EEUU en la política exterior de Brasil

Tema: Brasil ha asumido una política exterior propia en América Latina que en ocasiones ha colisionado con la nueva Administración norteamericana. ¿En qué punto se encuentran las relaciones entre Brasil y EEUU? ¿Puede Brasil erigirse en líder de América del Sur y saltar a la escena global?

Resumen: “La búsqueda de la paz y la estabilidad”, así como el respeto a los derechos humanos y la defensa de la diversidad y la libertad de elección de los ciudadanos, son algunos principios básicos invocados por Brasil en las vertientes interior y exterior de su acción política. En este sentido, el Brasil de Lula da Silva se ha ganado el respeto y la credibilidad del sistema internacional. Tras la buena impresión inicial causada por Obama, al prometer en la V Cumbre de las Américas de abril de 2009 forjar “una alianza de iguales” con los vecinos latinoamericanos, y pese a la mutua admiración expresada por los presidentes Obama y Lula, las relaciones entre Brasil y EEUU han sufrido algunos desencuentros en asuntos centrales, algunos no limitados al ámbito hemisférico: el golpe de estado en Honduras, las bases militares en Colombia, la gira latinoamericana del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad y la Cumbre de Copenhague. Por otra parte, Lula parece sentirse más cómodo con el francés Nicolás Sarkozy que con Obama a la hora de sellar alianzas estratégicas en diversos ámbitos. En los últimos tiempos Brasil se ha proyectado como un actor global (global player) con una política exterior independiente que busca alcanzar cada vez más influencia tanto en el ámbito regional como internacional. Pero muchas de sus decisiones han sido controvertidas y han comprometido su credibilidad. Este ARI revisa la política exterior brasileña en su relación con EEUU ante los acontecimientos más relevantes del último año, para tratar de esclarecer el punto en el que se encuentran las relaciones bilaterales y su repercusión tanto en la región como en el proyecto brasileño de convertirse en un destacado actor global.

Análisis: Cuando Lula da Silva ganó las elecciones presidenciales de 2002, su homólogo norteamericano, George W. Bush, se encontraba sumido en la “lucha global contra el terrorismo”, tras los sucesos del 11-S. Por eso, América Latina dejó de ser una prioridad de su política exterior. Pese a ello, la Administración Bush era consciente de la necesidad de tener un socio regional confiable para, como señala Mónica Hirst, “intervenir en escenarios turbulentos, radicalizados o caracterizados por la debacle institucional”. Brasil se presentaba, gracias a su gestión continuista en el plano económico con la del gobierno Cardoso, como el socio que Washington buscaba. De este modo, Brasil respondió positivamente a las expectativas de la Casa Blanca, aunque sin hacer concesiones sobre su autonomía y capacidad de iniciativa, como puso de manifiesto el lanzamiento de su “lucha global contra la pobreza”, en cierta medida contrapuesta al programa contraterrorista norteamericano. Además, Brasil defendió soluciones multilaterales en respuesta al 11-S y, paralelamente, realizó un gran esfuerzo por globalizar su política exterior, reforzando el diálogo con otras potencias intermedias (la India, Sudáfrica y Rusia) y ciertos países africanos.

En el plano bilateral, las agendas chocaron en cuatro puntos fundamentales: (1) el fracaso del ALCA; (2) el arancel impuesto a la importación de etanol brasileño, elaborado a partir de caña de azúcar, mucho más barato que el norteamericano, producido con maíz; (3) la postura brasileña en la Ronda de Doha, favorable a reducir los subsidios agrícolas en EEUU y la UE; y (4) la reducción de emisiones de carbono. Tras la IV Cumbre de las Américas de Mar del Plata, en 2005, una vez enterrado definitivamente el ALCA, ambos gobiernos encontraron en los biocombustibles el elemento que daría a su relación una dimensión “estratégica”. Esto supuso que ambas partes aceptaran la existencia, en la práctica, de áreas convergentes para sus intereses nacionales. Por encima de cuestiones ideológicas, las relaciones entre Brasil y EEUU en la era Bush pueden considerarse cordiales.

En enero de 2009, y tras la reelección de Lula como presidente, el demócrata Barack Obama asumió la presidencia de EEUU.Aunque las relaciones de la nueva Administración con sus vecinos latinoamericanos se establecieron formalmente durante la V Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago, cuando Obama se encontró con los 34 líderes hemisféricos (todos, salvo Cuba); Lula había conocido a Obama previamente, en un encuentro bilateral promovido por el presidente norteamericano en el inicio de su mandato. Obama también había celebrado otro encuentro bilateral con el presidente mexicano, Felipe Calderón, señalando a Brasil y México como aliados regionales estratégicos.

EEUU era, junto con España, y eventualmente Canadá y China, el único país que contaba con una agenda regional global, aunque las diferencias políticas –fundamentalmente con los países del ALBA– y los enfrentamientos –como el de Colombia y sus vecinos– complicaran dicha visión. De ahí el interés de Washington por Brasil y México, considerados socios “confiables” y de indudable interés. En el caso de México, la lucha contra el narcotráfico, los asuntos migratorios y la interdependencia económica entre los dos países son centrales en la relación. En cuanto a Brasil, el eje de la agenda bilateral gira en torno a la cuestión energética, los intercambios comerciales y al liderazgo brasileño en América del Sur.

Brasil acudió a la Cumbre del G-20 en Londres y a la de las Américas en Trinidad y Tobago asumiendo el papel de líder regional, por lo que evitó en dichos foros tratar aspectos bilaterales. Parece claro, en el marco de la máxima “independencia” de la política exterior brasileña, que Lula apostó por emplear su posición privilegiada respecto a EEUU para afianzar un liderazgo regional que, por diversos motivos, no termina de cuajar. En parte, porque la política sudamericana de Brasil, como apunta María Regina Soares de Lima, se enfrenta al miedo de sus vecinos al expansionismo brasileño y a una elevada expectativa sobre la capacidad y la voluntad brasileñas de proveer bienes colectivos regionales o bilaterales, pero, además, porque la apuesta del actual gobierno por alcanzar el liderazgo regional depende también de la “disposición de las elites y de la sociedad brasileña de reconocer que la inversión actual en la colaboración regional está en el interés de largo plazo (sic) de Brasil”. Como resultado de lo anterior, EEUU y Brasil iniciaron una “luna de miel” que, sin embargo, no tardaría en malograrse, dando lugar a una serie de decepciones y desencuentros entre ambas partes.

Por un lado, Lula se mostró decepcionado por la poca atención prestada por Obama a América Latina: “las preocupaciones con Irak, o Afganistán, o el plan de salud estadounidense, están impidiendo que Obama dedique una atención mayor a América Latina”. Tras la Cumbre de las Américas, la anunciada nueva política hacia la región arrancó con viejas y respetadas caras: Tom Shannon, nombrado embajador norteamericano en Brasil, debió seguir al frente de la relación con América Latina hasta noviembre de 2009, dado que Arturo Valenzuela, designado secretario de Estado adjunto para América Latina, no pudo asumir su cargo previamente por el bloqueo de su confirmación, y la del propio Shannon, en el Senado. Por el otro, la tensión entre Colombia y Venezuela por el uso de bases colombianas por el ejército norteamericano, la crisis de Honduras y la novena gira latinoamericana de Mahmoud Ahmadineyad –con escala por primera vez en Brasilia– en el ámbito regional, y el estancamiento de la ronda de Doha y las distintas posturas ante el cambio climático, en el ámbito global, enturbiaron las relaciones.

Agenda regional

La primera fricción se debió al anuncio del acuerdo alcanzado en octubre entre Bogotá y Washington para la utilización de cinco bases militares colombianas por el ejército estadounidense en la lucha contra las guerrillas y el narcotráfico. La postura brasileña quedó resumida en las palabras de Lula haciéndose eco del malestar generalizado en América del Sur por el acuerdo entre Uribe y Obama: “No necesitamos de las bases americanas en Colombia para combatir el narcotráfico en América del Sur. Nosotros vamos a ocuparnos de combatir el narcotráfico en nuestras fronteras”. Del mismo modo, el principal asesor para asuntos internacionales de Lula, Marco Aurelio García, reiteró a Arturo Valenzuela el pasado mes de diciembre, “la impresión de Brasil de que la presencia de tropas ajenas en la región no es un factor positivo”, haciendo hincapié en el rechazo que suscita en los países latinoamericanos cualquier insinuación de injerencia en sus asuntos internos por EEUU. Nuevamente, y más allá de las dudas en lo relativo a la seriedad del compromiso sudamericano en la lucha antinarcóticos, Brasil se convertía en una suerte de interlocutor autorizado entre EEUU y América Latina.

Las posturas de ambos gobiernos volvieron a chocar en la resolución de la crisis hondureña, al afirmar la Administración norteamericana, pocos días antes de las elecciones presidenciales hondureñas celebradas el pasado noviembre, que reconocería su resultado y al presidente salido de las urnas aunque el depuesto Manuel Zelaya no fuese restituido previamente en el poder. Ésta era una condición indispensable exigida por Brasil y la mayoría de los países latinoamericanos para considerar legítimos los comicios. Marco Aurelio García, al conocerse la noticia, expresó el pensamiento del grueso del subcontinente: “nos parece lamentable que se quiera limpiar un golpe de estado con un proceso de elección que se realiza en un país que vivió virtualmente un estado de sitio estos últimos meses”.

Fue la visita del presidente iraní a Brasil, a fines de noviembre, la que abrió una serie de interrogantes sobre el pragmatismo o la ideología subyacente de la política exterior brasileña. Al margen de intereses comerciales –Brasil es el principal socio comercial de Irán en América Latina, alcanzando en 2008 los 1.263 millones de dólares (un 88% más que en 2007, según datos del FMI)–, el recibimiento con honores otorgado por Lula a Ahmadineyad fue criticado por la oposición y los medios de comunicación brasileños, así como los internacionales. Coincidiendo con la llegada del líder iraní a Brasil, la ONU anunciaba nuevas sanciones a Irán por su programa nuclear.

La postura de EEUU en este punto fue contradictoria. Por un lado, se mostró reticente con las declaraciones brasileñas que defendían el derecho de Irán a mantener su “programa nuclear con fines pacífico”, similar al que Brasil desarrolla, pues “lo que defendemos para Brasil, lo defendemos para los demás países”. De hecho, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, advirtió a posteriori sobre las consecuencias de las alianzas estratégicas con Irán que, en sus palabras, es “el mayor asistente, promotor y exportador de terrorismo” del mundo actual. Por el otro, días antes del aterrizaje de Ahmadineyad en Brasilia, Obama escribió a Lula una carta en la que valoraba la iniciativa brasileña de “fomentar e intermediar el diálogo entre los iraníes y los países occidentales sobre la cuestión nuclear”, y el posible papel de Brasil como intermediario en el conflicto de Oriente Medio (algo para lo que Brasil ya cuenta con el apoyo de Israel y la Autoridad Nacional Palestina), a la vez que le pedía que intercediese por tres ciudadanos norteamericanos detenidos en Irán. Así, Obama daba a entender que un Brasil internacionalmente activo favorece la cooperación con EEUU. Pese a los intentos de Hugo Chávez de capitalizar la escala brasileña de Ahmadineyad para la causa “antiimperialista”, su visita a Brasil puede considerarse, desde varios puntos de vista, diferente a las realizadas a Venezuela y Bolivia, empezando por los discursos. Mientras Lula no dejó espacio para la improvisación y defendió en un discurso cerrado su modelo de democracia, evitando cualquier retórica antiimperialista, Chávez y Morales incidieron en ella una y otra vez en los días posteriores y en la VIII Cumbre del ALBA celebrada en diciembre en Cuba.

Otra cuestión crucial en la agenda regional es el tema cubano, el mismo que inauguró la agenda latinoamericana de Obama. En diciembre de 2008, antes de la asunción de Obama, Brasil fue el anfitrión de cuatro cumbres simultáneas que sirvieron para reforzar su liderazgo regional.[1] Algunos de los logros más significativos del encuentro fueron la plena incorporación de Cuba al sistema latinoamericano a través de su adhesión al Grupo de Río y las manifestaciones de los presidentes latinoamericanos favorables a su reingreso en la Organización de Estados Americanos (OEA) y la realización de una Cumbre de estas dimensiones sin el tutelaje de EEUU o la UE, que reforzaron el liderazgo de Brasil en Sudamérica. Aprovechando la ocasión que le brindaba el éxito de su convocatoria, Lula advirtió que el triunfo de Obama sería trascendente si, entre otras cosas, “efectivamente da fin al bloqueo a Cuba, que no tiene más explicación económica ni política”.

Obama no se hizo de rogar y, evitando las confrontaciones que el tema cubano podía suscitar en la V Cumbre de las Américas, donde mantuvo su primer encuentro con la mayoría de los presidentes latinoamericanos, el 13 de abril de 2009 anunció el levantamiento de todas las restricciones para viajar a Cuba. Esta medida complementaba otra anterior que relajaba las limitaciones a los viajes de los cubano-americanos y al dinero que podían gastar en Cuba. Sin embargo, ninguno de estos gestos sirvió para relajar la postura de Raúl Castro y de su hermano Fidel, quienes hasta ahora no han dado pasos efectivos en la línea de mostrar la voluntad de mantener un “diálogo abierto” con EEUU. De lo que no queda duda es que el tema cubano se ha convertido en “la vara de medir con la cual muchos gobiernos regionales quieren condicionar su relación con EEUU”. Sin embargo, y pese a que todos los países apoyan el reingreso de Cuba en la OEA, existen distintas posturas que van de la más beligerante de los miembros del ALBA a otras menos ideológicas, como la de México. La postura de Brasil es algo más tibia, ya que si bien no respalda los puntos de vista de Chávez tampoco las desautoriza. En otros ámbitos Brasil y Cuba mantienen unas buenas relaciones comerciales: Brasil es el segundo socio comercial de Cuba en América Latina, después de Venezuela, y el sexto general. El año pasado el intercambio con la isla fue de 481 millones de dólares. También han suscrito importantes acuerdos de cooperación en el terreno energético.

En cualquier caso, una relación bilateral es cosa de dos, y si bien Brasil ha criticado algunas decisiones y posturas norteamericanas en la región, a la vez que ha señalado reiteradamente que Obama no había hecho prácticamente nada para plantear una relación distinta con América Latina, el gobierno brasileño tampoco ha dado ningún paso firme para potenciar su relación con EEUU. Por eso cabría preguntarse si su postura en relación con Cuba es el mejor camino para hacerlo o si lo son las continuas concesiones a Chávez. La última las hizo Dilma Rousseuf, ministra de la Presidencia y candidata del PT a las próximas elecciones presidenciales, cuando se abstuvo de criticar las nacionalizaciones venezolanas o la postura con los medios de comunicación del comandante Chávez. Por lo que parece, Brasil estaría dispuesto a exigir y recibir de EEUU sin dar nada a cambio en la relación.

A mediados de diciembre, una vez superado el veto republicano, y pese a la aparición de algunas discrepancias tras la Cumbre de las Américas, Arturo Valenzuela realizó su primera gira oficial por América Latina. No por casualidad Brasil fue su primer destino. En una reafirmación de la autonomía brasileña, entendida como “la afirmación de los intereses nacionales”, Valenzuela no fue recibido ni por el presidente ni por el ministro de Exteriores, sino por Marco Aurelio García. Era un gesto de protesta por las declaraciones de Hillary Clinton, la secretaria de Estado, sobre la cuestión iraní. Pese a todo, la reunión fue amistosa y en ella se abordaron todos los temas de la agenda bilateral, aunque sólo se aproximaron posturas en el caso hondureño. Así, el gobierno de EEUU opinaba que Zelaya era el presidente legítimo y que el triunfo de Porfirio Lobo en las elecciones de diciembre no zanjaba la crisis. De este modo, según los norteamericanos, la solución del conflicto dependería de varios pasos, comenzando por la formación de un gobierno de “unidad nacional” presidido por Lobo y la definición de la situación de Zelaya. En ese punto Valenzuela y García coincidieron en la importancia de que Zelaya obtuviera un salvoconducto para abandonar la embajada de Brasil, en la que permanecía desde el mes de septiembre. La exitosa gestión diplomática de Leonel Fernández, presidente de la República Dominicana, ha permitido sacar a Zelaya de Honduras y, tras el comienzo del mandato de Lobo, están dadas las condiciones para que América Latina reconozca a su gobierno. El acercamiento de posturas entre Brasil y EEUU puede considerarse un éxito de la diplomacia brasileña, cuya posición representaba en este caso a la mayoría de los países sudamericanos. Por el contrario, donde hubo diálogo aunque no acercamiento fue en los dos otros puntos de la agenda regional: el papel de Irán en América Latina y el uso de las bases colombianas, evidencia de que el futuro de la relación no va a ser sencillo.

Agenda global

En lo relativo a la agenda global, parece que Brasil no se ha inclinado por reforzar su cooperación con EEUU sino por aumentar la que tenía con Francia. De este modo, el gobierno de Lula espera consolidarse en la escena internacional y alcanzar su objetivo más preciado en esta materia: su condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Antes de la cumbre del cambio climático de Copenhague, Lula se reunió en París el 14 de noviembre con el presidente francés, Nicolás Sarkozy. Entonces convocaron a la Cumbre de Manaos, para el 27 de ese mes, a todos los países de la Amazonía para fijar una posición común de cara a la Cumbre. Mientras tanto, Obama se veía con Hu Jintao el 17 de noviembre. En esa cita bilateral entre China y EEUU el cambio climático también fue uno de los puntos fuertes de la reunión. Sin embargo, una vez iniciada la Cumbre y ante la amenaza de su fracaso, Obama telefoneó a Lula como parte de sus esfuerzos en la búsqueda de un resultado positivo. En dicha conversación subrayó “la importancia de que los dos países continúen trabajando estrechamente para lograr un acuerdo concreto” y “el papel clave que juega Brasil”.

Brasil es el quinto país más contaminante del mundo, como consecuencia de la deforestación de la Amazonía. Según datos oficiales de 2000, en los 15 años anteriores las emisiones de gases invernadero en el país crecieron un 62%. Tras la frustración de Copenhague, Lula sancionó la nueva ley nacional del clima, en la que se compromete a disminuir en un 38,9% las emisiones de gases y a incrementar y favorecer la producción de energías limpias, iniciativa que contribuye, como ha señalado Paul Isbell, a convertir a Lula “en el agente clave en el mundo sobre el tema climático durante su último año de gobierno”. [2]

La reunión del G-20 en Londres también puso de manifiesto la sintonía entre Brasilia y París, dejando de lado a Washington. Si bien Lula y Obama trataron en su primer encuentro bilateral posturas comunes para salir de la crisis, fue finalmente Sarkozy quien consensuó con Lula en el Eliseo su agenda para la reunión del G-20, pocos días antes de la cita de Londres. El 15 de junio, Lula hizo unas declaraciones en las que señaló que Brasil y Francia “tienen una gran sintonía, que se muestra en el G-14, el G-20, y otros foros internacionales, así como en el Consejo de Seguridad de la ONU”. Un mes después, en julio de 2009, días antes de la cumbre del G-8, en un editorial publicado simultáneamente en Liberátion y A Folha de Sâo Paulo, Lula y Sarkozy abogaron por crear una “Alianza por el cambio” que reestructure y vigile las instituciones financieras internacionales, amplíe la representatividad del Consejo de Seguridad y dé prioridad a la lucha por el cambio climático para estar “a la altura de los desafíos de nuestro siglo”. También señalaban que ambos países comparten una visión común “de un nuevo multilateralismo adaptado a un mundo multipolar”.

Estas visiones compartidas culminaron con la reciente venta de 36 aviones caza-bombarderos franceses a Brasil, operación en la que estaban interesadas la empresa sueca Saab y la estadounidense Boeing. Como prueba del interés de EEUU, la subsecretaria de Estado para el Control de Armas y Seguridad Internacional, Ellen Tauscher, señaló el 2 de noviembre de 2009: “Tenemos el mejor avión con la mejor tecnología para transferirle a Brasil. El presidente Barack Obama está empeñado en la venta y es una oportunidad para profundizar las relaciones con Brasil”. Sin embargo, el ejecutivo brasileño ya había mostrado su preferencia por los Rafale de la empresa francesa Dasault que, si bien son más caros que los de sus competidores –la inversión inicial está estimada en unos 6.000 millones de dólares–, permitirían una transferencia de tecnología menos rígida que la de EEUU, dejando a Brasil las manos libres para venderle sus aviones a otros países latinoamericanos. Según algunas fuentes brasileñas, los franceses habrían aceptado no sólo la transferencia de tecnología, sino también la reserva de “soberanía irrestricta” en el uso y comercialización de las aeronaves por parte brasileña, además de un descuento de última hora. Además de la alianza militar entre Francia y Brasil, en Brasilia no se habría olvidado que en 2005 EEUU vetó la venta del avión brasileño Super Tucano a Venezuela con el argumento de que la aeronave tenía componentes tecnológicos estadounidenses, a lo que se sumarían también los recientes desencuentros políticos relacionados con el uso bases en Colombia y el caso hondureño.

Por último, cabria señalar el estancamiento de la Ronda de Doha, cuyas negociaciones comenzaron en 2001 y se bloquearon en julio de 2008, y los contenciosos ante la OMC. En cuanto a la Ronda de Doha, en septiembre de 2009 el canciller brasileño Celso Amorín y el representante de Comercio Exterior de EEUU, Ron Kirk, confiaron en que en 2010 podrían concluir las negociaciones, aunque “va a requerir un gran esfuerzo”. Referido a la relación bilateral, la OMC autorizó a Brasil a aplicar sanciones comerciales a EEUU por los subsidios al algodón, decisión que EEUU acató. Sin embargo, en fechas recientes el gobierno brasileño se ha mostrado preocupado por la relación comercial con EEUU. Según cifras oficiales, las exportaciones brasileñas a EEUU registraron una caída de un 42,2% en 2009, lo que supone un retroceso del 32,7% en la balanza comercial, con un volumen por debajo de los 53.400 millones de dólares intercambiados en 2008. Pese a estas cifras, EEUU fue el primer socio comercial de Brasil en 2009. Así, desde el Ministerio de Desarrollo e Industria brasileño se apuntó: “tenemos que reforzar nuestras acciones para retomar el mercado norteamericano”. Más recientemente, el 11 de enero de 2010, Valor publicaba que el gobierno brasileño considera como una de las prioridades de su política exterior la suscripción de un acuerdo de comercio e inversiones con EEUU.

La alianza estratégica de Brasil con Francia en los ámbitos anteriormente expuestos no sólo entra en competencia con los intereses de EEUU en América Latina sino también con los de España. Pese a que España firmó en 2003 un acuerdo de asociación estratégica con Brasil, ni se ha explotado ni se le ha dado contenido concreto. La rivalidad existente entre Brasil y España ha impedido, como señala Susanne Gratius en un reciente informe, que ambos países lanzaran “propuestas conjuntas y desarrollar[an] posiciones comunes en el escenario global”. Un país como España, que aspira a tener una agenda propia en América Latina y quiere servir como puente con la UE, debería cuidar más su relación con Brasil, un terreno que, salvando las distancias, parece estar cultivando mejor Nicolás Sarkozy.

Conclusiones: Brasil apuesta por dar el salto a la escena global como un actor relevante, aunque ello requiere una fuerte implantación regional. A pesar de las buenas palabras de Lula hacia Obama, resaltando la esperanza que éste ha suscitado en América Latina y en el resto del mundo, parece que el presidente brasileño no termina de sentirse cómodo con EEUU para alcanzar su objetivo. Esto puede interpretarse por la ambición de Lula de innovar y crear nuevas alianzas políticas en un mundo multipolar o como una afirmación de independencia frente al todopoderoso EEUU de cara al liderazgo regional. En cualquier caso, en ambos escenarios parece difícil no contar con EEUU, como se ha evidenciado tras el terremoto de Haití. Pese a que Brasil ha sido uno de los países más involucrados en el país más pobre de América Latina, la catástrofe haitiana ha puesto de manifiesto las limitaciones de unos y el poder de otros. Lo que no significa que Brasil no haya hecho gran parte de sus tareas para convertirse en líder regional. Por otra parte, a Brasil le falta concreción en sus posturas; el caso paradigmático es Cuba, termómetro de las alianzas continentales. Lo que parece claro es que una relación es cosa de dos y, a pesar del interés manifiesto de EEUU por una relación más estrecha con Brasil, éste no ha dado hasta el momento señales de querer participar ampliamente de este plan, buscando otros aliados como Nicolás Sarkozy.

Carlos Malamud y Carola García-Calvo, investigadores de América Latina.