Egipto, en transición explosiva

Haga lo que haga Hosni Mubarak, el cambio político en Egipto es irreversible. Tan irreversible como pleno de incertidumbres. El dictador calculó con precisión su contragolpe. Batalla campal con piedras y barricadas para ocupar la plaza de Tahrir, pero con cuidado de no provocar una masacre. Esto explica la ausencia y pasividad de las fuerzas del orden. Mubarak puede perder o ganar este intento de prorrogar su mandato. Pero incluso si le saliera bien su estrategia o el desorden, el final del régimen es un hecho. Tahir no es Tiananmen. Egipto no es China.

La influencia de Estados Unidos sobre el Ejército egipcio ha de ser determinante. Washington actúa y actuará en todo momento para no poner en peligro la estabilidad de la zona. Aquí se juegan la seguridad de Israel y el tránsito en el canal de Suez. La Administración de Obama hace lo posible y hará lo imposible para compaginar la transición democrática con esta doble prioridad geoestratégica. Si no deja el poder, Mubarak tan solo les traerá problemas. Una vez el rais deje el escenario, la tensión aflojará. Pero no, mientras no se vaya, aunque sus partidarios consigan ocupar el centro neurálgico de la revuelta. Puede ser que durante un tiempo remita, pero tarde o temprano cobrará más fuerza por la sencilla razón de que este régimen no es capaz ni de una gran matanza ni de ofrecer perspectivas de mejora en la existencia de los egipcios.

Un vez en marcha, este tipo de procesos pasan por turbulencias imposibles de prever. Cuando es imposible volver atrás, hay que asumir los riesgos. La estación de salida queda atrás. La de llegada no se puede predecir, pero si el Ejército no se divide, las posibilidades de éxito no son menores. En todo caso, se ha acabado el dogma fundado en Argelia hace 20 años. Allí, el fundamentalista FIS encendió todas las alarmas al ganar las elecciones. Ante el peligro de iranización, Occidente propició una guerra civil, masacres y la dictadura que ahora quizá caerá. Pues bien, si una cosa parece cierta es el final de la doctrina que ha amparado las dictaduras, más o menos amigas, para frenar al islamismo. Se ha aplicado en el mundo árabe con el éxito aparente de toda realpolitik inflexible. Ha funcionado, pero también ha falseado el problema, por exceso de simplificación, y lo ha agravado. Medio siglo animando a los regímenes dictatoriales a reprimir en vez de propiciar el desarrollo. La bomba demográfica no ha parado de crecer. En los últimos tiempos, Occidente se hacía el sordo y Europa paralizaba la neonata Unión por el Mediterráneo, con sede en Barcelona. Es comprensible que Israel y los partidarios de su política se aferren a Mubarak, pero Obama ha sabido liderar la reacción mundial al reclamar el inicio inmediato de las reformas.

Una vez más, lo imprevisto se ha hecho imprevisible por falta de previsión. La mecha, relacionada con los aumentos de precio, se ha encendido en Túnez. Pero el cartucho se encuentra en Egipto. Lo que pase en Egipto en los próximos meses actuará como faro sobre buena parte del mundo árabe, de Marruecos a Siria. Quizá también en la península Arábiga. Hay razones para un cierto optimismo. Las posibilidades de cambios positivos son reales. El problema es que el laboratorio no es aséptico, que el ingrediente principal son 80 millones de habitantes con perspectivas democráticas y en situación explosiva. La esperanza realista es que un modelo a la turca está mucho más cerca que el iraní.

Los jóvenes, que no tienen casi nada que perder, aunque poco que ganar, impulsados por las redes sociales, han actuado de detonante. Hasta aquí o hasta que caiga el dictador. Después, las masas serán, como siempre y en todas partes una vez disipadas sus energías, incapaces de dirigir el proceso. En la otra cara de internet, la sociedad egipcia está desorientada y poco organizada. Hay que tener en cuenta asimismo que la democracia y el pluralismo por sí mismos no resuelven los gravísimos problemas de una sociedad pobre y poco estructurada. Una vez evitados los peligros de caos y desestabilización, si es que los egipcios consiguen lo que pide Washington, harán falta perspectivas de desarrollo, mejoras tangibles y reales.

Es decir, que Estados Unidos tiene un papel y Europa otro. Ahora, a los europeos, nos toca callar y reforzar a Obama. Cualquier diferencia o deseo de protagonismo de los dirigentes europeos añadirá incertidumbre y confusión. En esta ocasión, no estoy nada de acuerdo con los que reclaman un papel más activo de Europa. Será más adelante cuando el soft power europeo tendrá que entrar en acción. La parte que nos toca no es de maniobra en las actuales turbulencias de la historia, sino de fondo. Europa, el bienestar europeo, los valores europeos, son el referente primordial de los jóvenes sublevados. Para propiciar el inicio de un nuevo ciclo histórico, de acercamiento de las dos orillas bajo el paraguas común de la democracia, hay que volcarse en el desarrollo económico. No hay otra salida. Barcelona tendría que tener un gran papel.

Por Xavier Bru de Sala, escritor.

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