EE.UU. y el banquero Chalabi

Por Said K. Aburish, escritor, biógrafo de Saddam Hussein (LA VANGUARDIA, 23/11/03):

Puesto que los árabes creen en hombres y no en ideas, la incapacidad de Estados Unidos a la hora de proporcionar un sustituto aceptable para Saddam Hussein lo está conduciendo hacia una derrota parecida a la de Vietnam.

Potenciar la democracia en Iraq –aunque sea pertinente– lleva mucho tiempo y apenas puede considerarse la solución para un problema que cada día escapa más a cualquier clase de control. Además, el uso de la fuerza contra los iraquíes que exigen la expulsión de los extranjeros de su país es contraproducente.

Pretender fomentar la democracia en Iraq no es más que un intento de reescribir la historia para agradar al público de Estados Unidos. Durante más de 50 años, absolutamente todas las administraciones estadounidenses han “negociado” el futuro de Oriente Medio con sus contactos árabes, han adoptado las políticas interesadas de éstos y los han erigido en líderes. La Administración Bush no es diferente.

Al depender de “guías” locales, Estados Unidos ha desoído siempre el consejo de sus propios expertos y de los auténticos creyentes en la democracia de ambos lados. Fundamentalmente, ha originado un Oriente Medio gobernado por fuerzas antiprogresistas, jefes tribales o tradicionalistas que no creen en la democracia. Por ejemplo, el reino feudal más absoluto del mundo, Arabia Saudí, apenas recibió crítica alguna hasta el 11 de septiembre del 2001.

Si la política estadounidense se juzga según los líderes locales que la inician, entonces a la presente Administración le ha ido peor que a la mayoría. Hay que dirigir la mirada más allá de la percepción general de que las políticas de línea dura del Gobierno de Estados Unidos son obra del subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz. De hecho, son la creación del adepto doctor Ahmed Chalabi, el principal agente iraquí de Estados Unidos y tal vez el que mayor influencia ejerce sobre Wolfowitz.

Al haber entrevistado al doctor Chalabi cinco veces durante estos últimos diez años, me parece comprensible la creciente nostalgia del pueblo iraquí por Saddam Hussein. Chalabi, que lleva fuera de su país desde la década de 1950, no sólo es un desconocido para el pueblo de Iraq, sino que además la mayor parte de los adversarios tradicionales de Saddam lo considera inaceptablemente arrogante, los diplomáticos estadounidenses que se encargan de la sección iraquí en el Departamento de Estado no le tienen confianza y los dirigentes árabes lo condenan por haber fraguado una alianza con el poderoso “lobby” israelí de Washington.

Es más, existen dos hechos añadidos y sustanciales que siembran dudas sobre su capacidad para actuar como pionero de Estados Unidos en Iraq. En primer lugar, como director del jordano Petra Bank fue sentenciado a 20 años por malversación de fondos por parte del Gobierno del rey Hussein, quien era firmemente prooccidental. En segundo lugar, Chalabi es chiita.

Entre las repercusiones de un Iraq gobernado por los chiitas se contarían un cambio en el equilibrio de poder de Oriente Medio, una posible alianza con el régimen fundamentalista de Irán, la desestabilización de Kuwait y Arabia Saudí mediante el apoyo a sus minorías chiitas en contra de sus gobiernos y la radicalización del resto de Oriente Medio en contra de Estados Unidos a causa de la elección de Ahmed Chalabi como representante.

El respaldo estadounidense a Chalabi es un caso de camino al infierno empedrado de buenas intenciones. Estados Unidos convirtió a Chalabi, que estudió en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y en la Universidad de Chicago, en presidente del Congreso Nacional Iraquí (CNI), la organización que ha aglutinado a grupos iraquíes contrarios a Saddam en el extranjero, contra los deseos de la mayoría de sus miembros. En 1999, en una reunión del CNI en Nueva York, se votó para retirar a Chalabi del cargo. Sin embargo, fue restituido después de que su probable sustituto, el ex ministro de Exteriores Adnan Pachachi, adujera ser demasiado mayor y rechazara la oferta. Los miembros del CNI lo restituyeron por temor a una reducción del respaldo de Estados Unidos.

La inaceptabilidad de Chalabi para iraquíes y árabes palidece al compararla con el daño que le ha causado a Estados Unidos. Ya se “alquiló” a la Administración Clinton puesto que ésta no tenía ninguna política iraquí. Cuando Bush llegó al poder, se vendió del todo y se convirtió en consejero extraoficial a tiempo completo. Para quienes conocen Iraq, esto fue una señal de peligro. Su reputación deshonrosa y su razonamiento sesgado desbancan todos sus demás atributos.

Mis anotaciones de diversos encuentros con Chalabi indican que “convenció” a Estados Unidos de que era aconsejable “restaurar la democracia” en Iraq. De hecho, “restaurar la democracia” se convirtió en una frase de moda en el Gobierno estadounidense. Para la mayoría, restaurar lo que nunca ha existido resulta un misterio.

Las expectativas del propio Chalabi de hacer resucitar la democracia en Iraq requieren la adopción de un sistema federal basado en una representación proporcional de los kurdos, los suníes y los chiitas del país. Noble en apariencia, esta idea no es aceptada por ninguno de los grupos a los que afecta. Los kurdos, autónomos, prósperos y protegidos por Occidente, no cederán ni un ápice ante un Gobierno central iraquí de Bagdad –que es lo que requeriría de ellos un sistema federal–. Asimismo, a sus líderes, que en esencia son terratenientes tribales, no les agrada la idea de unas elecciones libres.

Para los chiitas, que constituyen un 60 por ciento de la población iraquí, la representación proporcional supone una forma de controlar el país. No obstante, el grupo político chiita más popular, el Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Iraq (CSRII), es un movimiento religioso proiraní y antioccidental con su propia milicia. Hasta la fecha ha existido una incómoda tregua de facto entre el CSRII y la coalición que controla Iraq, pero este movimiento es básicamente inaceptable para Estados Unidos.

Aunque un control chiita de Iraq resultase aceptable para Estados Unidos y sus aliados, los suníes se opondrían a él, y esto podría hacer estallar una guerra civil impulsada por la religión. También es factible lo contrario, así como la posibilidad de un acuerdo gracias al cual los suníes aceptaran la representación proporcional a cambio de que los chiitas respaldasen su levantamiento contra las fuerzas de la coalición.

La presunción de la Administración Bush de que Saddam carecía de apoyo popular en todas las clases de la sociedad iraquí fue originada por Chalabi. La creencia de que el grupo de Chalabi podría mantener unido a Iraq era errónea en igual medida. Cuando miembros de la sección iraquí del Departamento de Estado se opusieron a la adopción de las ideas de Chalabi, el grupo al completo fue disuelto y sus miembros fueron exiliados a América Central y las Filipinas. “Chapeau”, doctor Chalabi. Cuando se trata de desorientar a Estados Unidos, usted es el árabe más hábil de todos.