Dos pestes en una

Pandemia y autogolpe son inseparables. Para empezar han coincidido en el tiempo. Si no guardaran más relación las dos tragedias, encontraríamos con Jung una extraña unidad de sentido. Pero hay mucho más que sincronicidad; hay relación estrecha, intensa y, en medida no desdeñable, causal. Sin la peste y el miedo que levanta, o bien el autogolpe habría tardado más, o bien el piloto Sánchez se habría quedado sin pista para despegarse de la democracia liberal. La pandemia ha imprimido el impulso decisivo a los liquidadores del 78. Y claro, estremece el encuentro de los 60.000 muertos (de momento) con el final de las libertades.

Tomemos el caso de Madrid. Estandarte de las políticas liberales (o de políticas más liberales), su paso al puesto de cabeza en la economía española resulta particularmente humillante para la trama entera del autogolpe: los partidos del gobierno y sus socios. Para los primeros, porque consolida al PP, porque se alza como baluarte de resistencia, y porque ha hecho cristalizar, hasta cobrar fortaleza diamantina, la figura de Isabel Díaz Ayuso. La presidenta es una piedra en el zapato del progrerío. Ni se calla ni les rehuye; más bien les busca las cosquillas, lo que la convierte en ejemplar único de gobernante español. Les recuerda, con razón, a Esperanza Aguirre: inmune a los ataques, reacia a dejarse victimizar por la manada político-mediática, resiliente (aquí sí) objeto de caricaturización, difamaciones, campañas de asesinato civil y conspiraciones. En cuanto a los socios del Gobierno, Madrid es humillante por definición. Verán.

Dos pestes en unaTodo el imaginario nacionalista contemporáneo está levantado en Cataluña sobre un Barça-Madrid platónico que hay que ganar. Cuando tantos mayores les cuentan a sus nietos que ellos fueron antifranquistas se refieren a que algunos domingos iban al fútbol. ¿O no era esto más que un club? Los onanistas de la terra -que deberían hundir en ella sus falos en un acto atávico de auto plantación y poseerla de una vez por todas al son de las campanas de Montserrat- sombríamente gozan con agravios que se resumen en un Guruceta pitándoles penaltis injustos sin cesar. Y ellos venga a quejarse, a abuchear, a indignarse. Así llevan treinta años. Nadie lo tome a broma. No es un símil, la política se vive ahí exactamente como el fútbol: dos colores, fidelidades planas, lógica de masas y juego de suma cero. Solo puede ganar uno, y lo que gana es lo que el otro pierde. Pues bien, Madrid les ha ganado por tirarse tanto a la piscina. ¡Oh, ah! ¡Árbitro, capitalidad! ¡Fuera de juego! ¡Déficit fiscal! ¡Patada, volem votar! ¡Mesetarios! ¡Bua! De corregir ese agravio va la excepcionalidad impuesta a Madrid por el ministro de Sanidad, cuota del PSC en el Gobierno y posible próximo candidato a la presidencia de la Generalidad. La arbitrariedad que está arruinando tantos negocios madrileños dará sus réditos en febrero. Es todo lo que el PSC necesita, arañar algo en ese segmento y poner el cesto en el espacio vacío de Ciudadanos, donde las manzanas caerán solas.

Son por tanto las ideologías antiliberales las que están detrás del estado de alarma en Madrid, del doble baremo que hace la vista gorda con comunidades en peores condiciones, y de la arbitrariedad que supone cambiar de criterios para que, sean cuales sean los resultados de la gestión sanitaria de Ayuso, no resulten nunca suficientes.

Fue la experiencia de dictar excepcionalidades sobre ciudadanos libres a partir de marzo, de ordenar su encierro (novedad en democracia), de imponer centenares de miles de multas de flagrante ilegalidad, de suspender derechos fundamentales, de sentirse, en fin, dueños y señores de tantas ciudades fantasmales, lo que despertó y excitó al dictadorzuelo que habita en los corazones de Sánchez, Iglesias, Illa, Calvo, el pobre Garzón, Campo y hasta Simón, que sale a las ruedas de prensa como saldría Rovira a dar un Goya. Empieza a detectarse preocupación entre los periodistas destacados: Simón es el único que no nota la inconveniencia de bromear subido a una montaña de muertos.

Le cogieron deprisa el gusto a cercenar libertades y dar ruedas de prensa, u homilías inacabables comentando la jugada. Trataron al pueblo como menor de edad y les funcionó. Ahora esperan el lógico agradecimiento filial, el aplauso y a dormir. Y a callar. Por esa época regresó la censura a España con la deprimente colaboración de agencias de verificadores comandadas por periodistas del régimen. También comunicó el ministro de Justicia que estábamos en un proceso constituyente. Eso fue después de interrumpir el funcionamiento del Congreso, contraviniendo lo que expresamente dicta la Constitución. De modo que el Gobierno se sacudió sin más el control parlamentario. Estar fuera de la ley les satisfizo sobremanera y ahí se quieren quedar.

El miedo, los confinamientos, la preocupación por los niños en la vuelta al colegio, el luto por los amigos, la amenazadora presencia del bicho invisible que se te quiere meter por la boca, la nariz o los ojos, el ingrato resuello de las mascarillas, la ansiedad por la pérdida del empleo, el sedentarismo, el aumento de los trastornos mentales, todo trabaja en contra de nuestras energías y de nuestra capacidad de respuesta. Claro que si el Covid-19 le coge al PP en el gobierno las ciudades estarían ardiendo. Recuerden la que montaron por el perro Excálibur. Nadie quiere que arda nada, pero quizá la evidencia de que el Gobierno compagina una de las peores gestiones sanitarias y económicas del mundo con un ataque a los fundamentos de la democracia merezca alguna respuesta. No sé.

Juan Carlos Girauta

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