El accidentado viaje del PP

El PP volvió a perder el 9-M --lo peor que le podía pasar--, pero mejoró resultados. Y el aumento de sus votos fue superior al de los socialistas. El PP no fracasó porque no le pasó lo que a Almunia en el 2000. Y hasta habría ganado si Catalunya fuera independiente. El PSOE obtuvo en España 11.064.000 votos, frente a 10.169.000 del PP. Pero esta diferencia --895.000 votos-- es menor a la de más de un millón que el PSC le sacó al PP en Catalunya. Si se añade que en Euskadi los socialistas aventajaron en 219.000 votos a los populares, la conclusión es obvia.

La campaña virulenta contra el Estatut, pese al ruido provocado, fue una mala inversión en Catalunya. Y la negociación con ETA --pese a que acabó en fracaso-- no fue una mala inversión de Zapatero. Al menos en Euskadi. Y al PP le explotaron en la cara el antinacionalismo radical y el exceso de crispación. Quizá había fijado el voto, e incluso podía haber robado algún voto socialista, pero había movilizado a la contra a Euskadi y a Catalunya.

Esta doble constatación --el PP mejoraba resultados, pero era derrotado en Catalunya-- tuvo repercusión inmediata. Rajoy y muchos barones territoriales concluyeron que el PP no debía quedar en manos de Esperanza Aguirre, con lazos visibles con el aznarismo y con la prensa militante (la teoría de la conspiración venderá diarios, pero no gana elecciones). Por eso, el martes posterior al 9-M Rajoy dijo que los resultados eran buenos, que no se iba y que optaría a presidir el PP con su propio equipo, cuya composición se conocería a la apertura del congreso.

Así, Rajoy, con apoyo de los barones territoriales, cortaba el paso a Aguirre, cuya candidatura había lanzado Anson la misma noche electoral. Y la alusión al "propio equipo" fue interpretada como que los aznaristas Acebes y Zaplana no formarían parte de su núcleo duro. Y desde entonces Rajoy ha impuesto su guión. Zaplana dimitió como portavoz y montó su fuga a Telefónica. Su sustituta, Soraya Sáenz de Santamaría, tiene la confianza de Rajoy y es mucho más abierta. Y su ascenso generó un terremoto en el grupo parlamentario. Además Rajoy, ante Camps (Valencia) y Valcárcel (Murcia), los dos grandes graneros de votos, aparte de Madrid, desafió a Aguirre. El PP debía ser una opción de centro, que apostara por el papel protector del Estado, y no un ideologizado partido neoliberal.

La guinda de la mutación fue el anuncio ayer de Ángel Acebes --sin esperar al congreso-- de que le había comunicado a Rajoy que no contara con él. El disciplinado Acebes no esperaba al motorista y daba el portazo. Así, todo lo sucedido es fruto de la decisión de Rajoy de quedarse e iniciar, apoyado en los barones regionales, un nuevo viaje al centro y un estilo de oposición menos crispado. Sin embargo, el camino hacia el congreso se está revelando duro y los cambios reciben fuego graneado. Un diario de la capital titulaba ayer: Acebes también da el portazo: "Le he dicho a Rajoy que no cuente conmigo". Como si Zaplana y Acebes se fueran por voluntad propia y para salvar las mejores esencias del PP. ¿Por qué Rajoy da esta aparente sensación de soledad e incluso de debilidad?

Por varias razones. La primera es que, al agitar la coctelera, Rajoy ha molestado a varias parroquias de la derecha: la prensa militante a la que ha dejado de obedecer, la que procede del aznarismo activo y multiforme, la de los que secundan la ambición presidencial de Aguirre y la de los que se sienten postergados por la irrupción de Soraya y por la incógnita del nuevo secretario general. La segunda razón es que Rajoy empieza su marcha al centro con cuatro años de retraso y no tiene, pues, el apoyo de muchos que le atribuyen responsabilidad por la oposición radical de la pasada legislatura. La tercera es que todo partido que pierde tiende a querer lavarse en el Jordán. Rajoy ha perdido dos elecciones y el movimiento proprimarias --lanzado por los que nunca discutieron el exhibicionismo autoritario de Aznar-- es bien acogido por muchos afiliados de buena fe. La cuarta es que hay sectores que buscan deslegitimar la victoria de Rajoy en el congreso para desestabilizarlo antes del 2012 si los resultados de las elecciones europeas, vascas o gallegas lo permiten. Y también hay cargos que creen que Rajoy no es el líder para pilotar la nueva etapa.

¿Qué puede pasar? Rajoy debe ganar sin problemas el congreso de junio. Entonces empieza lo difícil. Encontrar el tono de una oposición firme pero responsable, lograr la complicidad de las clases medias y rectificar en Catalunya. Y no está garantizado que sepa capear el oleaje. ¿Qué pasará si naufraga en la travesía? Lo lógico sería recurrir a un barón territorial con éxito probado: Camps, Núñez Feijóo --si gana Galicia--, Gallardón o la propia Aguirre. Pero siempre está la tentación del pasado. Recurrir a Aznar sería viajar por un absurdo túnel del tiempo. Pero queda Rato. Muchos creen que Aznar lo postergó porque no supo disimular que tenía personalidad. Y Rato tiene una imagen de competencia económica y de derecha mesurada. Pero quizá la ambición de Rato ya no está en la política.

Joan Tapia, periodista.