universo cabe en una gota de agua». A diferencia de Jean Tirole, ignorado por las autoridades, Patrick Modiano ha sido recibido por la ministra francesa de Cultura, quien, es verdad, tiene un nombre a la Modiano: Fleur Pellerin. Esta reconoció con una sonrisa enternecedora que nunca había leído nada de él, y se mostró incapaz de citar un solo título, pero todavía está a tiempo de hacerlo, y estoy convencido de que, animados por el premio Nobel, los lectores extranjeros también se van a ver impulsados a leerlo. Una golondrina no hace verano, pero dos Nobel bien valen una golondrina. ¡Celebrémoslo, o como diría nuestro primer ministro catalán, celebrate!

Guy Sorman

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