Dos Santos por encargo

Cuando en 1958 fue elegido Papa el cardenal Roncalli el cónclave apenas contaba con medio centenar de cardenales, la mayoría ancianos, y un poco asustados. Tras el largo y difícil pontificado de Pío XII, en un mundo extremadamente cambiante, pensaron en un nuevo Papa también mayor –«de transición», se dijeron–, pero sobre todo santo. En este caso, ya «santo en vida». Tal vez, cuando luego a alguno de ellos se sobresaltó por la convocatoria del Concilio, caería en la cuenta que los santos siempre son sorprendentes. Vamos, que son un peligro.

Y cuando el 1978 fue elegido Papa el cardenal Wojtyla, tras un cortísimo pontificado de Juan Pablo I pero un también largo y difícil pontificado de Pablo VI, un colegio cardenalicio muy diferente pensó que la santidad ahora había que buscarla en la «Iglesia del sufrimiento». Y vaya si acertaron.

Apenas tres meses después de la elección de Juan XXIII, en 1959, anunció la convocatoria de un Concilio ecuménico pastoral y la reforma del Derecho Canónico. El aggiornamento de la Iglesia, y el mensaje de esperanza al mundo, fueron sus amores, y también el de sus encíclicas: Mater et magistra, sobre los problemas sociales, Paenitentiam agere, sobre la preparación al Concilio, y Pacem in Terris, sobre la paz.

Más allá de habernos liberado de una posible III Guerra Mundial convirtiéndose en el verdadero freno de la crisis de los misiles, o de habernos regalado la doctrina más sublime sobre la paz entre los hombres y los pueblos, Juan XXIII fue un «niño evangélico» que no hizo caso de los consejos llenos de prudentes cálculos humanos, y convocó el Concilio Vaticano II porque en la Iglesia hacía falta, como él mismo confesó, «abrir las ventanas para que entrará aire fresco». Para él la Iglesia era la caricia de una madre al hijo al acostarse. Y ya en vida fue aclamado como santo por las gentes, con un título que muestra la sabiduría del sensus fidei: el del «Papa bueno».

También Juan Pablo II fue un Papa santo «de encargo». Karol Wojtyla aprendió desde niño a abrazar el dolor. A los 9 años murió su madre al dar a luz a una niña que murió antes de nacer. Años más tarde fallecieron su hermano y su padre. Poco antes de decidir su ingreso al seminario trabajó arduamente como obrero en una cantera. Él mismo decía que esta experiencia le ayudó a conocer de cerca el cansancio físico, así como la sencillez, sensatez y fervor de los trabajadores. Durante los años de guerra tuvo que vivir oculto, junto con otros seminaristas. Y clandestinamente, con 26 años, fue ordenado sacerdote. Con 38 años se convirtió en el obispo más joven de Polonia. Dejó una huella inconfundible en las constituciones Lumen Gentium y Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II: la pasión de la Iglesia por el hombre. Y tanto atrajo a los jóvenes y a los obreros polacos, que provocó un gran temor en el régimen comunista.

Este era el más peculiar curriculum vitae a la hora de elegir un cardenal santo para suceder al bueno de Juan Pablo I, rompiendo con la tradición de más de cuatrocientos años de elegir Papas de origen italiano.

En su primera audiencia el Papa Wojtyla reconoció que no le preocupaba ni la prensa, ni los idiomas, ni los grandes problemas internacionales: «He visto que un Papa no es bastante para abrazar a cada uno. Sin embargo, no puede haber más que un Papa y no sé como multiplicarlo». Ese fue su «único problema» durante veintisiete años de pontificado, aunque cambió la historia del mundo al propiciar la caída del Muro de Berlín que dividía el mundo en tres, y aunque le intentaron matar varias veces por ello. Cosas de los santos.

Los amores de Juan Pablo II fueron los mismos que los de Juan XXII expresados en cuatro conceptos: dignidad humana, verdad, solidaridad, y nueva evangelización, que podemos vincular a cuatro grandes encíclicas: Redemtor hominis, Veritatis splendor, Centesimus annus, y Redemtoris missio. Fue el único Papa santo que pudo reunir a los principales fundadores carismáticos de su tiempo y decirles que ojalá otros papas hubieran tenido como él la oportunidad de mantenerlos unidos. Y fue el único Papa santo de la historia que pudo reunir a millones de jóvenes en las jornadas mundiales de la juventud para proponerles que también ellos fueran santos.

Decía el escritor chileno Joaquín Allende que Juan Pablo II fue un hombre providencial y excepcional. Ya que «todos los Papas son providenciales, pero no todos son tan excepcionales». Podemos añadir: como los santos. Y huelga decir que tanto el sabio y humilde Papa Benedicto, como Francisco, el Papa de la «Iglesia en salida», han bebido, como de Pablo VI que no muy tarde veremos también en los altares, de estos dos «santos de encargo».

Manuel María Bru Alonso, sacerdote y periodista. Preside la Fundación Crónica Blanca.

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