El 2013 y las ‘primaveras árabes’

El año 2013 quedará marcado por el fracaso de los islamistas llegados al poder. Antes de ser devueltos a sus mezquitas, y algunos a prisión, ha sido el pueblo de manera mayoritaria quien, con sus frecuentes y masivas manifestaciones, les ha expresado su rechazo. Los hechos han transcurrido de modo violento en Egipto. El antiguo presidente Mohamed Morsi fue destituido y detenido, pero sus partidarios no se resignaron y resistieron por todos los medios. Morsi no sólo se atribuyó plenos poderes sino que no supo reaccionar cuando en junio unos ciudadanos chiíes fueron linchados en un pueblo de las afueras de El Cairo o cuando iglesias coptas fueron incendiadas en todo el país. El ejército optó por la mano dura y no dudó en responder disparando sobre la multitud cuando los seguidores de Morsi salieron a manifestarse.

No se puede decir que seis meses después de la llegada de los militares al poder el país esté totalmente calmado. No hay que olvidar que el movimiento de los Hermanos Musulmanes es muy antiguo (nació en 1920), bien organizado y siempre ha sido combatido por los militares. El presidente Naser, que era laico y se proclamaba revolucionario, hizo detener en 1966 a Said Qotb, uno de los fundadores de la cofradía. Su sucesor, Anuar el Sadat, murió bajo las balas de un grupo armado islamista y Mubarak, pese a no fiarse de esta oposición, había conseguido canalizarla. La prueba es que no participaron plenamente en la revolución de la primavera árabe nacida en la plaza Tahrir. Fue más tarde, cuando se organizaron las elecciones, cuando se movilizaron y lograron que su representante, Mohamed Morsi, fuera elegido.

Ahora una comisión formada por 50 personalidades de todas las tendencias, excepto la islamista, ha redactado una nueva Constitución. El islam sigue siendo religión de Estado pese a existir casi un 8% de ciudadanos de confesión copta. La charia, inscrita en la Constitución en 1962 por El Sadat, se mantiene en el nuevo texto. Esta Constitución será sometida a referéndum los próximos 14 y 15 de enero. En el 2014 deberán organizarse elecciones legislativas y presidenciales con la esperanza de que los civiles lleguen al poder. De este modo, el proceso surgido de la primavera árabe está lejos de haber llegado a su objetivo. Egipto sufre los mismos males desde hace más de medio siglo: superpoblación, corrupción, ausencia del Estado de derecho, pobreza y difícil aprendizaje de la democracia, lo que deja el campo libre al discurso religioso.

La ayuda americana, de unos 2.000 millones de dólares, ha quedado suspendida (una ayuda que data de cuando el Estado egipcio firmó la paz con Israel, que recibe más del doble de esta suma), y Arabia Saudí y el resto de países del Golfo excepto Qatar han ofrecido 16.000 millones a los nuevos líderes, que podrán así resolver los problemas económicos más urgentes.

El rey Adbulah en persona había expresado su apoyo al nuevo poder egipcio “frente al terrorismo”. Hizo un llamamiento a “los egipcios, los árabes y los musulmanes a oponerse a todos los que intentan desestabilizar el país”. Su ministro de Exteriores, el príncipe Saud al Faisal, fue aún más explícito, rechazando la responsabilidad de la violencia sobre la cofradía de los Hermanos Musulmanes. Los países del Golfo, aunque viven bajo la norma de la charia y siguen el sistema wahabí, el de un islam duro, temen un ascenso de los Hermanos Musulmanes en el mundo al sentirse directamente amenazados por el hambre de este movimiento.

El 2014 será crucial, pues veremos si el pueblo egipcio se reconcilia consigo mismo y si la democracia, en tanto que conjunto de valores y principios, se aplicará o sólo se utilizará como técnica electoral sin instaurar un verdadero Estado de derecho. El turismo, principal fuente económica del país, está muerto o casi. Los disturbios y los atentados han creado una inseguridad que no anima a los extranjeros a viajar a este bello país. Y por otro lado, los oficiales superiores siguen siendo parte importante en los asuntos financieros, un regalo que les hizo en su tiempo el presidente Mubarak.

En Túnez, los islamistas de Enahda (aún en el poder) y la oposición laica acaban de nombrar un nuevo primer ministro, el hasta ahora titular de Industria, Mehdi Jomaa. Deberá presidir un gabinete interino apolítico y preparar las elecciones que celebrarán la primavera del 2014. El estado de emergencia ha sido prolongado. Como en Egipto, el turismo ya casi no funciona, el Club Med de Hamamet acaba de cerrar. La crisis política que dura desde hace dos años ha estado marcada por el asesinato de dos políticos, el sindicalista Chokri Belaid y el diputado de la oposición Mohamed Brahmi; el Gobierno islamista no logró eliminar el terrorismo de los extremistas salafistas. El país sigue marcado por una cierta inestabilidad y espera mucho de la nueva Constitución, cuya redacción aún no ha concluido.

Como en Egipto, el 2014 será el año de poner a prueba las promesas democráticas. Dos visiones del mundo y de la sociedad siguen enfrentadas. Es poco probable que los laicos venzan frente al movimiento islamista aunque este haya perdido la credibilidad frente al pueblo, que no ha visto mejorar su situación. El problema es que hay demasiados partidos políticos y se está lejos de un sistema de alternancia. Sin embargo, el pasado día 14 se aprobó una ley sobre la “justicia transicional”. Inspirada en las experiencias de países como Marruecos y Sudáfrica, esta ley, promovida por la Comisión de la Verdad y la Dignidad, ha sido valorada positivamente por diversos círculos políticos tunecinos. Así, el portavoz oficial del Ministerio de Derechos Humanos, Chekib Darwich, precisó que esta ley ha sido elaborada sobre la base “de un acercamiento participativo de todas las partes afectadas”.

Mientras en Egipto y Túnez el 2014 podría ser el año de la estabilización y de la paz, en Siria el plan iraní y ruso para mantener a Bashar el Asad parece ganar terreno y sobre todo convertir a la oposición de los rebeldes en un campo de batalla entre los islamistas extremistas y los laicos demócratas sin ayuda ni de Europa ni de Estados Unidos. Cosa extraña y paradójica: Irán lucha sobre el terreno contra islamistas apoyados por Qatar y Arabia Saudí. Hizbulah, el partido de Dios, armado y financiado por Irán, está con El Asad. La jugada de Putin ha sido justamente forzar a El Asad a retirar toda legitimidad y credibilidad a los rebeldes infiltrándolos de extremistas que amenazan a la comunidad cristiana de Siria. Este escenario ha funcionado tan bien que ha convencido a los antiBashar de ser prudentes y no ayudar a una rebelión que, si triunfara, instauraría una república islámica donde Al Qaeda tendría representantes.

Tras dos años y medio de combates y más de 120.000 muertos, la mayoría civiles, con millones de sirios refugiados en Líbano y en el resto de Oriente Medio, Bashar el Asad está a punto de ganar su guerra contra su pueblo. Durante este tiempo los occidentales han asistido sin hacer nada a esta tragedia en la que triunfa el mal absoluto representado por el clan Asad, ya responsable del asesinato de 20.000 ciudadanos en Hama en 1982, y han presenciado la victoria del crimen instituido contra la libertad.

La tragedia siria es la peor cosa que le ha sucedido al mundo árabe desde la derrota de los árabes frente a Israel. Incluso la guerra civil libanesa fue la guerra de todos contra todos, estúpida e inútil. Pero esta ha sido una guerra llevada a cabo por al menos tres países contra un pueblo que en marzo del 2011 comenzó a manifestarse pacíficamente y que fue recibido a tiros por el ejército del clan alauí.

El 2014 quizá verá la victoria del crimen y su legitimidad. Ello avergonzará a las naciones civilizadas, y se dirá que “era complicado” para justificar una pasividad que ha precipitado esta vergonzosa victoria. En cuanto a los países árabes, su responsabilidad es inmensa. Cabe decir que cada uno estaba ocupado en restablecer el orden en sus calles. La Liga Árabe ha demostrado con creces su incapacidad para hacer cualquier cosa en la región. Los pueblos lo saben e ignoran incluso la existencia de esta instancia cuyos miembros sólo hablan, hablan y no hacen nada.

Tahar Ben Jelloun, escritor. Miembro de la Academia Goncourt

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