Educación para todas las niñas del mundo

Una de las preguntas más difíciles que me han hecho mientras fui subsecretario general de las Naciones Unidas, especialmente al hablar en público, fue: “Si tuviera que elegir una sola acción capaz de mejorar el mundo, ¿cuál sería?”

Con preguntas como esta, hasta al más directo de los comunicadores le sale el burócrata de adentro. Son preguntas que obligan a explicar la complejidad de los desafíos a los que se enfrenta la humanidad: la imposibilidad de individualizar una necesidad imperiosa por encima de todas los demás; que la lucha por la paz, la guerra a la pobreza y el combate para erradicar las enfermedades son batallas que se deben librar al unísono… y así, un largo etcétera.

Pero después aprendí a ser más atrevido, y empecé a aventurar una respuesta a esta, la más irrespondible de todas las preguntas. Ahora, si me piden elegir una única acción más importante que cualquier otra, mi respuesta se resume en una oración de cuatro palabras: “educar a las niñas”.

Así de simple. Ninguna acción ha demostrado ser más útil para la raza humana que la educación de las niñas. Hicieron falta estudios académicos y proyectos de investigación para descubrir algo tan obvio que se cae de maduro: cuando se educa a un niño, se educa a una sola persona; pero cuando se educa una niña, se educa a toda una familia y se beneficia a toda una comunidad.

Y las pruebas son elocuentes: el mayor grado de escolarización de las madres tiene un efecto medible sobre la salud y la educación de sus hijos y sobre la productividad de los adultos. A los hijos de madres que han recibido educación les va uniformemente mejor que a los hijos de padre educado y madre iletrada. No tiene nada de raro: en general, los niños pasan la mayor parte del tiempo con sus madres.

Una muchacha con más de seis años de escolarización está mejor capacitada para buscar consejo médico y hacer caso de él; para vacunar a sus hijos; y para saber la importancia de las prácticas sanitarias, desde el hervido del agua hasta el lavado de manos. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud determinó que “en África, la probabilidad de que un niño supere la edad de 5 años es 40% mayor entre aquellos cuyas madres han obtenido cinco años de educación”.

Hay además un estudio de la Universidad Yale que demuestra que la altura y el peso de recién nacidos cuyas madres recibieron educación básica son sistemáticamente superiores a los de niños de madres no educadas. En el marco de un proyecto de la UNESCO se comprobó que “cada año adicional de educación de las madres reduce entre 5% y 10% la tasa de probabilidad de mortalidad infantil”.

Pero los beneficios sanitarios de la educación no terminan en el parto y la salud de los bebés. Un estudio realizado en Zambia comprobó que la propagación del SIDA entre las muchachas sin educación es dos veces más rápida que entre las escolarizadas. Las muchachas con educación se casan más tarde y son menos susceptibles de abuso por parte de hombres mayores. Y las mujeres educadas tienden a tener menos hijos y a espaciarlos más juiciosamente, lo que las ayuda a darles mejor atención; según un estudio, las mujeres con siete años de escolarización tienen 2 o 3 hijos menos que las que no han ido a la escuela.

El Banco Mundial, con su típica precisión matemática, calculó que cada cuatro años de educación equivalen aproximadamente a un nacimiento menos por madre. Si en el estado indio de Kerala la tasa de fertilidad es 1,7 por pareja, mientras que en Bihar es superior a cuatro, es porque las mujeres de Kerala han ido a la escuela, mientras que la mitad de las de Bihar no lo han hecho. El Banco Mundial agrega que cuantas más muchachas con educación secundaria hay en un país, mayor el crecimiento de su ingreso per cápita.

Además, las mujeres aprenden de otras mujeres, de modo que las que no han recibido educación suelen imitar a las mujeres exitosas educadas. Y las mujeres gastan en sus familias más de la mitad de sus ingresos, algo que los hombres no siempre hacen (al fin y al cabo, los vendedores de vino de palma en las zonas rurales de India prosperan gracias a la tendencia de los hombres a gastar en sí mismos). Además, cuando las muchachas con educación trabajan en el campo (como muchas se ven obligadas a hacer en los países en desarrollo), su grado de escolarización se correlaciona directamente con un aumento de la productividad agrícola y una reducción de la malnutrición. Educar a una niña beneficia a toda una comunidad.

Muchos de estos datos los conocí gracias a mi ex colega Catherine Bertini, ganadora del Premio Mundial de Alimentación 2003 por su incansable y eficaz trabajo como jefa del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas. Como dijo en su discurso de aceptación: “Si alguien les dijera que 12 años de inversión, a razón de unos mil millones de dólares por año, bastarían para alcanzar los siguientes objetivos en todo el mundo en desarrollo: impulsar el crecimiento económico; disminuir la mortalidad infantil; aumentar la productividad agrícola; mejorar la salud materna y la salud y nutrición de los niños; incrementar la escolarización de los niños de ambos sexos; frenar el crecimiento poblacional; aumentar la alfabetización de hombres y mujeres; frenar la propagación del SIDA; dar empleo a más personas; y mejorar sus salarios sin expulsar a otras personas de la fuerza laboral; ¿qué me dirían ustedes? ¡Es un negocio redondo! ¿Qué hay que hacer? ¿Adónde hay que ir para anotarse?”

Lamentablemente, no parece que el mundo vaya a salir corriendo a “anotarse” para el desafío de educar a las niñas, que en comparación con los niños están sistemáticamente relegadas en materia de acceso a la escolarización. Se estima que hay en todo el mundo unos 65 millones de niñas que no conocen el interior de un aula. Sin embargo, mantenerlas en la ignorancia le cuesta al mundo más de lo que le costaría llevarlas a la escuela.

Sin duda, es la mejor respuesta. El ex secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, lo resumió así: “Ninguna otra política ofrece mejores perspectivas de elevar la productividad económica, disminuir la mortalidad infantil y materna, mejorar la nutrición, fomentar la salud (incluida la prevención del VIH/SIDA) y aumentar las oportunidades de educación para la próxima generación. Debemos invertir en las mujeres y las niñas”.

Shashi Tharoor is India’s Minister of State for Human Resource Development. His most recent book is Pax Indica: India and the World of the 21st Century. Traducción: Esteban Flamini.

1 comentario


  1. Estoy totalmente de acuerdo con las ideas del autor, la educación es la herramienta más poderosa que tenemos para romper el ciclo de la pobreza y construir un futuro mejor para todos, las niñas son la mitad de la población mundial, por lo que se evidencia como su educación es fundamental para el desarrollo de cualquier sociedad, ahora bien, la educación de las niñas es un tema de justicia social, por ende, todas las niñas, independientemente de su origen social, económico o cultural, tienen derecho a una educación de calidad.

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