"Una inversión en conocimiento paga el mejor interés", escribió Benjamin Franklin. Ferviente defensor de la educación pública, y fundador de bibliotecas, escuelas y de la Universidad de Pensilvania, Franklin veía la educación como la base del progreso humano. Si hoy estuviera vivo, estaría horrorizado por el estado de la educación en los países en desarrollo -y muy probablemente estaría respaldando el Mecanismo de Financiamiento Internacional para la Educación (IFFEd según su sigla en inglés) propuesto por la Comisión Internacional sobre la Financiación de Oportunidades de Educación Global, liderada por el ex primer ministro británico Gordon Brown.
En una economía global cada vez más basada en el conocimiento, la educación de calidad es más importante que nunca. Sin embargo, el mundo enfrenta una crisis de educación. Unos 260 millones de niños ni siquiera van a la escuela. Más del doble de esa cifra van a la escuela, pero aprenden tan poco que saldrán sin el alfabetismo y la aritmética básicos que necesitan para prosperar. Esto no sólo está destruyendo las esperanzas de los jóvenes; está impidiendo el progreso de países enteros -y, así, del mundo.
Hace tres años, los líderes mundiales se comprometieron a cumplir con el Objetivo 4 de Desarrollo Sostenible, que exige el suministro de educación de calidad inclusiva y equitativa para todos en 2030. Sin embargo, si las tendencias actuales continúan, más de 800 millones de niños no alcanzarán ese objetivo. Dada la importancia de la educación para prácticamente cualquier indicador significativo de desarrollo -desde la supervivencia infantil hasta la salud materna y la reducción de la pobreza-, este fracaso se propagará a los otros ODS.
La subinversión está en el centro de la crisis educativa. Sin reconocer los retornos muy altos que ofrece, los gobiernos de los países en desarrollo invierten, en promedio, apenas el 4% del ingreso nacional en educación. Aún si aumentaran ese porcentaje al 6%, el déficit de financiamiento global ascendería a 40.000 millones de dólares por año, y seguiría creciendo, en 2020.
El financiamiento del desarrollo internacional juega un papel crucial a la hora de achicar la brecha. La noticia modestamente buena es que, después de seis años de estancamiento, la ayuda a la educación creció en 2016. La mala noticia es que el porcentaje que ocupa la educación en la ayuda general se ha venido reduciendo -y es demasiado poca la ayuda que se destina a la educación básica en países de bajos ingresos.
Pero no son solamente los países más pobres los que necesitan ayuda. La escasez de financiamiento también afecta a los 53 países de ingresos medios-bajos (LMICs por su sigla en inglés) con ingresos entre 1.000 y 4000 dólares. En estos países -que van desde Bangladesh y Zambia hasta Indonesia y Filipinas- se encuentran casi 500 millones de los niños que no estarán escolarizados en 2030.
Muchos LMICs están atrapados en una tierra de nadie financiera. En tanto sus ingresos aumentan, reciben menos ayuda en préstamos sin interés que se asigna a los países más pobres. Pero no pueden -o no quieren- recurrir a otro financiamiento para el desarrollo, especialmente préstamos del Banco Mundial y bancos de desarrollo regionales. Estos préstamos son otorgados con condiciones mucho más favorables que las que los LMICs podrían conseguir en los mercados mundiales, gracias a la calificación crediticia del Banco Mundial.
Parte del problema es que los gobiernos de los países en desarrollo no están solicitando financiamiento para educación. La mayoría prioriza los préstamos para capital físico, como infraestructura de transporte y energía, por sobre las inversiones de capital humano como la educación. Esto es lisa y llanamente mala economía: los países con carreteras y puentes del primer mundo pero con sistemas educativos de mala calidad se encaminan aceleradamente al fracaso en términos de crecimiento económico y desarrollo humano de largo plazo.
El propio Banco Mundial tampoco le ha asignado demasiado peso a la educación. Sólo el 5% de su cartera de préstamos está dirigido al sector -y la mayor parte está destinada a un puñado de países de ingresos medios más adinerados.
Hay que valorar que el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, hoy esté cuestionando abiertamente a los gobiernos que desatienden las inversiones en capital humano. El Banco Mundial ahora debe trabajar junto con los gobiernos para garantizar que un porcentaje mayor de su cartera de préstamos de 50.000 millones de dólares esté destinado a la educación -y los bancos de desarrollo regionales deberían hacer lo mismo.
El IFFEd podría ayudar a catalizar el cambio. Específicamente, crearía un nuevo mecanismo destinado a respaldar los préstamos para la educación del Banco Mundial y los bancos de desarrollo regionales. Como la calificación de crédito del Banco Mundial le permite otorgar aproximadamente 4 dólares en préstamos por cada dólar de reservas, 2.000 millones de dólares en garantías podrían movilizar 8.000 millones de dólares en financiamiento para la educación. El nuevo mecanismo también incluiría un programa de préstamos para subsidiar una reducción de las tasas de interés de términos de créditos duros a créditos blandos asequibles.
Los críticos temen que los préstamos patrocinados por el IFFEd creen deudas insostenibles -pero esa preocupación es errónea. Algunos países en desarrollo, principalmente en África, van camino a una crisis de deuda renovada en la que incidió una conjunción de recaudación de ingresos débil, presupuestos laxos y endeudamiento imprudente en moneda fuerte a altas tasas de interés en mercados de bonos soberanos. Pero el antídoto político es un incremento de los ingresos gubernamentales -en particular, combatiendo la evasión y la elusión impositiva- y medidas para reducir la deuda de altos intereses.
Rechazar un financiamiento para la educación altamente favorable en nombre de la consolidación fiscal es la receta para una cura que mataría la esperanza y la oportunidad. Privaría a la educación de recursos y colocaría la carga del ajuste fiscal sobre las espaldas de los niños en la primera línea de la crisis educativa, minando las perspectivas de crecimiento económico y, entretanto, alimentando la desigualdad. Eso es exactamente lo que sucedió con la estrategia del Fondo Monetario Internacional durante la crisis de deuda de los años 1980, cando los programas de ajuste estructural obligaron a realizar recortes masivos en el gasto en educación y sistemas de salud.
El IFFEd no puede resolver por sí solo la crisis educativa global. Los gobiernos necesitan implementar reformas más amplias que se centren rigurosamente en la calidad, la cantidad y los resultados. Pero, en un momento de austeridad fiscal en los países donantes, el IFFEd es una pieza de ingeniería financiera inteligente que podría hacer rendir más los dólares de los donantes y respaldar la reforma.
El dinero no basta para garantizar una educación de calidad para todos. Pero el dinero es importante, y la iniciativa del IFFEd ayudará a financiar inversiones que podrían destrabar el potencial de los niños que han quedado rezagados. Como reconoció Franklin, los retornos sobre estas inversiones serán enormes -tanto como los costos de la inacción.
Kevin Watkins is the CEO of Save the Children UK.