Educar al ciudadano, formar al militar

La milicia es una composición equilibrada entre carrera y oficio. Una carrera por cuanto los conocimientos forman parte esencial de la naturaleza de la profesión, que no es otra que mandar, y nadie puede mandar si ignora. Un oficio porque requiere de una habilidad que se adquiere con el ejercicio continuado de la profesión. Los riesgos para la profesión son, por tanto, la ignorancia y la inexperiencia. Pero si a todo ello se une la necesidad de participar en la resolución de los conflictos armados, mano a mano, con otras opciones, ya sean diplomáticas, sociales, económicas o tecnológicas, aquel que se incorpora a la milicia debe conocer el lenguaje del resto de los contribuyentes a esa resolución del conflicto para poder comunicar las posibilidades que tiene la opción militar de apoyar la solución y para comprender las opciones de los demás. La mente del soldado debe emplear el mismo método de trabajo que la de cualquier otro ciudadano; de lo contrario se verá abocado al aislamiento, no solamente físico, sino mental. Pero a esta capacidad intelectual se une la necesidad de tener oficio. La experiencia forma parte indispensable en una organización jerarquizada donde mandar tiene mucho que ver con el saber hacer, que es precisamente eso: hacer con sabiduría; la sabiduría que proporciona el haber estado frente al riesgo, la incertidumbre y la presión a la hora de tomar decisiones y que en la milicia se traduce siempre en número de vidas humanas.

Así las cosas, enseñar a un militar tiene dos facetas complementarias e inseparables. Por un lado, educar su mente como la de cualquier ciudadano para dotarle de los conocimientos necesarios con los que pueda entender los problemas y tomar las decisiones como el resto de sus compatriotas con su misma capacitación. Y por otro, formar su voluntad para que adquiera el hábito de la obediencia, espíritu de servicio, constancia, compañerismo y gusto por la responsabilidad, que son los componentes básicos que le permitirán incorporarse un equipo donde todo se hace entre todos, una institución donde nadie es imprescindible y de nadie se puede prescindir y una religión de honrados servidores de la sociedad donde el pecho adorna al vestido y no al contrario.

La adquisición de un grado universitario o de formación profesional con el que hoy se dotan los miembros de las Fuerzas Armadas o se incorporan a ellas se puede realizar en más o menos tiempo, en función de la capacidad intelectual del alumno. El conocimiento no está asociado al tiempo. Sin embargo, la formación de la voluntad requiere su tiempo, y por ello la permanencia en las escuelas y academias militares mantiene un mínimo de años necesario para obtenerla. La contraposición entre educación y formación, o lo que es lo mismo, el conocimiento y la voluntad, formó parte del debate interno en las Fuerzas Armadas, cuando la realidad impuso en unos pocos años que tal contraposición era producto de un preconcepción de ideas más que de una verdad incontestable. Lo cierto de la situación es que las promociones que hoy salen de las academias y escuelas militares están, por un lado, igual de formadas que las del pasado; y por otro, cuentan con un bagaje adicional de conocimientos que les permite ensanchar el horizonte para desarrollar su actividad profesional.

En el fondo, la enseñanza militar se adaptó al entorno nacional e internacional del mismo modo que se hiciera con las operaciones o las tecnologías sin detraer nada de lo sustancial que poseía. Se buscaron modelos entre los países occidentales, se compararon con las posibilidades educativas nacionales, se contrastaron planes de estudios de universidades y centros, se evaluaron costes, se reorganizaron escuelas y academias y se hicieron los convenios necesarios para tener lo mejor que el sistema nacional podía aportar a la milicia y devolver al sistema educativo español unos buenos graduados, además de proporcionar a España unos buenos militares.

Este año, cuando la educación está en el debate público, parece oportuno echar una mirada a la enseñanza militar que aprobó el Congreso de los Diputados para los militares, para darse cuenta de que la incorporación del grado universitario o de formación profesional al sistema educativo militar en nada mermó la formación en valores que reciben los miembros de las Fuerzas Armadas, sino que, al contrario, dio un valor añadido a lo que ya se tenía, porque a corto plazo pesa mucho la materia que se aprende, pero a largo plazo es la forma en que se aprendió lo que proporciona los puntos de apoyo para continuar con el aprendizaje y el perfeccionamiento.

Así pues, por un criterio de reciprocidad, si fue un beneficio incorporar algo del sistema educativo nacional a la enseñanza militar tal vez sería también bueno llevar algunas de las formas de enseñar en las academias y escuelas militares a la enseñanza nacional.

Javier Pery Paredes, almirante (retirado).

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