Ecos del 15-M

El 15 de mayo del 2011 muchos españoles dijeron basta. Y abrieron las puertas del cambio social y político del siglo XXI. El efecto concatenado de una crisis económica que devastó ahorros, empleo y vivienda, con una gestión clasista de la crisis y el destape de la corrupción del sistema político provocaron una indignación generalizada. En las mentes, en las redes, en las plazas, hasta llegar a las instituciones. No fue un movimiento de izquierda o derecha, a menos que se identifique cualquier insurgencia contra la injusticia con la izquierda política, cosa dudosa teniendo en cuenta la experiencia histórica. Fue un rechazo a quienes estuvieron en el poder en la década precedente, de uno y otro bando. Y fue la afirmación de la esperanza de que otra sociedad era posible, en términos idealistas e ingenuos, como suele ocurrir cuando la indignación aún no cristaliza en nuevas formas de cogestión de la vida.

La reacción de la clase política y de la mayoría de los medios de comunicación fue ignorar, luego minimizar y al fin alertar de lo que tildaron de algaradas populistas potencialmente peligrosas. Pero algo cambió en la mentalidad de la gente, porque las ideas se filtran por las paredes de las burocracias. Algunos periodistas profesionales abrieron brecha en los sistemas de control de la opinión y establecieron un canal de comunicación entre los indignados y la ciudadanía. Los índices de acuerdo con las críticas del 15-M se situaron durante años por encima de dos tercios de la población. Y poco a poco se fue concretando la crítica del sistema en los temas de abuso más evidente: hipotecas leoninas, desahucios injustos, entidades financieras fraudulentas protegidas por el poder y gestionadas por políticos, como Bankia y el exvicepresidente Rato, fraude fiscal de los adinerados influyentes, financiación ilegal de los partidos (Bárcenas, Gürtel, el 3% en Catalunya), utilización de fondos públicos para alimentar redes clientelistas (los ERE en Andalucía). Y, sobre todo, la complicidad de casta del conjunto de la clase política frente al clamor ciudadano.

Todo eso nació del 15-M, de las redes y del esfuerzo de denuncia de los periodistas que se jugaron el empleo, apoyándose en jueces que creyeron en la justicia por encima de la política. Apenas en tres años la indignación del presente y la esperanza de un futuro distinto se enraizaron en la política, aunque en clave atenuada por las sesgadas reglas del juego consagradas en la Constitución.

Primero mediante la creación de nuevos partidos o coaliciones y la revitalización de algunos preexistentes (Podemos, Compromís, Inciativa per Catalunya, Ciudadanos, coaliciones municipales como Barcelona en Comú, Ahora Madrid, mareas gallegas y múltiples expresiones en toda la geografía política española). Algunas de esas expresiones tuvieron sus raíces en el 15-M aunque nunca se arrogaron la representación del movimiento porque los movimientos son matrices de nueva política, no correas de transmisión como en la izquierda de antaño. Otras nuevas formaciones, en particular Ciudadanos, situada a la derecha de otras expresiones emergentes, bebieron también en las fuentes del cambio político que brotaron de la protesta social. Y tanto unos como otros recibieron un apoyo mayoritario de las generaciones nacidas con la democracia, escépticas de la política tradicional pero implicadas con una nueva política conforme con su universo mental. Recibieron el refuerzo de aquellos jubilados participantes en el 15-M, como los yayoflautas, que superaron el miedo de la vejez para luchar con sus nietos. Es más: las oleadas de nuevos anhelos despertadas por el 15-M llegaron también a los partidos tradicionales que, de forma desigual, entendieron aquello de renovarse o morir.

Algunos mantuvieron sus formas de liderazgo tradicional en lo esencial, pero cambiando personas. Pero otros emprendieron un cambio de su funcionamiento. Se fueron imponiendo poco a poco ideas como las elecciones primarias, la consulta a las bases, la presencia en las redes, y una mayor atención a los temas de corrupción, aunque en muchos casos fue más cosmética que de fondo, porque la corrupción es sistémica, no individual. La transformación de la relación entre sociedad y actores políticos se expresó, y acentuó, en tres aldabonazos sucesivos. El primero, las elecciones europeas de mayo del 2014, que materializaron la emergencia de nuevos partidos, algunos tan recientes como Podemos, creado sólo cinco meses antes. Provocó un relevo generacional profundo en el PSOE-PSC y abrió brecha en los aparatos de los demás partidos. Y aceleró el cambio de la institución monárquica, mediante la abdicación de un Rey agotado y desprestigiado y su sucesión por un Felipe VI que empezó por barrer su propia casa para posicionarse como reserva ética en un sistema en crisis institucional.

El segundo aldabonazo vino un año después exactamente, con unas elecciones municipales que supusieron una auténtica revolución en la ocupación de las instituciones locales y autonómicas por las nuevas formaciones emergentes en casi todas las grandes ciudades, en un proceso paralelo al de las primeras elecciones municipales de la democracia en 1979, que anunciaron la llegada de la izquierda de entonces al poder. Y la continuidad del poder tradicional de los populares en la Comunidad de Madrid y de los socialistas en Andalucía sólo fue posible por el apoyo de Ciudadanos, esbozando así una nueva era en donde el bipartidismo pierde el control del poder. El tercer aldabonazo viene ahora. Concretamente mañana.

No le puedo decir qué va a ser, por imperativo legal. Pero sí recuerdo a quienes vienen de una antigua tradición católica que a los devotos de san Pascual Bailón se les concedió el privilegio del preaviso de su muerte, al tercer golpeteo en su puerta, para que pudiesen poner su alma en orden para el juicio divino. Quienes se sientan aludidos, empiecen a rezar.

Manuel Castells

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