Educar a contracorriente

Por Fernando Savater (EL CORREO DIGITAL, 18/06/06):

En alguna de las muchas obras de Mark Twain aparece un personaje que comenta: «¿El tiempo! Todo el mundo se queja del mal tiempo pero no veo que nadie haga nada para remediarlo ». También aquí y ahora, prácticamente en toda Europa, hay una gran mayoría de descontentos que se quejan de cómo va la educación. E incluso se hacen cosas para remediarla: en España, por ejemplo, se promulga una nueva ley sobre la cuestión cada tres o cuatro años. Sin embargo da la impresión de que estos remedios agravan más bien la enfermedad que pretenden atajar sobre todo porque no se ponen de acuerdo sobre el diagnóstico de la dolencia. Los políticos unos culpan a los políticos otros, los otros a los unos (casi escribo los 'hunos', como quería el atrabiliario Unamuno) y mientras los maestros mueven tristemente la cabeza o se encogen de hombros. «¿La educación? Se hará lo que se pueda. Pero remedio, lo que se dice remedio ».

A menudo le preguntan a uno qué opina de tal o cual ley, la LOGSE, la LOE o la que sea. Y dado que ni como ni bebo por gracia del partido que la promueve, pero tampoco del opuesto, sólo se me ocurre decir que tiene sus cosas buenas y sus cosas menos buenas. Lo digo con tono suplicante, rogando con los ojos a mi interlocutor: '¿Por favor, no me hagas detallarte unas y otras! Pero sobre todo, entiende que lo más importante no estriba en que se aplique tal o cual reglamento, sino en que se comprenda de manera adecuada la tarea del educador y la de quien ha de ser educado». Porque el verdadero problema no estriba en acertar si hacemos esto o lo otro, sino en recuperar las razones por las que podremos distinguir entre lo que realmente debe y no debe hacerse en materia educativa. Y también en aclarar qué es lo auténticamente importante en este debate, frente a lo accidental, lo gremial, lo más o menos rentable, lo burocrático, lo pedantesco o lo clerical. Por hablar de mi caso, que es el que mejor conozco: las manifestaciones recientes contra la LOE me estaban prohibidas por algunas de las reivindicaciones en que hacían más énfasis (el fraudulento 'derecho a escoger' de los padres, por ejemplo) y por la compañía sotanesca que debería soportan en ellas. Sin embargo, me parece que no faltan auténticas razones para protestar o formular críticas a la nueva ley.

Sobre todo, echo de menos una reflexión sobre los valores que por medio de la enseñanza queremos difundir y defender pero también sobre los que se deben exigir a educados y educadores para que la educación sea factible. Resulta inmundo, por supuesto, que a estas alturas se siga haciendo depender la formación moral y hasta cívica de los ciudadanos del mantenimiento obligado de una asignatura de religión confesional; pero tampoco es aceptable que cuanto suena a disciplina, esfuerzo personal, respeto y obediencia razonable a los educadores sea cuestión aparentemente discrecional, sobre la que resulta antipático o pedantesco insistir explícitamente. Claro que poca educación cívica podemos pedir en un país en el que se propone como modelo para la juventud a un campeón automovilista que al día siguiente de conquistar la fama se instaló en Suiza para aliviarse de impuestos y nuestros genios mediáticos son los cocineros vascos que pagan a ETA y nada dicen en público ante los asesinatos de sus colegas por el terrorismo.

La buena educación es un empeño social que exige importantes recursos presupuestarios y un debate reflexivo conjunto y muy a fondo a la comunidad. Soy de los que creen que la sociedad debe hacer el mayor de los esfuerzos porque todo el mundo sea finalmente educado y a nadie se le prive de la preparación que le corresponde, según sus circunstancias. Pero también opino que no se debe permitir que ninguno boicotee esa tarea formativa, sea con arrogancia o por desidia. En primer lugar, hay que proponerse educar a todos; después, luchar por educar a quienes más lo necesitan; en último término, no dejar nunca de educar a quienes lo quieren y requieren por hacer un favor a los que se niegan tozudamente a ello. En este punto, me parece muy necesario revisar algunos conceptos pedagógicos que actualmente gozan del amparo de lo 'políticamente correcto', que en esta ocasión coincide con lo 'intelectualmente minusválido'. Creo que educar no es jugar, ni entretener, ni desarrollar las capacidades genialoides o encauzar una creatividad innata con la que se encuentran en la cuna hasta los perezosos o más imbéciles como si fuera el regalo de su hada madrina; es en cambio adquirir destrezas, acumular conocimientos, despertar inquietudes activas y aprender formas de convivencia que no impliquen la sumisión acrítica ni mucho menos el capricho refractario del malcriado.

¿Debe ser la educación entonces conservadora? ¿Naturalmente! Toda educación empieza por una reflexión sobre lo que merece ser conservado y transmitido de nuestra cultura. Los maestros deben ser conservadores hoy por rectitud de conciencia para que algunos alumnos puedan mañana ser revolucionarios con conocimiento de causa. Y por supuesto los padres no pueden desentenderse de los hábitos de trabajo y de comportamiento que van adquiriendo sus vástagos. He comprobado que cada vez que un grupo de mocosos bárbaros apalean a un indigente mientras lo filman con el móvil o acosan a un compañero hasta el suicidio, resulta que sus padres no sabían nada de la conducta de sus hijos, ni a dónde iban o en qué gastaban su dinero, ni qué compañías frecuentaban ¿De lo único que estaban seguros es de que eran unos chicos o chicas de lo más majo! Con quererles mucho y defenderles frente a maestros y jueces, ya creen haber cumplido su tarea los progenitores A y B

En una palabra, la educación puede ser financiada con recursos públicos, o concertada con empresas privadas o puede incluso ser llevada a cabo en centros de financiación sólo privada, pero en cuanto preocupación y tarea social es siempre algo público. El planeamiento de sus principales objetivos y del control de su calidad corresponde al conjunto de la sociedad (y en particular a sus representantes en las instituciones), nunca puede ser un asunto privado y caprichoso entre papa, mamá, el nene y la nena. Aunque naturalmente tampoco estos últimos puedan desentenderse en modo alguno de sus correspondientes responsabilidades. Los resultados de la buena educación sólo se comprueban a largo plazo y de modo siempre controvertido: por eso los políticos suelen desentenderse de ella. Pero en cambio los efectos de la mala educación suelen ser inmediatos y patentes, no sólo entre quienes la reciben sino hasta en los que la ejercen: ésta me parece razón suficiente para que todos abramos bien los ojos y pongamos manos a la obra.