El 14 de Miguel Ángel Revilla

El pasado sábado escuchamos de boca de Miguel Ángel Revilla que para ser médico de familia y trabajar en un pueblo "tampoco hace falta sacar un 14". Que no todos los médicos tienen que ser como los que hacen trasplantes.

Miguel Ángel Revilla  es presidente nada más y nada menos que de una comunidad autónoma, la de Cantabria. Es verdad que se trata de un personaje peculiar y que nos tiene acostumbrados a intervenciones más propias del Club de la Comedia que de un responsable político. Pero Revilla debería ser consciente de la trascendencia que tienen determinadas afirmaciones.

Desde luego, lo que ha quedado acreditado es que para presidir una comunidad autónoma tampoco piden un 14 de nota.

Seguramente, lo que quiso decir el señor Revilla es que hace falta crear más plazas de médico en las facultades, algo con lo que tampoco todo el mundo está de acuerdo.

Pero, al decirlo como lo ha dicho, despreciando a estos profesionales (comparándolos, además, con otros colegas), ha contribuido a empeorar el problema que tiene nuestra Atención Primaria, que es precisamente el del escaso reconocimiento de su importante papel. Tampoco se ha valorado suficientemente el trabajo que se lleva a cabo desde las consultas de los ambulatorios o los centros de salud de nuestros pueblos y ciudades.

¿Por qué piensa el señor Revilla que cuidar de la salud de toda la población es una tarea menor? ¿Acaso es algo para lo que no hace falta cualificación profesional? ¿Quizá comporta una menor responsabilidad que la tarea que se realiza en un gran hospital?

¿Acaso desconoce el señor Revilla que para llevar a cabo esta función no sólo son necesarios seis años de licenciatura, a los que se añade la superación de una prueba MIR, sino también otros tres años de la especialidad correspondiente?

Para llevar a cabo las funciones que tiene asignadas un médico de familia no sólo hace falta un conocimiento profundo de todas las patologías. También hace falta conocimiento de psicología, de medioambiente, de salud pública, de docencia y, especialmente, de humanidades.

Sólo así se pueden dar diagnósticos precoces, un tratamiento adecuado o un seguimiento de la patología crónica de cualquier enfermedad.

Esta forma de pensar, que no es exclusiva del señor Revilla, se ha predicado desde muchos sectores. Incluyendo los propios compañeros de otras especialidades, que no han reconocido el trabajo abnegado y eficaz de tantos y tantos médicos generales y de familia.

Ellos han sido, en buena medida, los que durante los últimos 30 años han cargado sobre sus espaldas la salud y la asistencia sanitaria de todos los españoles. Algo que durante la pandemia de Covid-19 se puso de manifiesto.

Y de ahí, de esa falta de reconocimiento, deriva la insuficiencia de recursos y la relegación de estos profesionales a aquellas tareas y obligaciones que el resto de especialidades no han podido o no han querido hacer. Motivo por el que la Atención Primaria se ha convertido en un campo profesional con poco prestigio, saturado de obligaciones (muchas veces ni siquiera médicas) y desprovisto de los mínimos recursos materiales para poder ejercerla con dignidad.

Hay que decir alto y claro que sin una Atención Primaria robusta, eficaz, bien dotada de medios y, sobre todo, con el suficiente reconocimiento social y profesional, nada del resto del sistema puede funcionar. Tanto es así que lo primero que propongo es cambiarle su denominación y no llamarla "primaria", pues parece dar a entender que es de inferior categoría a otras, que denominamos "especializadas".

Su denominación debería reflejar mejor la importancia que tiene. Por ejemplo, Atención Familiar y Comunitaria.

Esta especialidad (eso es lo que es) debe ser reconocida como el eje central del resto del Sistema Nacional de Salud. Eje del que debería derivar, y de hecho deriva, el resto de la asistencia sanitaria. La pública y la privada.

Y esto es un problema en todas las comunidades autónomas, no sólo en Madrid o en Cantabria. Algunas comunidades autónomas y sus responsables políticos, en vez de sentarse a escuchar o a dialogar, prefieren recurrir a la batalla del relato. Y calificar a quien hace huelga o se manifiesta en la calle de extremista de izquierdas.

O nos ponemos a trabajar para resolver los graves problemas de la Atención Familiar y Comunitaria, para que sus profesionales vean en la clase política y en la sociedad una firme voluntad de cambiar la situación, o nuestro sistema sanitario se derrumbará.

Por mucho que aumenten los recursos, no hay dinero suficiente para que la atención que se presta desde la consulta de un médico de familia se pueda prestar desde los hospitales o las pólizas de seguro privadas.

Tenemos que pensar en cambios profundos, en un cambio de modelo y de los roles de los profesionales. Debemos exigir que el sistema sea más eficiente y recompensar mejor el trabajo bien hecho. También debemos pedir a la población mayor responsabilidad en el uso de los recursos públicos.

Es un problema de todos. No sólo de los políticos, sino también de los pacientes y de la sociedad. Debemos implicar a los pacientes en la toma de decisiones de las administraciones sanitarias. Porque estamos hablando de su salud, y nadie más interesado en ella que los propios pacientes.

Por ahí pasan las soluciones. Por crear consejos de salud a nivel municipal y observatorios a nivel autonómico que permitan trasladar a las autoridades y a los políticos las necesidades de estos colectivos. Así, estos colectivos sabrán cuáles son las dificultades reales, más allá de las promesas electorales.

Y qué es lo que se puede hacer y lo que no, así como su coste real.

José María Antón es exviceconsejero de Humanización Sanitaria de la Comunidad de Madrid.

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