El acento de Elena Salgado

Una simulación del cómputo para la pensión (pasa de 15 a 25 años) ha subido la tensión y puede descarrilar el debate. Es una tormenta superflua porque el Gobierno ya dijo que la reforma de la jubilación exige acuerdo del Pacto de Toledo. Una simulación estúpida no altera nada. Y menos en un documento cuyo título es Actualización del programa de estabilidad 2009-2013. Está claro que las proyecciones a más largo plazo –2020, 2030 o 2060– no son ningún proyecto cerrado. Es comprensible que los sindicatos griten, lo es menos que se falsifique el debate y se siembre confusión.

La crítica de fondo es que Zapatero abandona el gasto social y a los sindicatos para obedecer a los mercados. Es tan elemental que es falso. En el trimestre final del 2008, tras la quiebra de Lehman, se asumió que el mundo se enfrentaba a un colapso financiero que le podía llevar a otra depresión como la de 1929. Incluso el optimista ZP y el Banco Central Europeo (que en julio del 2008 todavía subía tipos al 4,25%) lo vieron.

Hubo consenso. Había que evitar las quiebras bancarias, los tipos de interés debían bajar y el Estado debía recurrir al gasto público para aguantar la economía cuando se hundían la inversión y el consumo privados. Resucitó Keynes. Y, Krugman dixit, si la crisis no ha sido tan terrible como la de 1929 se debe a que la mano estatal ha ayudado a la invisible de Adam Smith. ¡Viva el seguro de paro!
Simplificando, ZP ha tenido un pecado y un acierto. El gran fallo, el exceso de confianza. Creer que la crisis era un chaparrón y que el paraguas español resistiría. No ha sido así. La crisis bancaria mundial fue fuerte y nuestro crecimiento era tributario (desde antes de ZP) del inmobiliario. Los constructores se forraban, los empresarios querían ser constructores, los bancos daban créditos con alegría, se creaban puestos de trabajo, el comercio resplandecía y municipios, comunidades y Estado veían inflarse sus ingresos. Y eso, que reposaba sobre un endeudamiento insostenible, se quebró.
El acierto fue ver que el Estado podía y debía suavizar la crisis con gasto público y evitar una caída general del nivel de vida. El paro se ha duplicado (construcción y adyacentes) mientras en la zona euro ha subido menos. Pero no hay conflictividad social y en el 2009 el PIB de España cayó un 0,3% menos que el de la zona euro. Y un 1% menos que Alemania. Pero el exceso de confianza ha retrasado el cambio de modelo productivo. Y sin el plus inmobiliario, la recuperación española será menor, más lenta y complicada.
En el 2010 todo ha cambiado. Todas las previsiones, incluso las de España, se revisan al alza. Y el consenso emergente es que el mundo ha salido de la crisis. Es discutible, pese al buen dato del PIB norteamericano del viernes. Y el paro no baja en ningún país. Por eso los bancos centrales, prudentes, no van a subir los tipos de interés. Pero los mercados –infalibles aunque yerren– creen que el problema ya no es la crisis. Las bolsas se dispararon en la segunda mitad del 2009 y para muchos analistas el gran peligro es que la acción de los estados contra la recesión ha disparado el déficit y la deuda pública. Y las agencias de rating, que aplaudían las subprime, desconfían ahora de los bonos públicos. Alguna asegura que los de países con triple A, como EEUU o España, son sospechosos.
EEUU no tendrá problema a corto. Tiene el dólar y el banquero chino. Para otros países, que no tienen la solvencia de Alemania, el riesgo es mayor. Grecia está sufriendo por su mala cabeza. España no es Grecia aunque tengamos un déficit público (11,4% del PIB) muy cercano. La diferencia es que nuestra deuda es el 55% del PIB (-22 puntos que la media del euro) mientras que la de Grecia e Italia supera el 110%. Y hemos perdido competitividad (salarios en relación a productividad), lo que antes se resolvía devaluando. Somos lo que somos por el euro, pero no podemos devaluar como Boyer en 1983.

Y tenemos que financiar la deuda pública (y la privada) y el ataque a nuestra credibilidad –España es el país más vip de los vulnerables– puede provocar problemas en la zona euro (no muy apreciada por los anglosajones). Elena Salgado vio el lobo a fines del 2009, cuando retocó impuestos. Ni fue comprendida, ni el Gobierno se supo explicar. Ahora el peligro es mayor. Por eso decide un recorte presupuestario de 50.000 millones en cuatro años y plantea algo inevitable, el alargamiento de la edad de jubilación.
Los sindicatos, a lo suyo. Vale. Pero el país haría mal en no querer entender el mensaje de rigor. No es simpático, pero lo contrario no es viable (atención a lo que pasó ayer y anteayer en los mercados). España no es Alemania ni Francia, debe ser virtuosa… y parecerlo. Pero la política económica necesita mucha explicación. Casi imposible para un Gobierno cuyo equipo de comunicación tiene vacaciones desde el 2004 y cuyo presidente ha visto su credibilidad machacada por la crisis. El cambio de acento económico es imperativo. Y si España no lo entiende, el culpable principal –bobo exceso de confianza– será un Gobierno que confunde comunicar con juguetear.

Joan Tapia, periodista.