El 25-S y el desbloqueo

Hay quienes ven en los comicios autonómicos vascos, que se celebrarán este domingo junto con los gallegos, una posible salida al bloqueo institucional en el que nos hallamos desde hace nueve meses. Hay quienes ven en la irrupción con fuerza de Podemos en el escenario vasco una recolocación del mapa político que podría evitar las terceras elecciones generales. La hipótesis se basa en que el PNV podría necesitar para gobernar de los apoyos no ya sólo del PSE-EE, sino también del PP. Si fuera así –conjeturan algunos– el partido del Gobierno en funciones podría contar en el Congreso, tras esos comicios, no ya sólo con el apoyo de los cinco diputados peneuvistas, sino quizá con el que necesita de los socialistas como consecuencia y reflejo del acercamiento que se habría producido entre el partido de Rajoy y el de Sánchez para respaldar al de Urkullu. A ese hecho se añadiría el de unos pésimos resultados socialistas tanto en el País Vasco como en Galicia que dejen a Pedro Sánchez más tocado de lo que ya está para su cita del 1 de octubre con el Comité Federal. Por desgracia, tales hipótesis parten de una lógica que no es la que rige en nuestra actual vida política. Aun suponiendo que el 25-S vasco diera lugar a ese encuentro de socialistas y populares para ayudar a gobernar al PNV, uno ve perfectamente a Sánchez y a «todos los suyos» sosteniendo que la situación vasca «no es extrapolable», sino «un caso particular que no tiene nada que ver con el resto del país».

El 25-S y el desbloqueoLa verdad es que no sería esa la única contradicción a la que tendría que enfrentarse el PSOE en el caso de que apoyara al PNV de una forma coherente con el pacto de gobernabilidad que mantiene con este en el guiñol vasco. Esa coherencia local serviría para evidenciar una incoherencia infinitamente más grande de dimensión nacional: sus acuerdos con las filiales municipales y autonómicas de Podemos, de las que son una rocambolesca muestra los ayuntamientos de Madrid y Barcelona o los gobiernos de comunidades como Valencia y Baleares. ¿Cómo va a vender el PSOE su respaldo al PNV para impedir que entre en Lakua y en Ajuria Enea un partido como el de Pablo Iglesias con el que, por otra parte, se entiende de maravilla en todo el resto de España? ¿Con qué argumento ideológico o moral? ¿El de que son un peligro para la estabilidad vasca? ¿Es acaso más importante, para el PSOE, la estabilidad de los alaveses, los guipuzcoanos o los vizcaínos que la de los madrileños, los barceloneses o los gaditanos? Lo coherente más bien sería que los socialistas vascos, en sintonía con la política nacional de su partido, rompieran, en mi tierra, el pacto de gobernabilidad con los peneuvistas, o sea con «los afines al PP», según la célebre definición de Pedro Sánchez, y que se aliaran con Podemos.

Hablo, naturalmente, de coherencia, no de conveniencia. El problema que tendrían los socialistas, de actuar así, es que dicha coherencia les saldría demasiado cara e inconveniente: perderían sus parcelas de poder en las tres provincias vascas y tendrían que aguantar el tipo ante la alianza cantada de Podemos con EH Bildu, lo cual aleja aún más esa posibilidad. EH Bildu no es la Esquerra Republicana con la que el PSC podía pactar un «Tripartito de Progreso» en la Cataluña de Maragall del 2003. Pese a sus intentos de lavado de cara y de tergiversación del famoso «relato», la sombra de ETA pesa todavía demasiado en la memoria colectiva como para ensayar una amnesia semejante a la que cubrió el recuerdo de Terra Lliure. Un millar de muertos son demasiados para semejante operación de olvido. Y a ese hecho se añaden otros tres: que esa larga tragedia es aún muy reciente; que ETA aún no se ha disuelto y que EH Bildu representa políticamente su legado. Digamos que en el pecado va la penitencia. Pedro Sánchez puede vender su entendimiento con el Podemos de Madrid, de Aragón o de Castilla-La Mancha como una relación «normal» con «un partido más» del espectro político, aunque no sea un partido más ni pueda ser normal cualquier relación con él. Pero el escenario vasco pone en toda su dramática evidencia esa «anomalía», dadas las connivencias políticas del partido de Pablo Iglesias con la izquierda abertzale más radical. Cualquier entendimiento del PSOE con Podemos en el mapa vasco no haría sino revelar en todo su esplendor el carácter cutre e impresentable de ese entendimiento a lo largo y ancho del mapa patrio.

No está nada claro que los resultados electorales del 25-S vasco nos vayan a traer el desbloqueo institucional que vive España desde el 20-D de 2015. Pero para lo que sí pueden servir es para poner sobre la mesa todos los absurdos, los empecinamientos y los bloqueos mentales de nuestros partidos, que nos han conducido a este callejón sin salida y que van algo más lejos del cacareado final del bipartidismo. Si el multipartidismo es por sí mismo problemático, más lo es todavía cuando se produce dentro de un mismo partido, o sea cuando la perversión táctica llega al desdoblamiento esquizofrénico. Y es que hemos hablado del PSOE, pero luego están las contradicciones del PNV. ¿Con qué argumentos puede pedir apoyos para gobernar y para impedir que lo haga Podemos con EH Bildu en la Comunidad Autónoma Vasca cuando gobierna con ellos en la Comunidad Foral de Navarra dentro de la coalición Geroa Bai? ¿Con qué lógica puede explicar el PNV que lo que es bueno para lo que considera una parte de «la Gran Euskal Herria» es malo para la otra parte?

No. Ni el PSOE ni el PNV tienen argumentos políticos ni éticos, ni económicos, ni lógicos ni líricos para oponerse a un Gobierno de Podemos y EH-Bildu en Lakua. El único argumento que tienen es el poder. Y este hecho obvio, avalado por todas los desafíos a la lógica citados, desdora y envenena la propia causa que esgrime. Aunque el PP no ha caído hasta ahora en ese tipo de incongruencias y contrasentidos, ¿podría realmente vender como buena, como noble, como deseable, como patriótica y como poética una alianza con esos dos socios para un objetivo tan romo y prosaico como hacer a Urkullu lendakari?

El 25-S vasco no sólo tiene mucho que ver con el resto del país, sino que es su espejo demoledor, que refleja el alma táctica, gélida y seca de la actual política española. Y lo será más si se produce esa situación «deseada»; si el PNV no sólo necesita de los socialistas, sino también de los populares para gobernar, y si esa necesidad propicia no sólo el soñado cambio de cromos entre Urkullu y Rajoy, sino una fisura en el «no es no» de Pedro Sánchez que ponga fin al bloqueo institucional y evite unas terceras elecciones generales. Nunca un bien común a celebrar se pareció tanto a un negocio particular a ocultar. Si el 25-S vasco trajera el desbloqueo a España, este debería venir acompañado de un espíritu de rectificación en los disparatados pactos del PNV y el PSOE con Podemos para no sonar triste y simplemente a eso: a una fría operación comercial dirigida a mantener el chiringuito privado de cada uno: Gobierno Urkullu a cambio de Gobierno Rajoy.

Sí. El espejo cóncavo y valleinclanesco del 25-S vasco debería servir para algo más que para un desbloqueo de «tente mientras cobro»: para poner a cada partido frente a las inercias endogámicas, los pragmatismos maniobreros, las obcecaciones solipsistas, las incoherencias y contradicciones sangrantes que nos han traído a este esperpéntico presente.

Iñaki Ezkerra, escritor.

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