El ‘sorpasso’ o el cambio de modelo

A menudo, los políticos menosprecian las cuestiones relativas al coste de la vida y a la erosión del poder adquisitivo de amplias capas sociales que hacen equilibrios y juegos malabares para pagar las hipotecas y llegar a final de mes. Algunos, como el general De Gaulle, puestos a elegir entre la mantequilla y los cañones, lo tenían muy claro: la prioridad era la grandeur y el principio rector, que la "intendance suivra" (la intendencia vendrá a continuación). A partir de ahí, la lógica derivada era la bomba nuclear y, tal como decían sus críticos, "la France qui avait ˆté jadis connue à cause du Châtenneuf du Pape, le sera désormais à cause de sa force de frappe" La Francia que ya era conocida por el Châtenneuf du Pape --un vino de alcurnia--, lo será también por su fuerza de combate. Sin embargo, otros dirigentes franceses han tenido siempre presente la importancia estratégica de garantizar el acceso a los productos de primera necesidad o mostrar, entre las máximas prioridades, la preocupación por los mínimos de subsistencia de las clases más humildes.

Desde el "panem et circenses" de la antigua Roma, siempre se han oído voces inspiradas por la justicia, la beneficencia o la caridad preventiva de revueltas sociales en defensa de los más pobres. Incluso la sangrienta dictadura franquista incluyó en el Fuero de los Españoles aquella declaración platónica de "no habrá ningún hogar sin pan o sin lumbre", y además instauró las cartillas de racionamiento, la fiscalía de tasas y la comisaría de abastecimientos y transportes con tal de controlar los precios alimentarios que se contenían también de forma coyuntural por las importaciones de choque.

Naturalmente, el mercado negro y el estraperlo hacían el resto. Junto con la congelación del alquiler y la vivienda de protección oficial, servían de paliativo para las penurias de la clase trabajadora. Durante el tardofranquismo, el ministro del Opus Dei Alberto Ullastres inauguraba la Feria de Muestras de Barcelona con un discurso sobre el coste de la vida y los precios de los comestibles. Y desde el ala azul que compartía el Gobierno con los tecnócratas, Fraga reclamaba una acción de gobierno capaz de frenar el precio de los garbanzos. Posteriormente, la mística del desarrollo centró en el crecimiento económico la panacea de una justicia social que debería derivar del funcionamiento del libre mercado que convierte el aumento del PIB en un fin por sí mismo.

Con estos precedentes llegamos a una campaña electoral como la que acaba hoy, en la que, excepto algunas alusiones al precio del pan y de la leche, los dos principales candidatos se dedicaron a hablar de macroeconomía, uno con unas críticas fundadas, pero exageradamente catastrofistas, y el otro con una satisfacción y una autocomplacencia igualmente excesivas. Todo viene de una mentalidad de nuevos ricos que se arrastra desde que el capitalismo madrileño logró los primeros éxitos internacionales y no supo digerirlos. Esta actitud chulesca se contagió a los sucesivos gobiernos de la democracia hasta que José María Aznar reclamó la entrada en el G-7, el club de los países más ricos del mundo, y empezó a recitar la letanía de "somos la octava potencia económica mundial".

Por su parte, al ver que los nuevos protagonistas globales son el BRIC (Brasil, Rusia, India y China), el Gobierno de Rodríguez Zapatero optó por la línea del sorpasso, la expresión que Italia utilizó en su comparación con la economía británica a principios de los 80, y de lo que nunca más se ha vuelto a hablar. Ahora se dice, con datos de Bruselas, que España ha superado a Italia.

El argumento a favor de esta pavería, se basa en un ranking publicado por el Eurostat de la UE que coloca a España por delante de Italia en PIB por cápita. ¿Cuántas cápitas tiene realmente España, con tanta inmigración descontrolada? ¿Se ha tenido en cuenta que la economía italiana tiene un volumen que es un 50% superior a la española? En todo caso, aunque una foto instantánea indicara más riqueza por persona que en Italia, según afirmó el economista Enric Llarch, ello no justificaría ningún tipo de triunfalismo, porque, al fin y al cabo, la realidad es que España solo supera de verdad el PIB per cápita de Grecia y Portugal.

A la necesaria cura de humildad contribuyó también el profesor Guillem López Casasnovas, al subrayar el informe del Banco de España que pone de manifiesto el efecto colateral del boom basado en el monocultivo del ladri- llo, que, mientras crea riqueza, también eleva la desigualdad entre las familias españolas. Por su parte, el profesor Juan Tugores insistió en el deterioro de los salarios reales, que son víctimas de un modelo español de crecimiento que les perjudica. Y, por último, el profesor José García Montalvo remarca que las familias más pobres tienen que destinar una proporción más alta de sus ingresos a comprar los productos alimenticios o energéticos que más han subido y, por tanto, padecen un IPC más elevado que el oficial.
¿No era de estas cosas de lo que había que hablar cara al futuro? Porque lo que queda claro es que el modelo del milagro anterior está agotado, y ahora vamos a tientas y presumiendo, como insensatos, de que dentro de cinco años pasaremos por delante de Francia y Alemania.

Fransec Sanuy, abogado.