Egipto con un futuro inquietante

Introducción

Los Hermanos Musulmanes en Egipto han pasado de la clandestinidad al gobierno y de nuevo a la ilegalización en un corto periodo de tiempo. Sin embargo, para los miembros de la Hermandad, lejos de amedrentarles, el estado de emergencia les activa. En sus más de ochenta años de existencia se han habituado a trabajar en la sombra. Su modo de operar les hace difícil de controlar y detectar. Las decisiones las toman las máximos dirigentes pero la ejecución está descentralizada, lo que les permite actuar, incluso, en la ausencia de los líderes.

Los Hermanos se reúnen en pequeñas células, llamadas usra, al menos tres horas una vez a la semana donde reciben instrucciones de un líder que actúa como guía espiritual y político. Las células, se pueden reducir hasta un mínimo de tres personas, con lo que no hace falta infraestructura para las reuniones, pueden recibir instrucciones paseando por la calle sin despertar sospecha alguna. Las esposas también forman parte activa de las redes de comunicación.

Los Hermanos Musulmanes mantienen su unidad porque para ellos el islam les integra en un sistema de vida que abarca todos los órdenes de la vida. Desde los años setenta apostaron por una línea de no violencia, aunque, la nueva ilegalización les puede llevar a una reunificación que adopte una posición más dura. No obstante, puede suceder que algunos opten por posiciones más prácticas y cedan en algunos de sus planteamientos más radicales.

En un caso o en otro existe la posibilidad de que algunos elementos más extremistas, especialmente los formados por los más jóvenes, formen grupos que realicen acciones violentas o cometan atentados terroristas. La frustración por el fracaso de trabajar con métodos democráticos, el desencanto por la poca eficacia de posiciones de sus líderes, que ellos consideran blandas e ineficaces, y la venganza por la represión actual serán los detonantes de estas formas de actuación violentas.

No hay que olvidar que durante la represión en la década de los setenta Shukri Mustafa, antiguo miembro de los Hermanos Musulmanes, creó el grupo Takfir wal-Hijra, uno de los precursores de Al Qaeda; y que Muhammad Abd-al-Salam Faraj dirigió el grupo al-Jihad que organizó el asesinato del presidente Anwar el-Sadat, además de proporcionar algunos de los líderes de Al Qaeda como Aymán al-Zawahiri.

¿Golpe de Estado?

Ni tan siquiera el presidente norteamericano Barack Obama se ha atrevido a pronunciar las palabras “golpe de estado” para calificar el ascenso al poder del general Sisi, pero es difícil emplear otra expresión que defina mejor lo que sucedió a principios de verano de 2013 en Egipto. El partido que salió victorioso de las elecciones democráticas, a las que nadie de la comunidad internacional puso reparo de irregularidad, fue el que respaldaba a los Hermanos Musulmanes y Mohamed Morsi quien legítimamente obtuvo el cargo de Presidente. Los militares, con el general Abdul Fatah al-Sisi al frente, lo derrocaron por la fuerza, y eso no tiene otra denominación que la de “golpe de estado”.

Pero el golpe no era algo improvisado. Los militares y los hermanos musulmanes nunca han tenido buenas relaciones en Egipto. Sin remontarse a los tiempos de la represión en tiempos de Nasser, Sadat o Mubarak, los militares actuales tenían poca confianza en la actuación presente de los Hermanos Musulmanes. Desde enero de 2011, cuando Mubarak fue depuesto, han muerto más de doscientos policías y miembros de los cuerpos de seguridad del Estado en atentados atribuidos por los militares a los Hermanos Musulmanes.

Los militares no le perdonaban a Morsi su complicidad con elementos radicales del islamismo egipcio, puesto de manifiesto al liberar casi una veintena de esos elementos condenados desde los años noventa por ataques contra policías y militares. El sentimiento contra los Hermanos Musulmanes por parte de los militares se exacerbó cuando Morsi comenzó a acaparar más poder dentro del Estado.

En enero de 2013 destituyó a parte de la cúpula militar, entre la que se encontraba el general Ahmed Gamal, máximo responsable de las seguridad del Estado y Ministro del Interior, que fue reemplazado por otro general, Mohamed Ibrahim, quien estaba muy cercano a todos los mandos militares que habían estado a las órdenes de Mubarak, entre ellos al-Sisi, que había ocupado la jefatura de la inteligencia militar con el antiguo mandatario.

A principios de 2013 en todos los círculos militares, tanto en los cuarteles como en las residencias o instalaciones recreativas, eran frecuentes entre los oficiales de las fuerzas armadas las discusiones sobre el futuro de Egipto con los Hermanos Musulmanes al frente. El rumor extendido era que el gobierno de Morsi no podía durar mucho más tiempo.

El 15 de junio de 2013, el  Ministro del Interior mantuvo una reunión con cerca de tres mil oficiales que al grito de “fuera Morsi” le acusaron de ser el instigador de los actos terroristas que causaron la muerte de varios policías en la península del Sinaí.  Para julio de 2013 los líderes militares fomentaban el golpe, no obstante, permanecían a la expectativa y dejaban el protagonismo contrarrevolucionario a los oficiales jóvenes, cuyos principales activistas formaban el grupo llamado tamarud (revolución). El 4 de julio de 2013 el general Sisi anunció que los militares se harían cargo del poder. Y comenzó una represión que ha conducido a la ilegalización de la Hermandad.

Sin embargo, la ilegalización no les ha provocado su desaparición. Parece, incluso, que el reclutamiento ha aumentado y que la radicalización comienza a ser un hecho como se demuestra con la creciente ola de manifestaciones, actos violentos y atentados.

La Constitución de los militares

Sisi y los militares han tratado de legitimar su ascenso al poder mediante la convocatoria de un referéndum con una nueva constitución. En un referéndum celebrado los días 14 y 15 de enero de 2013, los egipcios votaron un texto que seguía otorgando privilegios a los militares y les aseguraba un gran poder dentro del Estado a través de Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.

El general Sisi está satisfecho con el resultado de este referéndum que para él significaba, no solo la aprobación de la constitución, sino el respaldo hacia su figura y su manera de actuar. Votaron 20 millones de electores de los 53 millones del censo. Es decir, una participación del 36,6%, aunque los que votaron lo hicieron afirmativamente en un 98,1%. Lo que de algún modo pone en duda ese respaldo mayoritario proclamado por Sisi y sus seguidores. No obstante el respaldo a esta constitución fue superior al obtenido por la redactada por los islamistas de Morsi en 2012. Entonces, votaron el 32,9%, con un voto afirmativo del 62%.

Sisi, siguiendo una estrategia preconcebida, ha decido celebrar elecciones presidenciales en las que se presentará como candidato y después elecciones parlamentarias. No puede decirse que Egipto disfrute de libertades que permitan considerarlo un Estado democrático. El referéndum constitucional se ha celebrado en un estado de represión generalizada contra una parte importante de la población. Algunos periodistas no tiene facilidad para realizar su trabajo informativo, algunos han sido encarcelados. Los partidos políticos laicos, que en principio no se opusieron al golpe de Sisi, están también ahora siendo reprimidos. Los militares temen que Egipto se convierta en una nueva Siria y toman todas las medidas represivas que estiman convenientes para acallar a los disidentes.

La comunidad internacional

Y mientras tanto la comunidad internacional permanece a la expectativa temerosa de que la polarización social desemboque en un conflicto armado al que a nadie le interese. Los militares egipcios lo saben y actúan en consecuencia. Utilizando el principio goebeliano de simplificación, es decir, identificar al adversario en un único enemigo, declaran terrorista a todo aquel que no sigue sus reglas. Así entran en el mismo calificativo Al Qaeda, los Hermanos Musulmanes y otros grupos opositores.

Norteamericanos, rusos y chinos no simpatizan con los islamistas y, por lo tanto, Sisi les hace un buen trabajo. Para los israelíes, Sisi es más de fiar que Morsi, y eso hace que los estadounidenses no muevan un dedo contra los intereses de sus más fieles aliados en la zona. Los egipcios son los principales perceptores de ayuda norteamericana, detrás de los israelíes y, junto con ellos, son los únicos en recibirla por el sistema de no tener que pagar por anticipado. La seguridad en la zona especialmente en el Sinaí, contribuye a extrañas alianzas entre israelíes, egipcios y norteamericanos.

No obstante, la administración Obama ha realizado gestos simbólicos, más de cara a la opinión pública que efectivos, suprimiendo algunas ayudas financieras y militares, aunque las fundamentales en materia de seguridad han continuado. Los rusos han intentado sacar provecho de la situación ofreciendo al gobierno de Sisi material militar como aviones, helicópteros de combate y sistemas de defensa, sin  que por el momento se conozcan acuerdos definitivos.

Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait han bendecido el golpe militar y lo han apoyado con ayuda financiera directa, préstamos de bajo interés y proporcionándoles petróleo. Qatar fue el único país del golfo en prestar cierta ayuda al gobierno de Morsi, lo que puede que ahora sea una de las causas por la que periodistas de la cadena catarí Al Jazeera sean encarcelados, con la consiguiente protesta de todos los medios de comunicación internacionales.

El futuro de Egipto

El futuro de Egipto es cuando menos inquietante: una economía que se deteriora por una inestabilidad que causa estragos en el turismo, su principal fuente de ingresos; unas inversiones extranjeras dubitativas, a la expectativa de acontecimientos; una pobreza endémica, casi la mitad de los egipcios vive con menos de dos dólares diarios; una polarización social cada vez más acentuada; un gobierno militar que ha optado por la represión; y un aumento de la inseguridad provocada por la delincuencia común y por los atentados terroristas.

Con todo ello, no cabe esperar otra cosa que los militares prosigan la represión e incluso la acentúen hasta la celebración de las presidenciales, que ganará Sisi con toda probabilidad, aunque con alto porcentaje de abstención, significativo del nivel de oposición, tal y como  ha sucedido con el referéndum constitucional. Si se llegan a celebrar las parlamentarias, con posterioridad a las presidenciales, Sisi habrá tenido tiempo de organizarlas de tal modo que sea el partido que le apoye el vencedor de las mismas. Dispondrá de todo el aparato del Estado para ello y contará con unas fuerzas de seguridad e inteligencia capaces de anular cualquier vestigio de oposición.

Seguramente, la comunidad internacional permanecerá en silencio, como conviene a los intereses de seguridad militar, en Oriente Medio todo se supedita a la seguridad militar. Mientras, como sucede en Siria y en otros lugares del planeta, la mayoría de los egipcios no sabrán qué hacer ni a quién apoyar, porque sus vidas no van a cambiar como ya han podido comprobar después de tres años del comienzo de una ilusionante revolución.

Javier Jiménez Olmos, Doctor en “Paz y Seguridad Internacional” por la UNED, Coronel del Ejército del Aire en la reserva y miembro de la Fundación “Seminario de Investigación para la Paz” de Zaragoza

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