El 11 de septiembre y el suicidio

Hace 10 años, el 11 de septiembre de 2001, una de las peores atrocidades en la memoria de la humanidad fue perpetrada contra el World Trade Center en Nueva York. El acto lo llevó a cabo el suicidio voluntario de extremistas que creían que matarse a sí mismos (y a muchos otros) era una afirmación política aceptable. Curiosamente, el acto de suicidio ha sido un factor común en muchos de los otros eventos asociados con esa fecha fatal.

Tras varios años de investigación forense, los expertos han declarado -y los miembros de su familia están de acuerdo con las conclusiones- que Salvador Allende se suicidó durante el ataque al palacio presidencial en Santiago de Chile el 11 de septiembre de 1973. La nueva perspectiva sobre su muerte plantea una serie de interesantes cuestiones que tienen una relevancia duradera. ¿Es el suicidio una respuesta decente al problema de la derrota política y militar, o es un acto -sin sentido- de desesperación? ¿Es moralmente digno suicidarse en lugar de resistir? ¿Qué se gana, y quiénes son los ganadores, a través de un acto de suicidio político? ¿Es permisible elevar a los suicidas al nivel de héroes, y por tanto tolerar el suicidio como una estrategia moral?

Allende siempre fue considerado una figura modelo para el socialismo del mundo hispánico. Se le presentaba agitando desafiante su ametralladora en el aire contra los aviones que bombardeaban el palacio presidencial. Fue el héroe de la resistencia progresista contra las fuerzas reaccionarias. ¿Afectará su suicidio la forma en que le vemos ahora? Probablemente no, porque no se pueden negar los hechos históricos básicos y la tragedia de su muerte todavía puede ser achacada a los golpistas, aunque no lo matasen directamente. La única cuestión es si es moralmente correcto preservar un suicida en el panteón de los héroes progresistas.

La mayoría de la gente percibe el suicidio como un acto criminal de desesperación y cobardía, y la Iglesia invariablemente ha negado cristiana sepultura a los suicidas. De la misma manera, el Islam considera que el suicidio es un acto inmoral. Sólo en el mundo de hoy las leyes han comenzado a relajarse para eliminar el suicidio (y el suicidio asistido) de la categoría de delitos. Algunas personas llamarían a esto progreso, otros (la mayoría, sin duda) lo llamarían equivocación. Cabe recordar, sin embargo, que durante siglos en muchas culturas del mundo -la Roma clásica, por ejemplo- el acto de suicidio voluntario, especialmente en circunstancias políticas, ha sido considerado moralmente aceptable.

No nos atañen aquí los suicidios puramente particulares: ha habido decenas de miles de ellos, en todo momento y en todos los lugares. Nuestra preocupación está, antes bien, con esas ideologías y grupos que han aceptado el suicidio como una extensión de la lucha social. El suicidio de Allende fue un paso más en la lucha contra los enemigos, probablemente el único recurso del que disponía. Empujados, como él, hasta los límites de la resistencia, muchos otros en el curso de la historia decidieron que no tenían otra alternativa.

Tomemos, por ejemplo, el famoso caso de Masada. Según el historiador Flavio Josefo, en el año 73 d.c. las tropas romanas asediaron a una comunidad de zelotes judíos en el asentamiento del acantilado de Masada, en Israel, y asaltaron su fortaleza; pero al entrar encontraron que los habitantes, en número de 960, habían incendiado sus casas y cometido suicidio masivo. El evento ha servido desde entonces como inspiración para aquellos en Israel que aprecian el valor de un mito heroico para la estabilidad nacional.

Sin embargo, eruditos judíos están entre los primeros en cuestionar si la evidencia histórica de Masada suministra suficiente base para el mito. Se han interesado no sólo por el hecho de que la religión judía prohíbe el suicidio y, por lo tanto, es poco probable que un suicidio en masa tuviera lugar, sino también por el hecho de que los promotores del mito han sido generales israelíes, que han estado interesados en construir una ética histórica y militar para sus soldados. Los arqueólogos no han descubierto ninguna evidencia para respaldar la historia de tantas personas que se suicidaron y existen serias dudas acerca de si el evento realmente tuvo lugar en la forma en que la ideología oficial lo presenta.

Israel no es el único país que acepta el suicido heroico como una característica de la mitología nacional. Los españoles, a pesar de la teórica base católica de su religión, han aceptado felizmente el suicidio como una de las características importantes de su historia. Consideremos el caso de la ciudad de Numancia (que se perdió de vista hasta ser redescubierta por un arqueólogo alemán a finales del siglo XIX). En el año 134 a.c. las fuerzas romanas en Hispania pusieron sitio a la ciudad rebelde. Cito de la breve entrada en Wikipedia: «Tras quince meses de asedio, la ciudad cayó vencida por el hambre en el verano del 133 a.c. Sus habitantes prefirieron el suicidio a entregarse. Incendiaron la ciudad para que no cayera en manos de los romanos». ¿Fue un acto heroico? Los españoles nunca dudaron de ello. Cervantes dramatizó la historia en El cerco de Numancia (1585) y en el siglo XIX, escritores y artistas reclamaron la causa de Numancia como un paradigma del heroísmo histórico de España, a pesar de que el evento tuviera lugar siglos antes de que España existiera.

Parece, por tanto, que algunas opiniones son benevolentes ante el acto de suicidio, especialmente ante el suicidio en masa, cuando se comete en nombre de una causa política. En esas circunstancias, el suicidio de Allende no dejaría mancha en su reputación. La cuestión, sin embargo, no puede dejar de dar lugar a la perplejidad. ¿Quién puede distinguir entre suicidios aptos y suicidios no aptos? Volvamos a otro 11 de septiembre, no al de Allende, sino al de la ciudad de Barcelona en el siglo XVIII.

Un infinitamente superior ejército francés y español al mando del duque de Berwick estaba en 1714 sitiando una ciudad rebelde defendida por unos pocos miles de soldados y por sus ciudadanos. Aunque los atacantes llevaron a cabo un vigoroso asedio, las fuerzas defensoras, comandadas por el general Villarroel, resistieron con éxito durante más de un año. En septiembre, Berwick ofreció recibir a una delegación con la esperanza de que capitularan. Los dirigentes catalanes, liderados por Rafael Casanova, tenían otras ideas. De propósito excluyeron a militares de la delegación y se negaron a hablar sobre la rendición. Villarroel vio la resistencia insensata y renunció a su mando. Con ningún otro general disponible, los líderes de la ciudad inmediatamente nombraron a la Virgen de la Merced como su comandante. Casanova llevó a su ciudad al suicidio y debe ser considerado el responsable de las miles de vidas que fueron sacrificadas inútilmente el 11 de septiembre del año 1714.

¿Fue un acto heroico? El mito nacionalista en Cataluña parece creer que sí, porque Casanova todavía es celebrado cada año como el gran héroe de la nación. La idea de permitir que miles de catalanes mueran a fin de crear un mito eterno, es un asunto en el que son posibles diferentes opiniones. Lo cierto es que el duque de Berwick consideró la decisión como demente. El asedio había costado más vidas de las que consideraba aceptables. En sus memorias, escritas una década más tarde, estimaba que habían muerto 6.000 defensores y que su ejército había perdido a 10.000 hombres. Enfadado por las muertes innecesarias, cuando la ciudad ya estaba a su alcance se consideró no obligado por las posibilidades de capitulación. Barcelona sufrió durante años como ciudad conquistada. Casanova, que había provocado su suicidio, vivió sus días en paz y murió en su propia cama.

Como podemos ver, la historia de la resistencia y el suicidio es larga y compleja y sigue siendo la misma a través de los siglos. Se mantienen los actos de suicidio en masa para admiración nuestra porque parecen ser el cumplimiento de algo grande en la actividad política humana. ¿Eran así realmente? Los aficionados de la época medieval recordarán el caso de Montségur, cuando cientos de cátaros se suicidaron arrojándose por los acantilados para no caer en manos de sus enemigos. ¿Eran, como Allende, héroes para ser admirados? ¿Fue el suicidio de Allende, como sostiene un columnista de prensa en Chile, «una histórica muestra de valentía»?

Por Henry Kamen, historiador británico, su último libro es Poder y Gloria. Los héroes de la España imperial, Espasa, 2010.

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