Este artículo forma parte de la serie

EEUU 2020: hacia dónde va su política exterior (II)

Tema

¿Cómo abordaría una potencial Administración Biden los asuntos internacionales a partir de 2021?

Resumen

La experiencia del candidato demócrata en política exterior puede dar algunas claves sobre alguna de las posiciones que adoptaría Joe Biden en el ámbito internacional, unido a los más recientes debates dentro del Partido Demócrata sobre cómo hacer frente al mundo de hoy en día. Liderazgo, democracia y cooperación parecen ser los pilares de una potencial política exterior que deberá hacer frente al reto de China y las amenazas transnacionales y devolver la confianza de aliados y socios en el país.

Análisis

El historial

La política doméstica es un terreno más predecible que la política exterior, que en última instancia estará determinada por aquello que pase más allá de las fronteras. Por lo tanto, parece conveniente conocer el historial y los instintos de los candidatos a la presidencia de EEUU para prever de forma aproximada cómo reaccionarían ante lo inesperado.

El candidato demócrata, Joe Biden, tiene una dilatada carrera política y una amplísima experiencia en asuntos internacionales. Su visión del mundo ha sido moldeada y acotada por su larga experiencia, en la que destacan sus más de 30 años en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado y su implicación en numerosos asuntos internacionales como vicepresidente de Barack Obama. Pero no es un político intelectual, está impregnado de cierto pragmatismo inherente a sus largos años en la actividad política y, al mismo tiempo, tiene ese hábito de dejarse guiar por el sentimiento público.

Desde que llegó al Senado en 1973, no se ha alejado demasiado del mainstream bipartidista de la política exterior, siendo etiquetado como hombre de Estado. Y, sin embargo, por su temperamento y también por el paso del tiempo, y experiencias personales, ha ido cambiando.

En sus memorias, el ex secretario de Defensa Robert Gates escribió que Joe Biden, aunque “un hombre íntegro”, “se había equivocado en casi todos los asuntos de política exterior y de seguridad nacional en las últimas cuatro décadas”.1 Un duro veredicto viniendo de una respetada figura como es Gates. Éste recordaba que Biden se opuso al paquete de ayudas de Gerald Ford para Vietnam del Sur –Biden afirmaría que no estaba en contra de la guerra sino de la política que se llevaba a cabo–; dio la bienvenida a la caída del Sah de Persia, aunque es un dato que no ha sido comprobado; se opuso a la Iniciativa Estratégica de la Defensa de Ronald Reagan y su postura frente al tratado ABM; y votó en contra de la Primera Guerra del Golfo, apostando por esperar más tiempo y ver el impacto de las sanciones económicas.2 Joe Biden encajaba con los demócratas liberales que no querían vincular el destino de EEUU a la lucha contra el comunismo en el mundo, pero tampoco tildaba el poder americano de fuerza malévola.

En los 90, con la Guerra Fría ya acabada y los demócratas en la Casa Blanca, Biden, ya miembro del Comité de Exteriores, llegó a aceptar el argumento para las “intervenciones humanitarias”, como muchos otros liberales. Fue un defensor de la causa bosniaca frente a Serbia, criticando la escasa determinación de la ONU en Bosnia3 y copatrocinando una de las más importantes piezas legislativas adoptadas por Washington sobre la guerra en 1995.4 También fue un gran defensor de los esfuerzos por la no-proliferación nuclear.

Después del 11-S, el Partido Demócrata se movió hacia la derecha en seguridad nacional y Joe Biden habló favorablemente de un cambio de régimen en Irak, votando a favor de la autorización para el uso de la fuerza militar en 2003, decisión que luego ha tratado de matizar. En 2006 apostó por la partición de Irak y en 2007 se opuso al surge de tropas en el país porque consideraba que sería un “trágico error”. También mostró sus reticencias al surge de Barack Obama en Afganistán porque perjudicaría la lucha contra el terrorismo, se mostró escéptico ante la operación que acabó con Bin Laden (aunque más tarde Biden diría que al final animó a Obama a seguir adelante) y se opuso a la intervención en Libia. Apoyó, sin embargo, el uso de tropas para acabar con el conflicto en la región sudanesa de Darfur y apoyó un ataque a Siria en 2013 cuando Bashar al-Assad cruzó la línea roja con el uso de armas químicas. Fue precisamente en los temas de seguridad nacional donde Barack Obama y Joe Biden tuvieron sus mayores desacuerdos.

Joe Biden no es un pacifista, como parece que trataba de sugerir Gates en sus memorias, pero tampoco es un realista como aquellos que creen que EEUU va por mal camino cuando persigue sus valores en vez de sus intereses geopolíticos. Y la campaña de Biden en 2020 gira toda ella alrededor de los valores. De hecho, ha prometido restaurar “el alma de la nación” y que EEUU vuelva a ser un país en quien confiar. En 2014, en un discurso en Harvard,5 afirmó que en un mundo con el poder cada vez más disperso y con nuevas amenazas, EEUU tenía la obligación de liderar, a pesar del coste y sacrificio para los estadounidenses, porque si no otro lo haría en detrimento de sus valores e intereses, o no lo haría nadie, dando lugar al caos. Ese idealismo de que “está a nuestro alcance hacer un mundo mejor” está, sin embargo, matizado con suficiente realismo como para evitar despliegues masivos que lleven al desastre, y que conecta con su visión de Vietnam, de Afganistán y de Libia. Pero como liberal de la Guerra Fría seguramente desilusionará al ala más progresista del partido, que cree que EEUU sólo puede usar su poder en nombre de otros.

No parece tampoco que vaya a sobrepasar los límites tradicionales, como cuando Barack Obama pidió el fin de las armas nucleares en el mundo. También resulta difícil imaginárselo dando un discurso en el mundo islámico como el de Barack Obama en El Cairo en 2009, porque Biden no da discursos, sino que hace llamadas de teléfono. Practica la política exterior como practica la política, hablando con la gente y escuchándolos. Una vez afirmó que “la política exterior es como las relaciones humanas” y seguramente será eso lo que veamos. Y ahí, su persistencia y su empatía son características propias que serán importantes de cara a los aliados y socios.

Liderazgo, democracia y cooperación

Uno de sus principales asesores, Antony Blinken, ha definido los tres pilares sobre los que se apoyaría la política exterior de una Administración Biden: liderazgo, democracia y cooperación:6

  • Liderazgo. Biden cree que EEUU tiene el derecho y la obligación de liderar porque, según afirma, “el mundo no se gobierna por sí solo”.7 Esta visión incluye la premisa de que lo que está en el interés de EEUU no tiene por qué ser perjudicial para los intereses del mundo. Joe Biden sabe que la influencia y la primacía de EEUU es ahora diferente, pero eso no le disuade a la hora de reafirmar el liderazgo estadounidense8 porque, en caso contrario, otros ocuparán su lugar persiguiendo distintos intereses y valores, una situación que en sí misma es perjudicial para Washington. Un liderazgo que se llevaría a cabo usando principalmente los instrumentos diplomáticos y se haría con humildad y con los amigos, ya que Biden confía en recuperar la capacidad de EEUU para movilizar a los demás e incluso ampliar el círculo. Se propone adoptar políticas que al menos traten de salvar aquellas partes del orden liberal internacional que sitúan a EEUU en el centro de la comunidad de naciones con las que comparte valores. Hay quien alerta del peligro de caer en cierta nostalgia, como la que se pudo ver en la Convención Nacional del Partido Demócrata celebrada el pasado agosto, en la que se afirmó que EEUU seguía siendo “excepcional” no porque lo diga sino porque hacen cosas excepcionales.
  • Democracia. El candidato demócrata cree firmemente que la política doméstica y la política exterior están entrelazadas, por lo que se propone liderar con el ejemplo (al igual que Barack Obama). Tal y como ha repetido en numerosas ocasiones, “lideramos no sólo con el ejemplo de nuestro poder sino con el poder de nuestro ejemplo”.9 Y quiere empezar por sanar la propia democracia estadounidense que se ha visto asaltada durante la Administración Trump, quitando capacidad a EEUU para poder liderar fuera. La democracia se convierte, por tanto, en fuente de poder y de influencia, y permitirá al país ser una fuerza de progreso en el mundo y recuperar su capacidad de movilización para la acción colectiva. Asegura Biden que la democracia, además, refleja quiénes son, cómo se ven y cómo los ven desde fuera. Una democracia que pretender estimular rehaciendo el sistema educativo, reformando el sistema judicial, luchando contra la corrupción y fortaleciéndose frente a las posibles interferencias extranjeras en su sistema político, entre otras medidas. En la otra cara de la moneda están otros países democráticos que son también una fuente de fortaleza para EEUU cuando actúan conjuntamente.
  • Cooperación. Con el poder de su ejemplo, Biden confía en trabajar más con aquellos países que piensan de forma parecida (like-minded nations). Teniendo en cuenta los cambios en el mundo, habrá que buscar nuevas maneras de cooperar y de incorporar a otros países para hacer frente a los retos transnacionales, como el cambio climático, las migraciones, las pandemias o las disrupciones tecnológicas. Y no será fácil porque la confianza en EEUU se ha derrumbado mientras que ha crecido la percepción de su disfuncionalidad. Existen, sin embargo, muchas posibilidades de que la imagen de EEUU se recupere bastante rápido –como ocurrió cuando Barack Obama fue elegido presidente después de dos legislaturas de George W. Bush–, pero la cuestión para los aliados es si EEUU volverá de nuevo a ser predecible y podrá mantener una promesa durante más de una legislatura. Joe Biden ha planteado celebrar en su primer año de mandato una “Cumbre de democracias” (que simboliza muy claramente los tres pilares de liderazgo, democracia y cooperación) tomando como referencia las Cumbres de Seguridad Nuclear de la era Obama. Sería una cumbre donde los países se comprometan a fortalecer la democracia dentro y fuera, luchando contra la corrupción, defendiéndose del autoritarismo y avanzando en la defensa de los derechos humanos, y sobre todo ayudaría a EEUU a profundizar en sus compromisos con los aliados. Esta idea también hace surgir dudas sobre lo que pasaría con las no-democracias con las que EEUU tiene estrechas relaciones, como Arabia Saudí o Egipto, y sin duda para algunos recuerda a aquellas ideas de los neoconservadores sobre la promoción y la exportación de la democracia.

Administración Biden

Es fácil esperar que una Administración Biden traiga orden y más claridad estratégica que la actual Administración. Con Joe Biden el interés nacional estará por encima de los intereses personales, la política exterior será más predecible, habrá una vuelta a la acción colectiva y a la fortaleza que brindan las alianzas; se volverá a un proceso formal de toma de decisiones con la vuelta del departamento de Estado y de la comunidad de inteligencia y del “speak truth to power”. Se pasará, además, de una política exterior transaccional a una política exterior de valores, donde la democracia y los derechos humanos tendrán un renovado protagonismo, junto con la lucha contra el autoritarismo.

Sabemos con seguridad que su política será diferente a la de Trump y que intentará, además, diferenciarse de él en aquellos ámbitos en los que a primera vista podría no diferir tanto, como China o el libre comercio. Pero quizá es más importante saber hasta qué punto se diferenciará de Barack Obama, porque si gana la Casa Blanca tratará de rehacer lo antes posible lo que Donald Trump deshizo, es decir aquellos hits de la Administración Obama como el Acuerdo sobre el Clima de París, y la primera impresión será que hay una vuelta atrás.

Para ello, dónde hay que fijarse es en el debate interno dentro del Partido Demócrata, donde hay que ir más allá del clásico entre progresistas y centristas. Ya en las primarias demócratas no se resolvió la posición del partido ante la futura política exterior del país. Aunque se vio un importante pronunciamiento hacia el ala progresista en el ámbito de las políticas domésticas10 (asistencia sanitaria, cambio climático, tema migratorio y derechos de las minorías), en el terreno de política exterior esta tendencia no estuvo tan clara.

Donde hay que fijarse, por tanto, es en las diferencias entre los demócratas de centro.11 Una parte de ellos, quizá los menos, esperan una vuelta a lo que fueron los últimos años de Barack Obama, es decir, a una política exterior no definida por la competición geopolítica, combinada con un deseo de evitar las intervenciones en Oriente Medio pero manteniendo el papel tradicional de EEUU en la zona, que apoya la globalización y la integración. Piensan que, al fin y al cabo, Obama no lo hizo tan mal en China y aunque son conscientes de los cambios del país en los últimos años no creen que deba utilizarse la amenaza de China como principio organizador de la política exterior, ni insistir en una línea de división ideológica que agrave la competición y que sólo contribuiría a una nueva Guerra Fría. Son escépticos, por ejemplo, ante cualquier desconexión (decoupling) y tienden a estar a favor de una vuelta al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) y al Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, por sus siglas en inglés). También son más optimistas sobre el destino de las democracias en el medio y largo plazo y opinan que Donald Trump es simplemente una aberración.

Hay otros grupos de demócratas moderados cerca de Joe Biden que apuestan por cambios más profundos en la política exterior pero que, sin embargo, ven al actual presidente de EEUU como una amenaza existencial para la democracia norteamericana y el orden internacional. Reconocen que el mundo ha cambiado de manera sustancial en ocho años, con los populistas nacionalistas ganado terrero, con un creciente autoritarismo más asertivo, con las instituciones democráticas debilitadas y con una cooperación internacional con la que es cada vez más difícil contar, y una crisis en las políticas de centro. Y estos demócratas piden revisar los principios fundamentales y las premisas en algunas áreas.

Con respecto a China, creen que se parece más a dictadura que a un mero sistema autocrático, ejerciendo cada vez más represión interna. Quieren adoptar una estrategia más competitiva que Obama (“EEUU necesita ser duro con China”, afirma Biden),12 pero no tienen todavía muy claro como combinar competición con diplomacia y que la rivalidad no se convierta en confrontación y conflicto. Están tratando de buscar una estrategia algo más sofisticada en la que haya maneras de cooperar frente a amenazas comunes, pero sin retroceder en la competición a cambio de esa cooperación, como la Administración Obama parecía tener la voluntad de hacer. Por lo tanto, habrá líneas rojas a las que Washington tendrá que decir que no si se sobrepasan. Los derechos humanos serán parte importante de esa estrategia, y no olvidemos que China no tolera las advertencias sobre su comportamiento en el ámbito doméstico, sobre todo cuando vienen de EEUU.

Este grupo de demócratas busca además volver a recuperar el liderazgo tecnológico y económico, y para ello quieren apoyarse en las alianzas y socios porque les permitirá hacer un frente común frente a China. Pero competir con el gigante asiático también requiere cambios en la política doméstica, como en la política industrial y en la modernización de las infraestructuras nacionales. Estarían además abiertos a una limitada desconexión (decoupling), principalmente en el ámbito tecnológico y en aquellas cadenas de suministros considerados estratégicos, como los sanitarios. Porque, como subraya Anthony Blinken, el reto de China tiene que ver menos con sus fortalezas y más con las propias debilidades auto infligidas de EEUU.

En resumen, una probable estrategia de una Administración Biden hacía China se centraría, en primer lugar, en la competitividad de la economía estadounidense y sus trabajadores, en el fortalecimiento de su democracia y de su sistema político, y se apoyaría en sus aliados para avanzar en asuntos de mutuo interés frente a Pekín. La competición con China se convertiría, por tanto, en la herramienta para movilizar el apoyo tanto de la agenda doméstica como de la internacional. Para aquellos que vean ciertas similitudes con la política de Trump, se diferenciarían porque la intensidad de la confrontación sería menor pero, por otro lado, abarcaría más ámbitos más allá del puramente económico.

La cooperación con otras democracias no sólo es un recurso para competir con China promocionando las normas liberales, sino que es una de las principales necesidades que cubrir tras el paso de Donald Trump por la Casa Blanca. Los demócratas moderados, que no quieren volver sin más a la era Obama, esperan que dichas democracias sean además colectivamente más resilientes y que estén, además, a favor de un decoupling parcial de los países autoritarios.

Quizá sea en este ámbito donde se percibe una mayor influencia del ala más progresista del Partido Demócrata.13 Estas ideas recuerdan a la propuesta de Bernie Sanders de crear una “alianza progresista mundial” para “combatir las fuerzas de la oligarquía global y el autoritarismo”, o a Elisabeth Warren, que dividía el mundo entre “capitalismo autoritario” y “capitalismo democrático”, donde situaba la lucha contra la corrupción en el centro de su visión del mundo, haciendo frente a las autocracias y cleptocracias y premiando a las democracias. Son ideas no exentas de ciertas dudas. Definir el momento y enmarcar la geopolítica como una batalla entre el bien y el mal puede debilitar los objetivos a largo plazo. Una posición tentadora para la izquierda que se hace eco de la visión maniquea de la Guerra Fría, el mismo marco que quieren reemplazar, es decir, la bipolaridad, una batalla de suma cero y un mundo dividido exactamente en dos. Ese punto de vista polarizado de los asuntos internacionales también puede subvertir otros objetivos políticos. Para luchar contra el cambio climático o los desequilibrios globales será necesario cooperar con China y con Rusia.

Los demócratas de centro y Joe Biden adoptan este marco –democracia versus oligarcas autocráticos– quizá de forma algo menos osada que los progresistas, lo que les permite, por un lado, luchar contra la corrupción, los paraísos fiscales y los tráficos ilícitos que irradian de las autocracias, y utilizar las tecnologías como una herramienta para fomentar la libertad (de ahí que en ocasiones también se hable de tecno-democracias versus tecno-autocracias); Por otro lado, les permite dibujar a Trump como parte del problema global, al haber mostrado desdén por los demócratas y admiración por los autócratas del mundo.14

En una Administración Biden también se espera un mayor peso de la geoeconomía en la política exterior. El ex vicepresidente ya ha subrayado que la seguridad económica es seguridad nacional y quizá sea este ámbito donde tiene más impacto la interrelación entre lo que pasa dentro del país y lo que pasa fuera, y que simboliza el colapso de otro convencionalismo de la política exterior estadounidense, que es su separación de ésta de la política doméstica. A nivel nacional, llevaría a fortalecer a la clase media estadounidense (educación, infraestructuras, sanidad, energías limpias y salario mínimo), y fuera, a apostar por un “comercio justo”.15 Se quiere que sea EEUU quien lidere los esfuerzos para establecer las reglas que protejan a los trabajadores, al medioambiente y a sus empresas en el exterior, haciendo frente a la deriva global hacia el proteccionismo. Promete, además, Biden no involucrarse en ningún nuevo acuerdo comercial hasta que no haya invertido y equipado a su país para competir de forma justa en la economía global.

Joe Biden tratará, por tanto, de respetar lo que una mayoría de estadounidenses espera, que es centrarse en las necesidades domésticas y en la salud de la democracia del país, al mismo tiempo evitando intervenciones innecesarias en el extranjero.16 Ha sido claro con las denominadas endless wars: las guerras inconclusas, que implican un gran despliegue de fuerzas estadounidenses en conflictos sin un claro objetivo estratégico, tendrán que acabar. Las posturas de Biden con respecto a Afganistán y Libia demuestran que tiene el carácter para hacerlo y que es capaz de ese liderazgo. Al mismo tiempo, vemos cierta continuidad con las promesas de Trump de traer de vuelta a las tropas en el exterior, pero Biden buscará la manera de diferenciarse, siendo más estratégico. No se trata de la locura de un retraimiento global sino de diferenciar entre los compromisos y ser selectivos. Así, la idea de replegar las tropas de Afganistán e Irak no implica hacerlo de forma precipitada, y no significa tampoco desentenderse de la lucha contra al-Qaeda y de ISIS ahí dónde estén. Se trata de fijar las condiciones bajo las cuales EEUU desplegaría tropas, es decir, cuando los intereses vitales de EEUU estén en juego o haya compromisos con una alianza (OTAN), siempre y cuando haya un claro final definido de forma estratégica, y cuando se cuente con el consentimiento de los estadounidenses, idealmente a través de su representación en el Congreso. Biden también señala que hay diferencias entre las endless wars y otras operaciones de menor escala, operaciones que pueden ser sostenibles y lideradas por fuerzas especiales y que sean de apoyo a actores locales.

Conclusiones

Si el Partido Demócrata gana las elecciones de noviembre, la primera duda que surgirá no es saber si se va a diferenciar de Donald Trump, sino hasta qué punto será capaz de replicar la audacia de Trump y presentar una nueva visión que rompa con décadas de mainstream del Partido Demócrata; si a partir de enero de 2021 se forzará un cambio fundamental en la dirección de la política exterior.

Seguramente, A Biden le tiente volver a una era Obama, pero es una idea prácticamente descartada por el nuevo papel de China, por la pandemia y por muchos otros cambios en el mundo que simplemente no le dejan. Por otro lado, la política exterior se ha convertido en una batalla en los asuntos internos fruto del colapso de la división entre política exterior e interior, incluyendo cuestiones como inmigración, clima y justicia criminal dentro del marco de la seguridad nacional.

Si Joe Biden gana en noviembre habrá una inicial estabilización, una mejora de las relaciones exteriores y una reducción de la disfuncionalidad, con la vuelta del departamento de Estado. Uno de los problemas puede ser la tendencia a ser demasiado ambicioso (como quizá fue el blob durante la post Guerra Fría) porque no sólo el mundo no es el mismo, sino que la primacía e influencia de EEUU han ido cayendo. Quizá sea el volver a “presidir la mesa”17 del orden internacional una de esas ambiciones que puede recibir las principales críticas: ¿tiene EEUU el derecho a volver a presidir la mesa? Desde la perspectiva histórica, EEUU pasó de estar al margen del mundo a estar por encima durante 70 años, y actualmente a estar en medio del mundo, y toda transición requiere hacer algunos ajustes. Y aunque EEUU sigue siendo enormemente poderosa, su liderazgo ahora mismo requiere correcciones y no simplemente ser restaurado. Una Administración Biden no puede simplemente volver a los acuerdos multilaterales deshechos por Trump, como el acuerdo sobre el clima de París y el acuerdo nuclear con Irán. Debería ser capaz no sólo de volver a ellos sino de llevarlos mucho más allá si realmente quiere solucionar los problemas. Por otro lado, las fuerzas que llevaron a Trump a la Casa Blanca no desaparecerán con un nuevo inquilino.18

China y la fortaleza de la democracia será los ejes alrededor de los cuales girará la política exterior de una Administración Biden y nos pueden dar las pautas sobre la posible política hacia Rusia. Se puede esperar que inicialmente se adopte una postura dura y se establezcan líneas rojas –como las interferencias en el sistema político estadounidense–, que se fortalezca la disuasión de OTAN invirtiendo en sus capacidades, que se dé asistencia a Ucrania, Georgia y los Balcanes, y que se coordinen sanciones con los aliados. Y más adelante se tratará además de arrancar un diálogo sobre el control de armas, donde Biden tiene una larga experiencia.

Por último, hay que destacar el compromiso de Joe Biden de alcanzar paridad de género y diversidad racial en los nombramientos de los altos cargos de seguridad nacional.19 En el actual contexto de crisis y grandes retos internacionales, aprovechar esa diversidad estadounidense no sólo diría mucho de cómo quiere llevar la política exterior, sino que podría marcar la diferencia.20

Carlota García Encina, Investigadora principal de Estados Unidos y Relaciones Transatlánticas, Real Instituto Elcano  | @EncinaCharlie


1 Robert M. Gates (2014), Duty. Memoirs of a Secretary at War, Random House, Nueva York, p. 288.

2 Biden votó contra la Primera Guerra del Golfo preguntando: “What vital interests of the United States justify sending Americans to their deaths in the sands of Saudi Arabia?”.

3 Joseph R. Biden Jr. (1993), “More UN appeasement on Bosnia”, The New York Times, 7/VI/1993.

4 104th Congress (1995-1996), “Bosnia and Herzegovina Self-Defense Act of 1995”.

5 Joe Biden (2014), “Vicepresident Biden delivered remarks on foreign policy”, Institute of Politics, Harvard University, 3/X/2014.

6 Michael Morrell (2020), “Biden foreign policy advisor Antony Blinken on top global challenges”, Intelligence Matters podcast, 23/IX/2020.

7 Joe Biden (2019), “The power of America’s example: the Biden plan for leading the democratic world to meet the challenges of the 21st century”.

8 Biden (2014), op. cit.

9 Joe Biden (2016), “Joe Biden’s speech at the 2016 Democratic National Convention”.

10 Carlota García Encina (2019), “Candidatos demócratas para 2020: ¿quién es el más progresista?”, Elcano Blog, 9/VII/2019.

11 Thomas Wright (2020), “Between restoration and change. Order from Chaos”, Brookings Institution, 1/X/2020.

12 Joe Biden (2020), “Why America must lead again”, Foreign Affairs, marzo/abril, p. 9.

13 Robbie Gramer, Jack Detsch y Colum Lynch (2020), “Biden likely to embrace some of Sanders’s foreign policy ideas, especially after the pandemic”, Foreign Policy, 9/IV/2020).

14 Biden (2020), op. cit., p. 6.

15 Biden (2020), op. cit., p. 8.

16 Carlota García Encina (2020), “EEUU 2020: hacia dónde va su política exterior (I)”, ARI, nº 118/2020, Real Instituto Elcano, 20/X/2020.

17 Biden (2020), op. cit., p. 10.

18 Carlota García Encina (2016), “¿Por qué Trump?”, Real Instituto Elcano, 17/X/2016.

19 Alex Ward (2019), “15 Democratic candidates pledge to seek gender parity in their national security teams”, Vox, 26/VI/2019.

20 Michéle A. Flourny y Camille Stewart (2020), “Where we need the most diverse team of advisers for US safety”, Opinion, CNN, 2/IX/2020.

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