El 11-M y los mercaderes del Quijote

Quince años después de la tragedia, la única gran verdad, el único elemento incontrovertible del 11-M, no figura en ninguna sentencia judicial, conclusión parlamentaria o resolución política, sino en la letra de "Jueves", la emocionante canción de "La Oreja de Van Gogh" sobre la pareja que se enamora en uno de los trenes: "Y ya estamos llegando, mi vida ha cambiado/ un día especial este once de marzo/ Me tomas la mano, llegamos a un túnel/ que apaga la luz".

Para las 191 víctimas mortales de la masacre, para los centenares de heridos y supervivientes, para las familias de todos ellos, aquel "día especial" supuso, en efecto, entrar en "un túnel que apaga la luz". La oscuridad engulló aquellas vidas y dejó secuelas permanentes en los demás.

Nunca debemos olvidar que, para aterrorizarnos a todos, los autores de la masacre descuartizaron, mutilaron e hirieron en esos trenes a personas que nos representaban, a través de sus proyectos, emociones y caricias truncadas. ¿Quiénes eran, a quién obedecían esos malvados?

El 11-M y los mercaderes del QuijoteHa pasado poco tiempo para haber olvidado, pero el suficiente ya para ganar la perspectiva de la distancia. Ni al actual Gobierno ni, menos aún, al que salga de las elecciones de abril se les podrá reprochar nada diferente del conformismo, en relación a la averiguación de los hechos. Tampoco a los diputados de la última legislatura o a los actuales titulares de los altos tribunales. Ninguno de los principales encubridores sigue en su puesto.

Cuestión distinta es la de los medios de comunicación. Durante los últimos años, los esfuerzos de unos pocos por buscar la verdad de lo ocurrido han quedado bloqueados o han entrado en vía muerta institucional. Pero a ninguna estrella del duopolio televisivo o de las grandes cadenas radiofónicas –por no hablar de la prensa tradicional- parece importarle una higa. Todos eluden el único enigma que sobrevivirá a esta generación. Tendrán audiencia, llenarán de dinero sus alforjas, pero la posteridad sólo dirá que se quitaron de en medio.

Una inmensa mayoría de españoles (60% frente a 24%) cree en 2019 que “no sabemos la verdad sobre la masacre”. Este dato se reproduce año tras año, en las encuestas, como una losa que cae sobre los líderes de opinión. Y esa inmensa mayoría tiene razón porque, una vez que la sentencia no lo hizo, nadie es capaz de explicar, al día de hoy, ni quién, por qué y para qué ordenó los atentados; ni qué explosivo estalló, indubitadamente, en los trenes; ni quienes pusieron las bombas en cada uno de los diez vagones en los que hubo deflagraciones; ni qué complicidades o negligencias hubo en las Fuerzas de Seguridad del Estado.

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Más allá de la genérica atribución de la matanza a los islamistas que murieron en el piso de Leganés, la sentencia sólo identifica a Jamal Zougam como autor material, condenándole a 42.917 años de cárcel. Lo hace contra toda lógica del comportamiento, pues es la misma persona a la que se achaca haber vendido, al resto del comando, las tarjetas prepago de los teléfonos que, supuestamente, sirvieron de detonadores. Y con el único respaldo testifical de dos rumanas que obtuvieron la nacionalidad y una significativa suma de dinero, cuando recordaron haberle visto en un vagón.

Para mayor inri, una de ellas lo hizo un año después de los hechos, cuando el tribunal médico le había negado la condición de víctima, al cuestionar que tan siquiera viajara en los trenes. Ningún tribunal habría podido condenar a Zougam, si la defensa hubiera conocido a tiempo estos datos.

Ítem más: el único elemento material que sirvió para vincular a Zougam a la masacre fue la tarjeta extraída del teléfono Trium, hallado en la famosa mochila de Vallecas. El encargado de investigar su procedencia fue el comisario García Castaño, alias El Gordo, de reciente notoriedad como cómplice, o tal vez socio, de las actividades delictivas que se imputan a Villarejo. Una de las contadas personas que aún podría iluminar la controvertida prueba sobre la que bascula todo el sumario que cerró en falso el asunto.

Especialmente, tras la tomadura de pelo que supuso el informe que la Brigada de Análisis y Revisión de Casos entregó, en febrero de 2017, a la Fiscalía de la Audiencia Nacional, para responder "a las abundantes teorías de cómo pudo un artefacto explosivo aparecer en una Comisaría". En sus conclusiones admite que en la estación de El Pozo, de la que supuestamente procedía, "hubo tres momentos en los que se pasó por alto la existencia, supervisión y control de la bolsa de deportes que albergaba el artefacto". Sin embargo, aunque describe el "errático camino de los objetos por varios puntos de la ciudad", durante toda una jornada de caos y confusión, "descarta la posibilidad de que se manipularan durante el traslado".

Lo peor de todo es la falta de respuesta a las evidencias de que la pretendida bomba era, en realidad, un señuelo que parte de la policía decidió tragarse. La más flagrante de esas evidencias fue la prueba pericial que desembocó en el archivo de la querella que el comisario jefe de los Tedax, Sánchez Manzano, interpuso contra Casimiro García Abadillo, Fernando Múgica, Federico Jiménez Losantos y yo mismo. En sede judicial demostramos que el modelo de teléfono, que estaba apagado dentro de la mochila, no conservaba la hora del despertador, una vez desmontada la batería para extraer la tarjeta. Es, por lo tanto, falso de toda falsedad que quedara acreditado que ese artefacto estuviera programado para explotar a las 7.40, tal y como ocurrió con los diez que provocaron la masacre.

Tampoco dice nada ese informe de "revisión del caso" sobre la incoherencia de que la mochila de Vallecas incluyera gran profusión de clavos y tornillos y en ninguno de los cadáveres se encontraran restos de metralla alguna. Pero la estulticia de sus autores alcanza el paroxismo cuando sostienen que "no es posible establecer unas circunstancias suficientemente concluyentes para determinar" por qué no estalló. Y, a continuación, añaden, homenajeando a Perogrullo: "La propia confección artesanal del artefacto... conlleva a que existan tantas posibilidades de que funcione, como de que no lo haga".

Todos sabemos, hace mucho tiempo, al menos desde que Fernando Múgica publicó la radiografía in situ de los Tedax, la razón por la que ni explotó ni podía explotar la mochila de Vallecas. Pero habría bastado que los "revisores" de la policía hubieran leído la entrevista que García Abadillo hizo al presidente del tribunal sentenciador, en 2014, para que incorporaran el dato de que "los cables no estaban bien conectados" y uno de ellos, en concreto, había quedado "suelto".

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Repasar, al cabo de un lustro, aquel intento de descargo de conciencia de Gómez Bermúdez, debería ser suficiente para removernos las entrañas. El magistrado reconocía que, "diez años después, no sabemos quién dio la idea de atentar el 11-M", admitía que eso "no lo indagamos" y se curaba en salud, alegando que la masacre "no fue inspirada por Al Qaeda sino por el alqaedismo".

Al llegar a la cuestión clave de la condena de Zougam, tras muchas idas y venidas sobre la credibilidad de los testimonios acusatorios y las pautas de conducta de quien nunca pasó por la casa de Morata, ni tuvo contacto alguno con la célula de Leganés y, en cambio, buscaba piso para casarse y estaba en el gimnasio la noche antes de los atentados, Gómez Bermúdez concluye: "Ojalá no nos hayamos equivocado". Cuando lo leí se me hizo un nudo en el estómago y ahí sigue. Dios bendito. Así era el in dubio pro reo en los tiempos del cólera.

Yo estoy convencido de que Jamal Zougam es inocente y de que los miembros del tribunal se "equivocaron" porque existía una necesidad política e incluso una urgencia social, un interés de Estado en suma, canalizado por la Policía y los fiscales, de que se equivocaran. La España establecida, incluidos los medios de comunicación, salvo muy contadas excepciones, no buscaba la verdad, sino una versión conveniente que cerrara un capítulo engorroso que, a la postre, había dado paso a la sustitución de un gobierno de derechas por otro de izquierdas.

Esa disposición a dar por bueno cualquier relato que zanjara la cuestión, sin ninguna incomodidad para la clase instalada, ni ulteriores consecuencias para el Estado, este cínico salir del paso para que el vivo vuelva al bollo mientras los muertos van completando el hoyo, queda muy bien reflejado en "La Aventura de los Mercaderes" que ocupa el capítulo cuarto de la Primera Parte del Quijote.

El Ingenioso Hidalgo se ha lanzado a los caminos, reclamando el reconocimiento universal de que "no hay, en el mundo todo, doncella más hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso". Cuando requiere en tal sentido a un grupo de mercaderes toledanos que van a vender seda a Murcia, "uno de ellos, que era un poco burlón", se declara dispuesto a pasar por el aro de ese acatamiento, con tal de que se le ayude a guardar las apariencias:

-Sea servido vuestra merced en mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo que, por el hilo se sacará el ovillo y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su parte, que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.

La mochila de Vallecas fue "el grano de trigo" y los moritos de Lavapiés el "ovillo" que dejaron, primero a los vencedores y luego a los propios vencidos, cuando volvieron al poder, "satisfechos" y, sobre todo, "seguros". Los grupos mediáticos que les apoyaron, tragándose todos los embustes quedaron, por supuesto, "contentos y pagados". Estaban, “tan de su parte”, que sólo restaba dar su merecido a quienes se empeñaran en apreciar lo horrendo del "retrato", toda vez que la sentencia aparecía "tuerta" del ojo de la autoría, mientras le manaban todo tipo de sustancias tóxicas del ojo de las pruebas materiales. ¡Vale ya!

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Don Quijote resultó molido a palos por un mozo de mulas, cuando osó rebelarse contra el apaño que se le proponía. Igual nos ha ocurrido a los estigmatizados por nuestra tozudez conspiranoica. Pero, en este caso, quien, a la postre, rodó por el suelo, "con su lanza, adarga, espuelas y celada", fue la España desarrollada y próspera que llevaba camino de culminar el éxito prodigioso de la Transición con la entrada en el G-7. Y ahí sigue, en cambio, nuestro pobre Estado, "embarazado por el peso de las antiguas armas", hundido en el barrizal del separatismo, las políticas divisivas y el ajuste de cuentas de la memoria histórica, apartado ya de ese proyecto ganador que acariciábamos hace dos décadas.

Ahora, cuando todos los demás caminos judiciales han quedado kafkianamente cerrados, cuando Zougam ya ha cumplido 15 años de prisión y sólo le quedan otros 42.902, el porquero de Agamenon -vulgo comisario Villarejo- ha introducido, a través de las grietas de los desagües de la Audiencia Nacional, un escrito dirigido al juez García Castellón en el que mezcla interpretaciones lógicas con detalles reveladores de lo que, según él, fue "un trabajo por encargo". Ahorrémonos las invectivas: vituperar a Villarejo, como se hizo con Amedo, Perote o Bárcenas no requiere demasiado ingenio. Nunca será un monje de clausura quien desmonte las redes de prostíbulos. Lo único importante es si lo que dice es verdad o no; y en su texto hay nombres propios, fechas, lugares, hasta una concreta cabina telefónica en el Líbano, que deberían relanzar la investigación.

Soy consciente de que a nadie en posiciones de poder le conviene que eso suceda. La pesadilla de tener que pedir explicaciones a países vecinos desalienta a cualquiera y el realismo en la política induce a dejarlo todo como está. Pero si don Quijote pudiera ver el vídeo de esa chica que se despide del amor recién encontrado en el vagón de aquel tren, seguro que se levantaría con brío redoblado para seguir persiguiendo el sueño imposible de la búsqueda de la verdad.

Quince años después, la voz de esa chica sigue sonando, trémula y tierna, desde el fondo de "aquel túnel que apaga la luz", recordándonos cuánto perdimos tal jueves, 11 de marzo: "Te encuentro la cara, gracias a mis manos/ Me vuelvo valiente y te beso en los labios./ Dices que me quieres y yo te regalo/ el último soplo de mi corazón". Mientras una lágrima salada siga rodando por nuestras mejillas, quedará la esperanza de que una mañana fructifique el milagro.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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