Dos puntitos nada más…

“Dos puntitos nada más”. Así valoraba el indescriptible Duran Lleida la victoria de Esquerra Republicana sobre Convergència i Unió, ese partido en régimen de concubinato que, aseguran, gobierna en Catalunya. Les habían sobrepasado en “dos puntitos nada más”, como si se tratara de Antonio Machín y aquellas dos gardenias con las que se quería decir “te quiero, te adoro, mi vida”.

La capacidad de nuestra casta política -expresión que llevo utilizando desde hace veinte años- para mentir, o lo que es lo mismo, para hacer como si no se entera, es de tal envergadura que yo propondría una encuesta tan sencilla como saber si existe algún político que le merece confianza. O algún banquero, me da igual. Es posible que haya en Europa algún país en situación más difícil que la nuestra, pero puedo asegurar que no habrá ninguno tan engañado. ¡A lo mejor hasta estamos en el ranking mundial! Llevan años los muecines del deporte hablando de Brasil como el lugar donde el fútbol es más que una religión. Pues bien, los brasileños se han levantado contra la corrupción de sus autoridades deportivas, mientras que aquí los bocazas del balón babean ante esos maestros de la corrupción en los que se han convertido los clubs, los futbolistas y sus voceros.

Dos puntitos nada más, y resulta que han perdido las elecciones, se han convertido en la segunda fuerza de Catalunya y sale ese monstruo del descaro y la desvergüenza, Quico Homs, y asegura: “El Govern se ve reforzado por las urnas“. ¡Toma ya! Confieso que no había escuchado tamaña desfachatez desde los tiempos de Pío Cabanillas padre, famoso por sus frases redondas como piedras de molino: “Hemos ganado, pero aún no sabemos quiénes“.

Empecemos por el principio. Estas elecciones las ha ganado la abstención: 54,2%. En Catalunya, por ejemplo, se ha votado menos que en Valencia, Madrid, La Rioja y ¡Castilla-León! Hay que añadir que se ha producido algo insólito y es contemplar a varios columnistas salomónicos de opinión haciendo propaganda o contrapropaganda en sus artículos de vísperas electorales, con un descaro que no sólo afecta a la ley sino a la dignidad intelectual. ¿Quién es esa dama o ese petimetre que osa atacar con desprecio y saña a quienes optan por la abstención? ¿O el que titula su artículo el día de autos: “¿Por qué voy a votar por UPyD?“. Están en su derecho de hacerlo cualquier día menos en la jornada de reflexión o el día de las votaciones, a menos que se tengan a sí mismos por curas de púlpito del viejo nacionalcatolicismo, que no dudaban en saltarse las obligaciones paganas para evitar que los votantes pecaran por falta de consejo.

Hemos perdido de tal modo los papeles que no sabemos muy bien si nuestra misión consiste en mentir o en no decir la verdad. Una diferencia que a más de uno le parecerá un ejercicio escolástico pero que tiene mucha importancia práctica. Por ejemplo, si yo cometiera la temeridad de hacer un repaso a los titulares de los periódicos durante el periodo de campaña, con toda seguridad más de uno consideraría que tipos como yo deberían desterrarse de los diarios.

¡El bipartidismo ha muerto! Aseguran los que se han tirado dos décadas explicándonos que en Catalunya éramos un modelo de bipartidismo sin par en el mundo. Bastaba llevar al guiri de turno a la plaza de Sant Jaume e indicarle dónde estaba la derecha -la Generalitat- y la izquierda -el Ayuntamiento-. Hasta que llegó el día que el común descubrió que eran lo mismo y que podían perfectamente intercambiarse, como así fue. Se dejó de hablar del modelo bipartidista catalán. Ahora toca el bipartidismo “madrileño”. Los cerebrinos mandri del análisis político han descubierto que se acabó el bipartidismo PP-PSOE y que Madrid es culpable. Evocación familiar del momento en que los padres de estos linces aplaudieron a Serrano Súñer cuando salió al balcón de la calle Alcalá -hoy delegación catalana en Madrid y librería Blanquerna- y admitieron que “Rusia era culpable“.

Ponerle a Millet una pena de un año, a Díaz Ferrán de dos años, y el doble al piquete de trabajadores andaluz que forzó el cierre de una tasca el día de la huelga general, entenderán ustedes que no hace falta ser leninista ni bolivariano -cosa que aún no sé qué significa- para pensar que la justicia ha vuelto a sus orígenes de clase, como lo fue toda la vida con escasas excepciones.

Aquí el problema no es el fin del bipartidismo que auguran los plumillas de comida y regalito, el problema es que los tres grandes partidos de los que hablamos, el PSOE, el PP y el concubinato de CiU, han entrado en barrena, y sin necesidad de una operación Manos Limpias, como en Italia. Aquí no, basta decir que hasta Carod-Rovira ha conseguido una beca, llamémosla así, de La Caixa para incorporarse a la Universitat Pompeu Fabra, ganarse 6.000 euracos mensuales y constituirse en eso que ahora se denominan “observatorios”, porque de ahí se ven las estrellas. En puro ejercicio político, cada una de las partes tendrá algo que agradecer a la otra. Porque esos amateurs que gustan de citar aquel artículo inquietante de Ortega y Gasset, de “Nueva y vieja política” (1914), se olvidan de un pequeño detalle. Significó la descalificación del cojo cabrón que era el conde de Romanones, pero sentó las bases de la dictadura de Primo de Rivera (1923), al que Ortega defendió editorial tras editorial de El Sol hasta que descubrió que la cosa iba muy mal y que había que prepararse para la república inminente. La ignorancia no es nuestra mayor preocupación; lo es la falta de memoria y la cultura oral del tertuliano; todo boca para farfullar y oído para retener.

El ciclo de la casta que creó la transición está dando sus últimas boqueadas y los aspirantes a sustituirles son un payés avispado (Oriol Junqueras), un tertuliano (Pablo Iglesias) y un charnego agradecido (David Fernández). Los veteranos ahora se dedican a asesorar, o lo que es lo mismo, a acumular un patrimonio gracias a su acumulación información privilegiada. Es legal, pero es el retrato de su indignidad. Son los mismos collares con diferentes perros. Al final importa muy poco la raza del animal, lo que se destaca es su cumplimiento y el reconocimiento nada sutil que se metieron en política para forrarse; en frase feliz del conocido filósofo cartagenero Eduardo Zaplana, un precursor.

A nosotros no nos pagan por mentir, pero se valora especialmente no decir la verdad. Mariano Rajoy de seguro habría confirmado el aserto, advirtiendo como hombre formado en leyes y preceptos tan inamovibles como que deben aprenderse de memoria, que quien calla no otorga. La memoria es el mayor patrimonio de Rajoy. Exactamente igual que Jordi Pujol sénior, de ahí la inclinación de sus hijos al menudeo; porque carecen de memoria.

Asistimos a un momento de vergüenza nacional, patriótica. La vida política se ha vuelto para estómagos resistentes -nuestros parlamentarios son inmunes e impunes-, un logro único en la Europa antigua de los parlamentos. ¿Qué va a hacer la colla de nuestros radicales en un Parlamento donde influyen menos que un conserje, rodeados de conservadores y socialdemócratas de regadío? Eso sí, tendrán gran importancia mediática porque a partir de ahora comienza la gran batalla hacia las elecciones de fuste. El Parlamento Europeo es el espejo donde pujan por reflejarse los que no están en condiciones de retar a los holdings y a los lobbies. ¿Por qué tenemos miedo a decirlo? ¿Las mismas razones que llevaron a Rubalcaba a dimitir hubieran obligado a esos reyes del embeleco, Artur Mas y Francesc Homs, a poner sus cargos a disposición de su serrallo partidario?

El hecho de que no sólo no lo hayan hecho sino que esa parodia de opinión pública catalana no se lo haya exigido, es una prueba de que estamos ante una sociedad tan irregular que nunca pasa nada. Hasta que llegue el momento que sus intereses estén amenazados y salgan corriendo hacia Burgos, Andorra o Suiza, para protegerse. No sería la primera vez.

Gregorio Morán

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