EEUU y el Golfo Pérsico: entre el interés y la desconfianza

El miércoles pasado el presidente Obama realizó una visita a Arabia Saudí para participar en la Cumbre del Consejo de Cooperación de Estados Árabes del Golfo (CCEAG), organización creada para contener la Revolución Islámica Iraní y que a día de hoy agrupa a Arabia Saudí, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Omán y Bahréin. El gesto del presidente Obama debe ser entendido como un intento por garantizar la seguridad a unos Estados que perciben que Washington los ha traicionado al preferir a Teherán.

La cumbre de Riad debe ser leída como la segunda parte de la celebrada en Camp David en el verano del año pasado a la que, sorprendentemente, no acudió el recién proclamado rey Salman. Sin duda, fue éste un gesto de protesta por parte de Riad ante la firma del acuerdo nuclear con Irán, ya que ante los ojos saudíes rompía el equilibrio de poder imperante en el Golfo desde hace más de 30 años. Es por ello que la Administración Obama ha querido ser especialmente cuidadosa y cariñosa con este grupo de Estados árabes que siente que Estados Unidos está perdiendo progresivamente el interés en la región.

Para los árabes la percepción de las amenazas de la zona son esencialmente tres -el Estado Islámico, Irán y los conflictos regionales- y éstas coinciden con los asuntos tratados en la mencionada cumbre del CCEAG de Riad la semana pasada. Respecto del  Estado Islámico, a pesar de las acusaciones que se están vertiendo contra los Estados de la zona -especialmente contra Qatar y Arabia Saudí-, los miembros del CCEAG no están ni apoyándolo ni financiándolo. De hecho, lo están combatiendo en diferentes coaliciones internacionales. Es más, hace un año, ante la amenaza que supone esta organización terrorista para los árabes, el CCEG creó un mecanismo de control de fronteras para evitar ataques como el que sufrió Arabia Saudí en uno de sus puestos fronterizos con Irak.

En este punto, el entendimiento con Estados Unidos es absoluto, aunque no es menos cierto que Washington, a través de su secretario de Defensa, Ash Carter, exige a los Estados del Golfo más compromiso en la estabilización de Irak. Ahora bien, hay que tener en cuenta que pese a que los Estados del Golfo no apoyan al Estado Islámico, tampoco ven con buenos ojos apoyar a un gobierno chiita, como el de Irak, que mantiene excelentes relaciones con Teherán y Damasco.

En cuanto a la amenaza de Irán, hay que apuntar que Estados Unidos ha sido tradicionalmente el garante del equilibrio de poder entre Bagdad, Riad y Teherán. Una vez desmantelado el régimen bathista de Sadam Hussein, el equilibrio en la región es exclusivamente cosa de dos.

En este contexto, Arabia Saudí percibe que el movimiento de acercamiento a Irán no es sino una declaración de principios sobre el posicionamiento de Estados Unidos en la zona. Así, tanto la Cumbre de Camp David como la Cumbre de Riad deben ser entendidas como intentos de Washington por ofrecer garantías a los Estados árabes del Golfo, pero estos desconfían tanto de las intenciones de Irán como de las garantías que ofrece Washington y, por ello, han creado una fuerza naval con base en Bahréin para defenderse de un posible ataque militar exterior. Tanto la naturaleza de la fuerza como el lugar de emplazamiento de la misma son un claro reflejo del temor que perciben los árabes respecto de Irán, sobre todo ahora que el régimen de los ayatolás va a tener más dinero para ejercer su influencia exterior en lugares como Yemen, Siria y, sobre todo, Bahréin.

El tercero de los asuntos tratados en la Cumbre del Consejo de Cooperación de Estados Árabes del Golfo fueron los conflictos regionales, es decir, Siria y Yemen. En primer lugar, hay que decir que en el caso de Siria las posiciones son más o menos convergentes ya que tanto los árabes como Estados Unidos coinciden en que  la solución no debe pasar por Al Assad. Sin embargo, la divergencia estriba en quién debe estar en la mesa de negociación y a quién debe apoyarse para ganar la guerra.

Si bien Estados Unidos ha respaldado a los rebeldes moderados de forma explícita, no ha hecho lo mismo con los grupos más radicales: el Frente Al Nusra y el Ejército de la Victoria, que están siendo apoyados por Qatar y Arabia Saudí, respectivamente. Esta es una de las controversias que existen dentro del propio CCEAG, lo cual impide el acuerdo con Washington.

Para complicar más las cosas está la postura de Rusia e Irán, que han cerrado filas con Al Assad, algo que enerva a los árabes y crea una situación con la que Estados Unidos no está cómodo. Por lo tanto, el principal problema en Siria es consensuar el apoyo a la oposición a Al Assad.

El conflicto de Yemen es quizás la principal preocupación regional y es por ello que Arabia Saudí está liderando una coalición que trata de combatir a los rebeldes houties, quienes a su vez están siendo apoyados directamente por Irán. Arabia Saudí tiene dos motivaciones en el conflicto: la primera, evitar que la tensión se extienda a la zona Este, donde reside la población chiita; y la segunda, lograr un gobierno más o menos leal que le permita la salida al Mar Arábigo. Aun cuando la cuestión es menos relevante para Washington de lo que es el problema de Siria, la Casa Blanca quiere evitar que Al Qaeda en la Península Arábiga encuentre un santuario en Yemen desde donde atacar territorios más lejanos. No podemos olvidar la vinculación de los terroristas de Charlie Hebdo con esta organización.

La siempre difícil relación bilateral entre Arabia Saudí y Estados Unidos se mantiene como una especie de matrimonio a la fuerza. Aunque no están a gusto el uno con el otro, no pueden romper, porque ambos estarían peor solos: Riad sigue necesitando el apoyo internacional de Washington y las divisas que obtiene con la venta de petróleo, sobre todo ahora que el fracking no es rentable para EEUU. Washington, por su parte, sigue necesitando a Arabia Saudí como aliado regional, y no hay que olvidar que los intercambios comerciales siguen pesando mucho en la Casa Blanca cuando se analiza el nivel de relación que se quiere tener con Riad.

La visita de Obama al Golfo Pérsico debe ser interpretada como un intento de reconciliación mutuo en un clima generalizado de desconfianza. En buena medida, el futuro orden mundial, las relaciones con Rusia y la victoria contra el terrorismo yihadista estarán condicionados por el entendimiento de Estados Unidos con sus aliados árabes.

Alberto Priego es director del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia de Comillas.

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