Dos problemas globales

Se calcula que hasta las primeras décadas del siglo XIX, la madera cubría el 90% de la demanda energética global. Posteriormente, la mejor eficiencia del carbón, hoy muy criticado, con razón, como contaminante, permitió aumentar el bienestar de los países más ricos. El siglo XX fue el del petróleo y productos derivados (más de 70.000 productos). Hacia 1950, su consumo ya había superado el del carbón. Ha representado otro aumento de bienestar para las sociedades ricas –inicialmente también en términos ecológicos con respecto al transporte de tracción animal–. Durante el siglo pasado, la energía por cápita se multiplicó por cuatro. Y sigue creciendo.

¿Qué es previsible que nos depare el futuro en términos de energía a escala global? La Comisión Europea (datos del 2010) constata que entre el petróleo (33,1%), el carbón (27,2%) y el gas natural (20,9%), las energías fósiles representan más del 81% del consumo mundial. A continuación se sitúan la biomasa (9,7%), la energía nuclear (5,8%), la hidroeléctrica (2,3%) y “otros” (1%). Varias estimaciones establecen que, con China e India al frente, en el año 2030 habrá un incremento de la demanda de energía del orden del 60% con respecto al año 2000 (los países en desarrollo supondrán más del 50% de la demanda).

Hay que encontrar respuestas al triángulo perverso formado por el crecimiento demográfico (se prevén 9.000 millones de habitantes en el año 2050), el desarrollo de la mayoría de países y las principales fuentes de energía. Nos enfrentamos, no a un problema global, sino a dos. Por un lado, el agotamiento probable de energías fósiles (petróleo) a lo largo del siglo –aunque no hay cifras definitivas fiables–y por otro, los efectos climáticosyde salud de un excesivo efecto invernadero. Este último podría aumentar si, con el calentamiento global, se liberara el metano que permanece bajo algunas superficies heladas del planeta (el metano tiene unas 23 veces más impacto que el anhídrido carbónico).

Sin embargo, no hay que confundir conceptos cuando se habla de posibles soluciones. Cuando se habla de temas energéticos hay que distinguir, por ejemplo, entre las nociones de ecología, sostenibilidad y no contaminación. Un producto puede ser ecológico sin ser sostenible. Por ejemplo, hay alimentos llamados ecológicos (carne, cereales, etcétera) que utilizan más agua y energía –menos sostenibilidad que los alimentos producidos por tecnologías estandarizadas–. Por otra parte, en la sostenibilidad y la contaminación ambiental hay una dimensión social (pobreza global) que tiende a ocultarse. Según la FAO, unos 2.400 millones de habitantes del planeta, los más pobres, obtienen energía de una forma a la vez sostenible y contaminante (biomasa de madera, residuos, etcétera).

Ante esta situación, la apuesta por energías renovables –aquellas que se obtienen de fuentes prácticamente inagotables– y que al mismo tiempo no sean contaminantes resulta una apuesta inteligente. Es el caso de la energía solar, la eólica, la de las mareas, la geotérmica, etcétera. Pero con los números de la demanda y del consumo energéticos globales en la mano resulta ser una apuesta residual. Resulta conveniente cambiar hábitos de la población, promocionando una cultura de autoconciencia ecológica (incentivar el consumo de productos locales que eviten la contaminación por el transporte; las políticas de reutilización y reciclaje, etcétera). También hace falta una mejora de la eficiencia energética y una disminución de los residuos. Pero incluso con las mejores hipótesis en estos factores seguimos sin dar respuestas factibles de futuro. Por otra parte, apelar a un “reequilibrio” de los usos energéticos entre el primero y el tercer mundo, o postular estilos de vida con decrecimientos económicos permanentes, etcétera, apesar de las buenas intenciones, no resultan posiciones realistas. Ni los humanos, ni la lógica productiva están hechos así.

Parece que la respuesta al triángulo perverso anterior tendrá que llegar de la mano de la ciencia y la tecnología. ¿Fotoelectricidad cuántica? ¿Hidrógeno? Este último es muy abundante. Pero al no ser una materia prima se tiene que obtener de otros combustibles, por lo que su carácter “alternativo” depende de cómo se obtenga. Y actualmente más del 90% se obtiene de combustibles fósiles. O sea que, de momento, por ahí no salimos del triángulo. Convertir la fusión nuclear en técnicamente operativa sería una gran noticia. El proceso presenta problemas dadas las altas temperaturas necesarias para fusionar los isótopos de hidrógeno –confinados en un plasma entre campos magnéticos, pero es una línea a investigar. Quizás la tecnología láser podría utilizarse en la fusión de residuos de las centrales nucleares de fisión. Impulsar proyectos como el ITER tienen un claro sentido.

Pero aparte de algunos proyectos de este tipo, los estados y las empresas no han respondido decisivamente a esos dos problemas globales: el energético y el ambiental. Los principales actores mundiales en la práctica sólo simulan que el tema está en la agenda. Los esfuerzos en I+D+i en el campo de la energía y de la sostenibilidad tendrían que ser mucho más intensos y coordinados a escala internacional. El problema es colectivo y siempre será más fácil encontrar soluciones colectivamente. La nanotecnología tiene aquí algo que decir. Pero en términos generales, los dirigentes políticos, Obama incluido, están actuando infantilmente, fingiendo que las cosas no son demasiado graves. Pero lo son. Las generaciones futuras podrían saberlo sin salir de casa.

Ferran Requejo, catedrático de Ciencia Política en la UPF.

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