El «polémico» desayuno nacional de la oración

Tengo el honor de haber sido invitado, junto a otros compatriotas, al 58 «National Prayer Breakfast» que se va a celebrar en Washington el próximo día 4 de febrero. Quizás soy el único español asistente que no acude con la delegación oficial, es decir junto al presidente del Gobierno español, sino invitado directamente por los organizadores. Un honor que agradezco y que reconoce mi dedicación a causas humanitarias que vengo desarrollado desde hace muchos años de forma desinteresada y discreta, así como a mi pequeña contribución al entendimiento religioso. Se lo agradezco especialmente a los senadores Amy Klobuchar y Johnny Isakson que presiden el comité organizador al que pertenecen otros 18 senadores y 18 congresistas, tanto demócratas como republicanos. No es, pues, este acto el patrimonio de ninguna organización ultra religiosa o radical, como se ha insinuado, sino todo lo contrario.

El Desayuno Nacional de la Oración es una de las actividades de la vida social norteamericana que más interés y respeto suscita entre los políticos de los Estados Unidos y de otros países. Nació hace 58 años, durante la presidencia de Eisenhower, en un momento de la vida política de aquel país en el que las relaciones entre demócratas y republicanos estaban rotas, y se pretendió con esta iniciativa aparcar durante una mañana esas diferencias y reunirse en un espíritu de reconciliación, con independencia de las creencias -o las no creencias- religiosas de cada uno. Tanto ha arraigado este acto que ya se considera que el curso político anual comienza ese día, tras el descanso navideño, que se celebra siempre el primer jueves de febrero. Desde el primer «Desayuno de oración» en 1953 han asistido todos los presidentes de los Estados Unidos, los Vicepresidentes, buena parte de los gobiernos, miembros del Congreso y del Senado, y las personalidades más importantes de la vida política, económica, cultural y social de Washington. A lo largo del tiempo, esta feliz iniciativa se ha extendido a personalidades de todo el mundo y este año nos reuniremos unas 3.500 personas. Quiero recordar que el intento de magnicidio contra el presidente Reagan se produjo precisamente a la salida de este desayuno.

Para España, dejando al margen las diferencias políticas que podamos tener con el gobierno socialista, representa un honor especial que se haya ofrecido al presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero ser el primer dirigente internacional -Blair, el año pasado, ya no era Primer Ministro- invitado como orador principal. Esta invitación tiene un significado muy especial y cura heridas abiertas, con intención o sin ella, que enturbiaban nuestras relaciones con los Estados Unidos. La presencia activa del presidente Zapatero en este acto tan emblemático pone también de relieve el papel que está desempeñando nuestro país en el escenario internacional. Algo de lo que, como españoles, nos debemos sentir satisfechos.

Estados Unidos tiene tradiciones muy diferentes a las nuestras europeas sobre el papel que desempeña la religión en la construcción del Estado. «In God we trust», figura en los billetes de dólar. Tocqueville ya escribió en 1835, en su imprescindible obra «Democracia en América», que «no hay ningún país en el mundo donde la religión cristiana tenga mayor influencia sobre las almas de los hombres que Norteamérica». A esta realidad se va a acercar Zapatero y, como católico que soy, considero que siempre es positivo esa aproximación, y que también nos puede inducir a reflexionar sobre el diálogo entre política y religión en España.

Louis Menand, profesor de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, publicó hace unos años una obra muy importante -«El Club de los Metafísicos»- en el que analiza el sendero por el que discurre el pensamiento de cuatro personas: Oliver Wendell Holmes, William James, Charles S. Peirce y John Dewey, que siguieron recorridos políticos, religiosos e ideológicos a veces divergentes «Es un hecho notable -afirma Menand- que Estados Unidos haya pasado por una guerra civil sin sufrir un cambio en su forma de gobierno. No se abandonó la Constitución durante la Guerra Civil americana, no se suspendieron las elecciones y no hubo ningún Golpe de Estado. Se luchó para preservar el sistema de gobierno establecido al fundarse la nación: lo que se demostró es que valía la pena preservar el sistema y que la idea de democracia no había fracasado». ¿Cuál era esa actitud?, se pregunta el profesor. «Al margen de las diferencias personales y filosóficas que existían entre ellos, podemos decir que lo que tenían en común esos cuatro pensadores no era un conjunto de ideas, sino una sola: una idea sobre las ideas. Todos ellos creían que las ideas no están ahí, esperando que se las descubra, sino que son herramientas que la gente crea para hacer frente al mundo en que se encuentra». Pues bien, el «Desayuno» al que vamos a asistir la próxima semana es uno de esos lugares en los que se fabrican estas imprescindibles herramientas.

Las personalidades invitadas como oradores a un acto tan importante siempre han sido consideradas referentes morales y éticos, como el ex primer ministro británico, y amigo del presidente Aznar, Tony Blair, el cantante del grupo irlandés U-2, Bono, conocido por su actividad a favor de África, o la madre Teresa de Calcuta después de obtener el Premio Nóbel de la Paz. Para el desarrollo de este acto contribuyen muy distintas autoridades, asociaciones y fundaciones del más variado carácter social o religioso. Y nació en un momento en el que se pretendía acercar a la clase política, algo que quizás sería bueno que aprendiésemos en España: a sumar y no tanto a restar. El acto despierta una enorme curiosidad en los Estados Unidos, lo cubren más de cien televisiones y otro centenar de periodistas venidos de todos los rincones del país.

Siempre ha sido tratado con tacto y respeto, cualidades que entre todos deberíamos restablecer en nuestro bronca España. Me siento muy orgulloso y agradecido de poder asistir a este importante acto. Un poco de oración, o al menos de recogimiento, nos vendrá muy bien para restaurar los puentes que todavía no hemos destruido del todo los españoles.

Jorge Trías