EE UU se quedará al margen de los conflictos

Los estadounidenses han vuelto a votar por el cambio en Washington, y los republicanos se han hecho con el control de las dos Cámaras del Congreso. Ahora, con la atención puesta en las elecciones presidenciales de 2016, ha llegado el momento de reflexionar sobre las consecuencias que tiene este resultado para el papel de Estados Unidos en el mundo.

En política exterior, Barack Obama ha demostrado ser un presidente reacio a asumir riesgos. Algunos agradecen esa cautela, que consideran un prudente correctivo a los excesos de la “guerra contra el terror” de George W. Bush. Otros afirman que la resistencia de Obama a intervenir ha convertido el mundo en un lugar más peligroso. Después de casi seis años en la Casa Blanca, Obama sabe muy bien que, haga lo que haga, siempre habrá alguien furioso con el presidente de Estados Unidos.

No se puede decir que Obama haya evitado por completo los conflictos. Envió más tropas a Afganistán antes de comenzar el proceso de retirada definitiva. Aprobó la participación de Estados Unidos en el ataque multinacional que acabó con la vida de Muammar el Gaddafi. Se ha pronunciado con firmeza contra las intervenciones de Rusia en Ucrania y ha impuesto sanciones a bancos, compañías energéticas y fabricantes de armas rusos. Ha ordenado bombardear a los combatientes islamistas en Irak y Siria. Durante su mandato, la Agencia Nacional de Seguridad ha espiado a enemigos, aliados y, al parecer, incluso miembros del Congreso. Los aviones no tripulados siguen arrojando bombas sobre el territorio de varios países.

No obstante, Obama es mucho más conocido por su escasa inclinación a asumir costes y riesgos en el extranjero. Ya antes de ser presidente dejó claro que su propósito era no solo acabar con las guerras en Irak y Afganistán, sino evitar otras nuevas. “No hacer estupideces”, respondió a los periodistas cuando le pidieron que explicara su doctrina de política exterior. Nada de ataques contra el presidente sirio, Bachar el Asad. Nada de tropas para Ucrania. Ni hablar de más tropas en Irak, hagan lo que hagan los combatientes del Estado Islámico. Obama no es un halcón ni tiene intención de serlo.

Ahora que comienza la larga marcha hacia las elecciones presidenciales de 2016, es muy posible que el mundo se haga varias preguntas: ¿qué política exterior tendrá el próximo presidente de Estados Unidos? Después de haber sido Hillary Clinton secretaria de Estado durante el primer mandato de Obama, si llegara ella a la presidencia, ¿seguiría sus mismos pasos precavidos? Si el presidente fuera Jeb Bush, ¿recuperaría las grandes ambiciones neoconservadoras de su hermano? ¿Hay algún otro candidato capaz de introducir elementos totalmente nuevos?

Es poco probable que el próximo presidente de Estados Unidos, ya sea demócrata o republicano, desvíe mucho al país de su rumbo actual, por dos motivos fundamentales. El primero, que, aunque cualquier candidato serio a la presidencia hará declaraciones pensadas para impresionar a los votantes, todos son conscientes de que lo que le importa al electorado estadounidense es, casi en exclusiva, la política interna y el fortalecimiento de la economía. En una encuesta llevada a cabo el año pasado por Pew Research, por primera vez en los 50 años que lleva haciendo la pregunta, la mayoría de los entrevistados respondió que “Estados Unidos debería dedicarse a sus propios asuntos en el ámbito internacional y dejar que otros países se las arreglen lo mejor que puedan por su cuenta”. Solo contestó que no el 38%, un descenso de más de dos dígitos respecto a la norma histórica. El 80% estaba de acuerdo en que Estados Unidos “no debe pensar tanto en lo internacional sino concentrarse más en nuestros propios problemas nacionales”. Ningún presidente puede mantener una política exterior cara y ambiciosa sin un sólido apoyo de los ciudadanos. En Estados Unidos, ese apoyo se ha perdido y, salvo que se produzca otro gran atentado terrorista en su territorio, no parece previsible que vaya a restablecerse.

En segundo lugar, digan lo que digan los candidatos durante la próxima campaña, los dos partidos son conscientes de que la mayoría de los problemas internacionales más enconados de hoy no tienen una solución sencilla. Rusia no puede obligar a Ucrania a permanecer eternamente en la órbita de Moscú, pero ninguna potencia, ni siquiera la única superpotencia mundial, puede hacer que los rusos dejen de intentarlo. Las sanciones pueden hacer daño a largo plazo, pero no cambiarán la forma de pensar de Vladímir Putin. Este es un conflicto abocado al estancamiento, y ningún presidente de Estados Unidos va a arriesgar su mandato por aventurar que Washington puede resolverlo.

Los combatientes del Estado Islámico seguirán causando estragos en Irak y Siria. No tienen el poder suficiente para amenazar a los Gobiernos centrales de esos dos países ni para expulsar a los kurdos de su territorio, en el norte de Irak. Pero Washington no puede derrotar por completo al EI sin volver a llevar tropas a terreno iraquí. Y, a no ser que el EI cometa un gran atentado en suelo estadounidense, el próximo presidente, tanto si es demócrata como si es republicano, no va a pedir a los norteamericanos que apoyen una nueva guerra en Irak.

Otra cosa que no hará probablemente tampoco el próximo presidente es creer que es buena idea enzarzarse en una disputa política y económica con China para respaldar a los manifestantes democráticos en Hong Kong ni en ningún otro lugar. Lo máximo a lo que podría atreverse para provocar a Pekín es reforzar el apoyo al Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica (TPP), un amplio acuerdo comercial que profundizará los lazos de Estados Unidos con numerosos vecinos de China.

A medida que los próximos candidatos a la presidencia de Estados Unidos salgan a escena, es de prever que oiremos nuevas muestras de retórica agresiva en política exterior. No nos engañemos. Durante los próximos años, Washington permanecerá al margen de los conflictos más caros y peligrosos del planeta.

Ian Bremmer es presidente del Eurasia Group y profesor de investigaciones globales en la New York University. Pueden seguirle en Twitter en @ianbremmer o @eurasiagroup. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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