Educar en igualdad

La educación igualitaria para niñas y niños parece ser un objetivo aceptado y compartido en nuestro país, ya que es extraño escuchar a alguien decir abiertamente que hombres y mujeres deberían vivir en un contexto de desigualdad. Aun así, un análisis crítico permite percatarse de que la educación todavía está cargada de estereotipos obsoletos que, en lugar de promover la igualdad y la libertad de los más pequeños, los encasillan y perpetúan comportamientos sexistas.

Seguimos arrastrando estereotipos que no funcionan y empujando a niños y niñas a comportarse de forma encorsetada según su sexo en base a valores totalmente caducos. Estos roles diferenciados deberían estar superados en una sociedad que se jacta de promover la igualdad, ya que ello permitiría a hombres y mujeres desarrollar competencias diversas que aumentan su rango de posibilidades y potencialidades y, por tanto, su satisfacción personal, bienestar psicológico y salud mental.

Otro aspecto positivo de una educación libre de estereotipos de género es que favorece las relaciones interpersonales entre hombres y mujeres, ya que equilibra los roles esperados en la vida adulta de ambos de manera que no tengan que renunciar al desarrollo de sus competencias, iguala las expectativas en la relación de pareja en el ámbito familiar, social y laboral y, además, permite la reciprocidad y el intercambio de papeles. Pese a todos estos beneficios, seguimos reproduciendo patrones que tenemos tan interiorizados que no podemos cuestionar. Como ejemplo, sería interesante reflexionar sobre por qué nos empeñamos en agujerear las orejas de las recién nacidas. ¿Por qué nos parece tan adecuado ponerles pendientes o lacitos, aunque sepamos que no es la opción más natural ni cómoda para un bebé? Parece que a los adultos nos resulta primordial que no confundan a una niña con un niño... ¿Quizá es porque nos da miedo que –confundidos– en el colegio la pongan a jugar a fútbol y, como es niña, se rompa una uña?

Por otro lado, parece que la gran mayoría de ciudadanos estamos de acuerdo en que es justo y deseable que las parejas adultas compartan equitativamente las tareas del hogar y el cuidado de los hijos; entonces, ¿por qué seguimos asociando los muñecos y cocinitas a las niñas? ¿Por qué hay padres que, aún a día de hoy, se preocupan si sus hijos (varones) disfrutan de alimentar un muñeco o hacen ver que cocinan magdalenas? En vez de pensar que están desarrollando capacidades como la empatía y el cuidado de los demás –ambas todavía poco desarrolladas en gran parte del sector masculino– les parece un comportamiento poco adecuado en un niño.

¿Por qué nos seguimos deleitando con comentarios sexistas que refuerzan en los chicos las conductas sexualizadas mientras que las reprimimos en las chicas? Sonreímos y aplaudimos cuando un niño dice que le gustan todas las niñas de su clase y erotizamos cualquier atisbo de curiosidad hacia el sexo contrario, como si de un logro se tratara. En cambio, en una niña elogiamos la prudencia, discreción y falta de interés hacia el otro sexo, a no ser que sea a través del enamoramiento.

En el refuerzo social de estas conductas se gesta la identidad. Los niños para cumplir con las expectativas sociales, desarrollan aspectos de su personalidad como la iniciativa, la diligencia, la dominación, la agresividad y la fuerza. Por otro lado, las niñas aprenderán a desarrollar partes de sí mismas que los adultos premian con el elogio como la belleza, la fragilidad, el cuidado de los demás o la complacencia. Niños y niñas aprenderán que los hombres son rudos, mujeriegos y egoístas, y las mujeres envidiosas, manipuladoras y mentirosas, porque los adultos somos incapaces de dejar de transmitir estas etiquetas rancias. Esto implica que aprendan a identificarse con estos estereotipos y, al mismo tiempo, a sentirse atraídos por personas que más se ajusten al modelo que han aprendido a designar como deseable.

Deberíamos plantearnos qué comportamientos fomentamos en niños y niñas desde el conjunto de agentes implicados en su socialización: familias, escuelas, literatura, cine, medios de comunicación… De seguir así, un día nos daremos cuenta de que vivimos en un mundo lleno de princesas que preguntan ante el espejo quién es la más bella del 'reino', mientras suspiran apenadas porque su admirado sultán busca en el 'baile' a su nueva conquista para subirla a su 'alcoba'.

Si les parece un modelo anticuado y poco ajustado, cambien las palabras entrecomilladas por redes sociales (Facebook, Instagram, Tinder, WhatsApp, Youtube...). ¿Les sigue pareciendo el cuento de un reino muy lejano?

Berta Aznar, profesora de Blanquerna-Universitat Ramon Llull y psicoterapeuta en la Unitat d'Atenció a la Dona (Fundació Vidal i Barraquer).

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