El abogado de la concordia

«La libertad era máxima y también lo era, por tanto, la responsabilidad». Con estas palabras, en julio de 1978, José Pedro Pérez-Llorca defendió la Constitución durante la sesión en la que se aprobó en primera instancia el texto constitucional. Sus palabras hoy, más que nunca, vienen al caso no sólo por la situación que atraviesa España, sino porque reflejan fielmente las hechuras políticas, humanas y profesionales de quien ayer nos dejó.

Lo habitual es que la historia se vaya escribiendo poco a poco, con el discurrir del tiempo y las vidas. Pocas veces nos encontramos de frente con momentos decisivos que lo transforman todo. La Transición fue uno esos momentos. Y Pérez-Llorca, uno de esos hombres que no sólo no se achicó ante semejante desafío, sino que lo afrontó con altura y abnegación, entregándose a la tarea de abrir un nuevo capítulo que dejara atrás el enfrentamiento y diera paso a la concordia. Estuvo a la altura y hoy ya es historia, la mejor historia de España.

Su espíritu liberal, su talante conciliador, siempre dispuesto a escuchar, y su hondura intelectual fueron los pilares fundamentales sobre los que, en buena medida, descansó el gran éxito de 1978. Estas tres notas de su excepcional carácter político le acompañaron durante toda su vida. Habiendo sido ministro de tres carteras, diputado y portavoz de la UCD, con 43 años decidió poner fin a su actividad política. A una juventud brillante le siguió una madurez excelente. Con la paz que da el deber cumplido fundó uno de los despachos de abogados más importantes de nuestro país. Lo hizo sin abandonar nunca su contribución a los grandes debates que desde entonces se han ido suscitando en España.

José Pedro Pérez-Llorca abandonó sus responsabilidades políticas, pero no abandonó su responsabilidad pública. Nunca dijo que no a los que solicitaban su ayuda, ya fuera en la consolidación intelectual de un proyecto de centro-derecha liberal, desde FAES, o como presidente del Patronato del Museo del Prado, donde trabajó afanosamente para situar a la institución en el destacado lugar que hoy ocupa en España y en el mundo, dedicando de manera especial sus esfuerzos al bicentenario del Museo, que este año celebramos.

Incluso cuando su estado de salud empeoraba progresivamente, no dudó en formar parte también del consejo asesor para los actos conmemorativos del 40 Aniversario de la Constitución, que celebramos hace unos meses. Unos actos que, en el fondo, también le conmemoraban a él y a todos esos servidores públicos que hicieron posible el nuevo tiempo democrático.

Un nuevo tiempo que comenzó afirmando que la Constitución es «una Constitución de consenso, que es tanto como decir una Constitución de tolerancia, de transigencia, de concordia y de paz». Esta frase contiene lo mejor que de él heredamos todos los españoles, un legado de encuentro, en el que la división se fue cerrando con palabras, palabras que hoy conforman su mejor herencia.

Y como todos los herederos, podemos elegir entre dilapidar la herencia o cuidarla para que se agrande. Todos los discursos divisorios, que buscan la confrontación de bloques, contribuyen a desperdiciarla y lastran el futuro de nuestro país. La responsabilidad, la conciencia de Estado y la entrega a España y a los españoles son, por el contrario, su mejor legado, la clave para construir un futuro de horizontes comunes, su último servicio a España, el ejemplo político de Pérez-Llorca.

Su recuerdo es una enseñanza valiosísima para el futuro, un futuro en el que «ha de primar el sereno juicio (…) sobre cualquier tentación de parcialidad o dogmatismo, la contemplación global de los intereses y las ambiciones totales de nuestro pueblo». Son palabras de Pérez-Llorca en la misma sesión del Congreso de julio de 1978. Palabras que deberían grabarse en el frontispicio de nuestra memoria política.

Lejos de ocultar mi admiración política y personal por Pérez-Llorca, quiero ensalzarla. Lo admiré. Y hoy, que nos queda su obra y la memoria, quiero agradecer su apoyo y consejo, siempre inteligente y prudente. La política española necesita recuperar buena parte del espíritu con el que él afrontó su vida política. Un espíritu en el que cabían todos, en el que, por encima de todo, estaba la concordia entre españoles. Todo el Partido Popular reconoce en él a un maestro; un ejemplo de hombre de Estado y un patriota. La sociedad española le estará siempre agradecida.

Pablo Casado es presidente del Partido Popular.

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