El nombramiento como presidente del ente público RTVE de Alberto Oliart es difundido por todos los medios de comunicación con el señalamiento expreso de una característica biográfica. Se le cita en primer lugar en muchas ocasiones no como un profesional determinado, abogado, o por sus actividades profesionales previas en diversas entidades financieras, o por alguno de sus cargos institucionales. Se sustantiva el rasgo de su edad para definir de buenas a primeras su identidad: 'el octogenario'. No recuerdo, por ejemplo, que los medios recibieran el nombramiento de la ministra Aído sustantivando su personalidad bajo la expresión de 'la treintañera'. Se habrá hecho referencia a su juventud, a su falta de experiencia. Y si se la ha denominado así después, tras algunos episodios muy cuestionables que marcan su trayectoria, ha sido también con el propósito de denigrarla. Utilizar como sustantivo que defina la identidad de una persona un rasgo biográfico conlleva -intencionadamente o no- una visión empequeñecedora de la realidad y por lo tanto sesgada. Puede también ser utilizada con propósito de desprestigiar a la persona. El octogenario o la treintañera pueden compararse con otra expresión que chirría a los oídos de las personas con un mínimo de sensibilidad cuando leen u oyen la definición del niño gallego, cuyos padres están en este momento a punto de perder su custodia porque está gordo: el niño obeso. ¿El niño lobo para cuándo?
Definir al señor Oliart por su edad, por encima de otras características suyas que han conformado más su forma de ser a lo largo de la vida que la edad, es un reduccionismo nada inocente y además ridículo. 80 años de vida se cumplen en un momento dado y no todo el mundo tendrá la suerte de llegar, pero como abogado lleva ejerciendo casi toda su vida, y su trayectoria profesional y en el servicio público ha perdurado décadas y décadas marcando su vida, sus rasgos de carácter y su forma de actuar y reaccionar. Lo que ocurre es que sin querer, sin pretenderlo, el lenguaje refleja lo que las personas piensan de algo. Y antes de pensar en la capacidad y valía de una persona por su preparación, habilidades demostradas, los rasgos de su personalidad conocidos, se la ve carente de pericia ante los signos externos que muestran su paso por la vida, o también puede ser si se la ve joven. Es el prejuicio que se puede denominar 'edadismo', por hacer referencia a la edad como rasgo que configura, y desfigura, la identidad de una persona. Las investigaciones sobre la mente en la vejez se centran desde hace un tiempo en la valoración compleja del potencial de las personas y sus límites. Se considera que el conocimiento de facto y la capacidad de resolver problemas pueden aumentar con la edad. De ese modo se pueden compensar las pérdidas en la capacidad de procesar la información con la rapidez de la juventud. Puede hacerse incluso un símil informático. Con la edad, el 'hardware' -o sea, la capacidad de procesar información que tiene una base biológica- sufre un declive, pero el 'software' -los 'programas' creados a través de la experiencia- se enriquece.
'¡Es la capacidad, estúpidos!', podría decirse, parafraseando el dicho que se hizo famoso respecto a la economía en Estados Unidos en los años noventa, en la campaña de Clinton contra Bush. Ocurre que en las sociedades actuales con poblaciones crecientemente envejecidas existe un temor a la vejez, a la que también se odia. Nadie quiere morirse joven, pero nadie quiere ser viejo. Existe otro temor y es a que ese envejecimiento poblacional conlleve un declive de las facultades y capacidad de innovación de las personas. Se produce en las últimas décadas un debate sobre los aspectos de la creatividad y otros relacionados con las funciones cognitivas. Se entiende que la creatividad se relaciona con la inteligencia, que puede ser 'fluida' o 'cristalizada'. La primera se refiere a la inteligencia aplicada a las tareas nuevas (o sea, la capacidad de enfrentarse a problemas desconocidos con soluciones creativas). Tiene que ver con la creatividad abstracta. La segunda refleja la experiencia acumulada y los procesos de socialización de la persona. Hace referencia a la habilidad para conseguir conocimiento útil en la vida, o sea, la sabiduría.
¡Ahí hemos llegado! La sabiduría. El 'edadismo' es una moneda con dos caras. Una es el desprecio por la edad, la otra el paternalismo. No es extraño oír hablar a muchas personas de las ancianas como sabias. Pues tampoco es así. Todas las personas no se vuelven sabias con la edad, al tiempo que en muchas personas jóvenes se detecta esa facultad para acumular sabiduría con los años. Tener años parece una condición necesaria pero no suficiente para adquirir sabiduría. Es necesario algo más, pero los psicólogos no logran muy bien saber qué es exactamente. Son continuos los ejemplos dados por escritores, pintores, filósofos, músicos, artistas y profesionales varios, que a edades avanzadas siguen creando, logran obras de gran interés y muestran audacia creativa. Todo ello puede estar indicando que muchas mentes experimentan un cambio o profundización de su estilo creativo en el último periodo vital, lo que podría atribuirse a una acumulación de sabiduría. Es tan reciente todavía la muerte a los 103 años en plena lucidez de Francisco Ayala que resulta un ejemplo sumamente oportuno. El arquitecto Oscar Niemeyer, centenario, sería otro ejemplo. Pero históricamente se han conocido otros casos como Picasso, pintando y creando hasta su muerte a los 92 años. Puede recordarse también al Papa Juan XXIII, que fue elevado al Papado en 1958 a los 77 años y considerado por su elevada edad un Papa de transición. Sin embargo, en los cinco años que duró su ministerio, antes de morir en 1963, revolucionó la Iglesia y el mundo con la convocatoria del Concilio Vaticano II y las transformaciones que conllevó.
No trato de comparar al señor Oliart, del que desconozco todo, con ninguna de esas personas, sino de mostrar, utilizando las reacciones mediáticas a su nombramiento, que no se trata de tener una edad, sea ésta juzgada mucha o poca, para considerar la posibilidad de ejercer una función determinada, sino de la capacidad y sabiduría que una persona disponga. En una cosa estoy de acuerdo con los medios, y es en la paradoja, que no dudo en definir de vergonzosa, de que RTVE se ha desembarazado recientemente, y con un alto coste económico a cuenta de los contribuyentes, de aquellos profesionales que habían cumplido 52 años. Desde hace varias décadas, la UE y otros organismos instan a los gobiernos a aprovechar el potencial de los trabajadores mayores, su talento, habilidades, experiencia. Se indica que deben erradicarse los procesos de marginación laboral que por razón de edad se han producido y se producen en empresas demasiadas veces con beneficios millonarios. Por eso, que un ente público realizara una expulsión tan masiva de profesionales, la mayoría muy cualificados, con gran prestigio, por orden de un Gobierno europeo de un país con una de las tasas de envejecimiento más altas, en una situación donde el talento, la creatividad y la innovación se perciben como una necesidad económica, al tiempo que se promovía con total desenfado la inmigración de forma aleatoria de personas que venían a ocupar puestos de peonaje, esencialmente en la tan denostada 'economía del ladrillo', es, más que una paradoja, una irresponsabilidad.
María Teresa Bazo, catedrática de Socilogía UPV-EHU.