El 15-M, con un año de perspectiva

Un año después del surgimiento del movimiento 15- M, mantengo mis dudas a la hora de hacer un balance del mismo. Junto a determinados aspectos, sumamente positivos, veo también limitaciones evidentes. Una de ellas consiste en que su visibilidad parece acantonarse en manifestaciones y acampadas. Es lo que leo en los medios de comunicación ante el aniversario. En este punto soy formal y rotundo desde el primer día: no es con manifestaciones y acampadas como se cambia un país. Se puede tumbar un Gobierno, si se tumba. A Nicolas Sarkozy lo han vencido las urnas, no las grandes manifestaciones contra la prolongación de la edad de jubilación, que veremos si, ya en el poder, modifica François Hollande. Los poderes de verdad, los de los mercados, siguen incólumes por muchas manifestaciones que se hagan en Wall Street.

Aunque muchos de sus participantes no lo estén viendo así, el 15-M es un movimiento más de protesta que de construcción. La protesta agrupa con relativa facilidad. Siempre es más fácil unirse y movilizarse contra algo o contra alguien. Es más complicado y difícil ponerse de acuerdo en objetivos a corto y medio plazo, concitar voluntades para trabajar en los mismos, determinar los mecanismos de debate y deliberación de los que en ellos participan y, después, tener la humildad de reconocer que sus decisiones solamente tienen el valor y el límite de los que han participado en las mismas. Que han sido muy pocos si los comparamos con el conjunto poblacional español.

Los que vivimos en Euskadi tenemos una gran prevención ante los movimientos asamblearios. Ahora Bildu y sus mentores abogan por los movimientos asamblearios y no quieren ni oír hablar de que se realicen consultas con garantías de representatividad. Por ejemplo, ante la pretensión de imponer, allá donde puedan, algo aparentemente tan banal como un determinado método de recogida de basuras. En este punto hay que ser muy claro: no hay asambleas más representativas de la voluntad de los ciudadanos que las conformadas por las instituciones salidas de las urnas. Se podrá consultar a la asamblea de vecinos, a las asociaciones de esto y aquello , pues sería deseable que hubiera mayor participación ciudadana; pero añado que habría que cuidar al máximo su representatividad. No basta la opinión de los que deciden acudir a una asamblea en la plaza del pueblo para hablar de la democracia real, del feminismo, de la implantación de un centro de tratamiento de drogadictos o de lo que sea. Muy bien está que se debatan públicamente estas y otras cuestiones. Pero los que participan en una asamblea no se representan más que a sí mismos. En consecuencia, esas asambleas no tienen capacidad decisoria sobre el conjunto poblacional.

Por otra parte, los partidos, ni siquiera los más próximos a los pensamientos dominantes del 15-M, no les han tenido en cuenta en las últimas confrontaciones electorales. De hecho, ¿ha cambiado en algo el discurso y la práctica política por la existencia del 15- M, más allá de algunas referenciales triviales al movimiento como tal?

El movimiento 15-M ha de superar dos escollos importantes. El primero, que en gran medida ha conseguido, es impedir que los antisistema violentos, sin sistema alternativo que proponer con la fuerza de la razón, copen la movilización. Sería su final. Afortunadamente, a trancas y barrancas se ha logrado. No es un éxito menor en absoluto, lo subrayo con fuerza, pues han logrado que, en España, el riesgo de la derecha extrema sea menor que en otros países de nuestro entorno. El movimiento está siendo un portentoso canal por el que la ciudadanía concienciada y, al menos verbalmente, comprometida puede manifestar, compartir y discutir sus críticas, hartazgos y propuestas. Sin violencia. Más aún cerrando el paso a la violencia al cerrar el paso a la derecha extrema. ¡Chapeau!El segundo escollo lo veo más complicado y complejo. Fomentar la reflexión ciudadana en torno a muchas de las buenas cuestiones que han salido en las acampadas y en internet para, mediante encuentros de reflexión, hacerlas operativas. Al final, pienso que necesitarán la complicidad de órganos de representación.

En fin, sigo pensando que una virtud clave del 15- M es el aldabonazo a una sociedad dormida, resignada, individualista y placentera, una sociedad que pide a la Administración, además de seguridad, que la proteja del paro y de la enfermedad y le asegure las pensiones y mejores salarios, pero sin mayores compromisos personales.

Son muchos más los que están de acuerdo con lo que sale de las asambleas del 15-M que los que están dispuestos a comprometerse para llevarlo a buen término. De ahí que tras el libro ¡Indignaos! de Stéphane Hessel haya salido otro, Indignarse y comprometerse. Muchos componentes del 15-M no solo son muy conscientes de ello, sino que, en la práctica cotidiana, lo llevan a cabo. Sea dicho, con toda justicia, en su favor. Desde ese punto de vista, son los adalides de una nueva sociedad. Su éxito en el futuro confortaría nuestra sociedad.

Javier Elzo, catedrático emérito de Deusto.

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