El 10-N y el fin de la 'nueva política'

La repetición electoral de noviembre de 2019 tiene como una de sus características principales la de clausurar el ciclo de la nueva política que se abrió en 2015, con la llegada de los nuevos partidos y la promesa de regeneración y cambio del sistema político. Este fin de ciclo abre la puerta al retorno del bipartidismo o, para ser más exactos, establece un sistema de partidos en el que los partidos que han tenido experiencia de gobierno se erigen como partidos principales en su campo ideológico respectivo (el PP en la derecha y el PSOE, en la izquierda). A la hora de analizar las razones del fracaso de la nueva política, ocupan un lugar preferente los errores estratégicos de los nuevos partidos, los cuales podemos resumir en uno solo.

Aunque se han producido en dos momentos distintos, tanto Podemos en 2016 como Ciudadanos (Cs) en 2019 han incurrido en el mismo error estratégico: aplicar estrategias de polarización en momentos en que la política española exigía cierta transversalidad ideológica para superar situaciones de bloqueo como las que se han producido en los últimos años. Éste fue, claramente, el caso de Podemos en 2016 cuando forzó una repetición electoral que acabó beneficiando al PP, y este ha sido también el caso de Ciudadanos en 2019 al establecer un cordón sanitario al Partido Socialista que ha sido una de las causas de esta segunda repetición electoral. En ambos casos, la repetición electoral se ha vuelto contra sus promotores, castigando su responsabilidad en el bloqueo.

Para entender este error de los nuevos partidos conviene empezar recordando que las elecciones de 2015 pusieron en marcha un sistema de partidos de pluralismo polarizado que se inicia con la crisis del bipartidismo y que se exacerba con el conflicto catalán. Esto da lugar a una dinámica de polarización en dos fases. En una primera, la polarización ataca por la izquierda, en el momento en que Podemos disputa la hegemonía de la izquierda a un PSOE en crisis, tal como pudimos observar en las elecciones de 2015 y 2016. Esta primera fase se prolonga hasta las primarias del PSOE que ganó Pedro Sánchez, en su empeño de recuperar la hegemonía de la izquierda para el PSOE. En una segunda fase, la polarización cambia de signo y, una vez que el PP es desalojado del Gobierno mediante la moción de censura, Vox y Cs inician por su parte la disputa por la hegemonía de la derecha al PP.

En ambos casos, podemos observar que, a diferencia del multipartidismo de la Transición, donde la moderación y la necesidad de consenso incentivaba la competición por el votante medio, la radicalización de los últimos años incentiva una competición distinta, en la que los partidos pugnan por conseguir la hegemonía en cada uno de los polos ideológicos del sistema. El problema es que, con esta estrategia, ni Podemos consiguió desbancar al PSOE ni Cs ha conseguido desbancar al PP, toda vez que la polarización de sus estrategias condujo en ambos casos a una situación de bloqueo que fue penalizada en las urnas. Por un lado, el intento de Podemos de sobrepasar al PSOE mediante un pacto con IU fracasó en 2016. Por otro, el intento de Ciudadanos de sobrepasar al PP ha fracasado en 2019. Ambos fracasos ponen de manifiesto la disfuncionalidad de los nuevos partidos a la hora de conseguir aquello para lo que fueron llamados: el cambio y la regeneración del sistema. Ahora que Vox ha conseguido superar el umbral de los 50 diputados, ya sabemos para qué sirve la dinámica de polarización de los últimos tiempos: Vox estaba mucho mejor situado para capitalizarla que un partido que presume de centrista y liberal como Cs.

Como resultado de ambos fracasos, el sistema evoluciona no tanto en la dirección de reeditar un nuevo bipartidismo como en la de retornar al viejo multipartidismo de la Transición, de tal manera que los partidos tradicionales (PP y PSOE) se convierten en partidos principales, con opción preferente de gobierno, en su campo ideológico respectivo. En todo caso, aparecen flanqueados cada uno de ellos de un partido en competencia: Vox, por la derecha; y Podemos, por la izquierda. Pero esto puede ser una expectativa ilusoria, por cuanto la dinámica que acabamos de describir plantea dos preguntas inquietantes: la primera es si la polarización se va a detener o, por el contrario, va a proseguir su curso hasta desembocar en un escenario a la francesa, en el que la extrema derecha emergente acabe engullendo a la derecha tradicional, con lo que los bloques ideológicos de izquierda y derecha se separarían definitivamente, acabando con cualquier expectativa de entendimiento dentro de los márgenes de la Constitución.

La segunda pregunta se deriva del hecho de que, así como en el multipartidismo de la Transición la distancia entre los partidos principales (UCD y PSOE) era poca y dejaba poco margen para la disputa por el centro, la distancia ideológica actual entre PP y PSOE es mucha, lo que deja a muchos votantes huérfanos de representación, a la espera de lo que pueda deparar el próximo Congreso Extraordinario de Ciudadanos, cuya expectativa más probable ahora mismo es la de seguir los pasos del CDS, a menos que haya una operación de rescate del partido que recupere la función de bisagra a la que nunca debió renunciar. Esto deja el centro abierto a futuras operaciones de ocupación con el fin de recuperar a los votantes moderados que, asqueados por la polarización, se han refugiados en la abstención.

En cualquier caso, corren malos tiempos para la nueva política, de tal manera que las promesas de cambio en materia de lucha contra la corrupción y de regeneración de las maltrechas instituciones de nuestra democracia suenan cada vez más lejanas, orilladas por el estruendo del conflicto territorial y de las batallas identitarias que se han ido apoderando de nuestra agitada opinión pública. Pues así como las elecciones de 2015 abrían la posibilidad de que la discusión ideológica entre izquierda y derecha fuese complementada por la confrontación entre nueva y vieja política, la repetición de las elecciones de 2019 nos aboca a una situación en la que aquella discusión entre izquierda y derecha es reemplazada y fagocitada por la confrontación entre soberanismo periférico y españolismo. Y ello como consecuencia de que el primero se decanta a la izquierda mientras el españolismo se radicaliza a la derecha, lo que los convierte en los nuevos polos de la contienda política.

Juan Jesús González es catedrático de Sociología de la UNED.

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