El 11-S y el nuevo escenario estratégico (y II)

Por Emilio Lamo de Espinosa, catedrático de Sociología (ABC, 12/09/06):

Lo que el 11-S inauguró es la era del terrorismo internacional como único y último (?) modo de confrontar el modo de vida occidental, que es el nuestro (pero también el american way of life), basado en tres órdenes institucionales esenciales: el Estado democrático, la economía de mercado, y la ciencia empírico-racional como forma cultural dominante. Frente a ello emerge un nuevo / viejo fanatismo religioso que ampara órdenes totalitarios, justo cuando todos creíamos que las ideas habían dejado de ser el motor de la historia (Fukuyama) sustituidas por las cuentas de resultados y la acción racional e instrumental (Weber). Pues todos éramos ingenuamente marxistas, de uno u otro modo, al creer que la superestructura ideológica era sólo el subproducto de una infraestructura de intereses materiales ¡Qué engañados estábamos al creer en el «fin de las ideologías» y los «grandes relatos»! Las ideas, las creencias, las concepciones del mundo, casi siempre canalizadas por las religiones, son y han sido siempre el motor de la acción de los humanos, capaces de diseñar estrategias racionales para cualquier objetivo, incluso el de degollar herejes. Y desgraciadamente el totalitarismo islámico es ya ideología dominante en buena parte del mundo musulmán, desde Marruecos a Indonesia.

Sin embargo, a cinco años del 11-S hemos podido comprobar que ni la respuesta americana al terrorismo ni la europea han estado a la altura de las circunstancias. Bush declaró la «guerra contra el terrorismo», y la reiteraba de nuevo anteayer, pero ese enemigo está más allá de toda confrontación convencional. Podemos derrotar sus ejércitos formales, pero no los informales, y eso lo comprobamos tanto en Afganistán como en Irak, y ahora, de nuevo, con Hizbolá en el Líbano y con Hamás en Palestina. Estados Unidos (o Israel) no tiene problema alguno para ganar la guerra, pero pierde irremisiblemente la paz. La respuesta europea ha sido «buscar las causas» y seguir la «vía diplomática», pero lo uno y lo otro habían fallado ya con Sadam Husein y lo está haciendo de nuevo en Palestina, Siria, Irán y Corea del Norte. De poco sirve la fuerza si no convence, pero de menos sirve la diplomacia si no está garantizada por la voluntad del uso de sanciones económicas y, eventualmente, del uso mismo de la fuerza, único lenguaje que entienden los terroristas o los déspotas ¿Acaso no lo sabemos bien los españoles? El pasado 13 de mayo, tras su último informe sobre Irán, lo reconocía así El Baradei: «Con Europa se puede hablar de economía, de comercio...pero no de temas duros sobre seguridad». Y nada más arriesgado que enviar fuerzas (al Líbano, ahora) cuando no se tiene la seguridad de querer utilizarla, pues la paradoja de la disuasión es que nada llama con más fuerza a la violencia que la apariencia de debilidad (no saques nunca la pistola si no estás dispuesto a disparar...).

En esta primera mitad del siglo XXI emerge así un nuevo escenario estratégico, por vez primera mundial, marcado por dos eventos. De una parte ese nuevo terrorismo, cuyo telón de fondo y mayor riesgo es la proliferación de armas nucleares en Estados, no ya fallidos, sino exitosos como Estados totalitarios. Y de otra, la emergencia de las nuevas potencias mundiales (China, India e Indonesia en Asia, y Brasil y México en América) que, junto con los Estados Unidos, serán las potencias hegemónicas en menos de veinte años. En el corto plazo el terrorismo es sin duda la amenaza perentoria y, aunque puede ser exagerado (y lo es, hoy por hoy) comparar su alcance con el totalitarismo soviético, está sirviendo para dividir a Occidente en dos mitades, la atlantista y la que (como España hoy) trata de buscar un contrapeso al «Hegemón» en un mundo multipolar. Pero en un Occidente dividido, Europa no avanza (como vemos a diario), y el hundimiento de Europa debilita poderosamente a Occidente en el otro frente estratégico, el de las nuevas potencias que, en breve, serán más poderosas que Francia, Inglaterra o Alemania aisladas entre sí o en confrontación con los Estados Unidos.

Pues lo que se dibuja en el horizonte es un mundo westfaliano de variadas potencias poderosas y en posesión de armas nucleares, para cuya gestión las Naciones Unidas son impotentes (no han sido capaces ni de reformar la Comisión de Derechos Humanos). Un mundo multipolar, cierto, pero en el que, desafortunadamente, Europa y los Estados que lo componen, contamos cada vez menos. Quienes creen (quienes creemos) que, a pesar de todo, no hay fuente de legalidad alternativa a la de Naciones Unidos y, por lo tanto, debemos exigir su respeto en todo caso, tuvimos un test contra Sadam Husein, que fallamos estrepitosamente. Y tenemos ahora otro en Irán, que estamos fallando por igual. Y si no somos capaces de imponer a Irán el cumplimiento de las resoluciones de la ONU, y permitimos su nuclearización, estaremos abriendo la puerta a un mundo de equilibrio nuclear multipolar cuyo eje, ya en gestación, alimentado por el petróleo, va de Caracas a Pekín pasando por Teherán. Pues la pregunta no es qué harán Israel o los Estados Unidos si Irán se nucleariza, sino qué harán Arabia Saudí o Irak. O qué hará Japón si Corea del Norte sigue los mismos pasos. Y si gestionar una Destrucción Mutua Asegurada bilateral fue la pesadilla de dos o tres generaciones de europeos y americanos, gestionar una MAD multilateral será una locura mundial. Ironías de la historia, el «nuevo orden planetario» sería así una copia en mayor escala del orden westfaliano, la definitiva europeización del mundo. Los europeos deberíamos tener mucho cuidado al apostar por un mundo multipolar, no sea que veamos cumplidas nuestras esperanzas para tener que decir después: «No es esto, no es esto».

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